Aullidos del fin del mundo

viernes, 14 de junio de 2019

Desde entonces sangro

Se ha vuelto algo casi familiar. No le culpo de mi pena ni de mi mal. Son movimientos que nadie puede igualar. Esta arena se me atraganta. Este agua no encuentra otro hueco por donde escapar. No va a cambiar nada que el niño esté cerca o mil distancias. Aquí no encuentro lo que estoy buscando. Aquí mis ojos solo lloran sal. 

Desde entonces sangro. Dejo un rastro por si alguien me quiere encontrar. No creo que pueda durar mucho más. No creo que quiera hacerlo mucho más. Vuelvo a lanzar dardos en la noche. Los latidos me estremecen y los disparos escuecen. Ahora querría fundirme en un abrazo. Ahora querría rodar y salvarme gritando que lo que importa son las pequeñas cosas. Me quedo colgando en la ventana, como un ser que no pertenece ni al alba ni al ocaso. 

Fuera. Ya no te necesito. Ya no te quiero en mí. Sigo jugando solo y no va a venir nadie más. No lo soportaré de nuevo. No voy a poder mirarte a los ojos cuando me pidas aullar. No voy a poder decirte que te vayas. No se va a acabar nunca. Solo quiero que me dejes solo, que me dejes en paz. 

A veces desaparezco por necesidad, a veces lo hago porque es lo único que se me da bien. Apuesto que no eres capaz de quedarte por un tiempo, de hacer ver que te importo, que puedo significar. Estoy convencido de que la única manera de llamar tu atención es la de tirarme por algún balcón. La de estrellarme en la noche más cerrada, la de sucumbir a tu oscuridad. 

Ahí se produce la combustión, en un tira y afloja, en un patio para adultos, en un descampado donde nadie puede ayudarnos, donde sabemos donde pegarnos, donde todo duele más, todo duele el doble. 
Eres lo peor que me ha pasado. Eres lo único que conozco. Eres detestable. Eres guerra y paz.

Fuiste tú que desde entonces sangro. 

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