Aullidos del fin del mundo

viernes, 31 de diciembre de 2021

Algo rojo

Estoy lleno de algo que no sé que es.  ¿Cómo puedo liberar mi creatividad y aplacar la ira del presente? ¿Cómo puedo avivar la llama que siento que tengo en mi interior?

Me siento vulnerable y quiero vomitar el miedo. Estoy lleno de expectativas y sin ellas considero que no puedo tener un mejor regalo de Navidad. Eterno estudiante, floto como un globo y me desinflo a la misma velocidad. Perdí la pista hace años del camino correcto y nunca estoy seguro de si al final del año he logrado llegar a mis objetivos o estoy solo de paso. ¿No nos estamos muriendo ya todos día tras día un poquito? ¿No basta con eso para dejar de herirnos los unos a los otros?

Ay, pequeña luciérnaga, ven y préndeme. Dime si hay algo en mí que sea mágico y auténtico. Dime si esta realidad puede superar a la ficción, si mi fuerza proviene de las entrañas o de la rabia que tengo acumulada. Lo perfecto solo está en el recuerdo de nuestra cabeza y el dolor es solo amor que no tiene a donde ir, recuérdalo. Si todo lo que has querido está al otro lado del miedo, hazle una llave al dolor y tráeme su cadáver. 

¿Por qué me aterra y me paraliza la idea de cambiar? Ay, pequeña luciérnaga, prende mi cama y hazme caer de este maldito sueño. Por la noche todo me parece posible, pero no son más que ilusiones. Al despertar también lo hacen las consecuencias. Soy el primero que no quiere partir, pero también soy el primero en darme cuenta de que hay enfermedades demasiado crueles que por desgracia no podemos ver con claridad. Devuélveme la vida, porque este no soy yo.

¿Cuánto tiempo más me va a imposibilitar vivir? Si lograse dar con la fuerza necesaria... si pudiese inmiscuirme, ser un intruso en mi propio organismo y destruir esa oscuridad de raíz, dejaría de ser un gran actor y empezaría a mostrar mi propia sonrisa. Os abandono, pensamientos negativos. Os dejo atrás aunque me sigáis sigilosamente. Seréis parte de mí, pero nunca os apoderaréis de mis.  decisiones. 

Qué reconfortante sería verme florecer. Qué reconfortante sería abrazarme a ti y sentir el calor que ya siento, pero sin la necesidad de huir.

Quizás, el año que viene. 


domingo, 5 de diciembre de 2021

Extraordinarias criaturas

La ficción es necesaria para combatir la realidad. Sin expectativas, todo parece un regalo. Es por eso que me gusta perderme aquí, en mi imaginación, pues el único juez soy yo. Aquí soy libre, sin ataduras ni obligaciones. Aquí decido yo. Aquí he nacido y aquí escojo cuando morir. Si quiero, puedo volar. Si me apetece, puedo abatir reyes y reinas. Si lo deseo, puedo sentirme querido. Aquí todo tiene cabida, pero todo es gris. Al final lo único que hago es quebrarme.

Alguien me dijo que madurar consiste en ir descartando sueños, y a medida que me hago mayor, temo más que esa sea una afirmación demasiado certera. Lo aprendí a la fuerza, al darme cuenta de que todas esas fantasías a las que aspiraba se iban desdibujando con el paso de los años. Un día, simplemente la suerte niega haberte conocido y aunque tú te encargas de que el trabajo duro siga siendo constante, las oportunidades huyen de ti. Supongo que a veces la justicia tiene su propia forma de actuar. Así, cuando el mundo decide darte la espalda, no te queda otra que aceptarlo, renunciar y escoger otro camino.

Es curioso como la vida te conduce por derroteros que a primera vista descartamos. El declive surge cuando sientes que esa llamada del destino que no te dejaba dormir ha dejado de pronunciar tu nombre. Vuelves a estar perdido y solo, sobre todo solo. Continúa con la invasión de un sentimiento crónico que persiste en ti y se niega a desaparecer. No estás a salvo de ella en ninguna parte.ar el qué, hay algo que te hace sentir encajar en toda esa locura. Es como si te hubieses caído de entre las nubes y un mar de tristeza te recibiera con una lánguida bienvenida. La oscuridad empieza a adueñarse de tus pensamientos y la imaginación, esa de la que tanto presumías, deja de ser un sitio seguro. Ya no puedes confiar en escapar. Estás por tu cuenta en una noche eterna. Estás. Te aferras a ese verbo como si en cualquier momento fuesen a crecerle extremidades y pudiese ponerse a correr en busca de una salida. Pero no la hay, no hay ninguna señal que te indique cómo huir de esa sala de humo y espejismos. Bajas la cabeza con apremio, tanteando tus piernas para ordenarles que se pongan en marcha, pero ya no están, se han convertido en parte de esa amalgama que lo cubre todo. El rumbo es incierto y el norte ha perdido el norte. Las agujas que antes tanto te preocupaban ya no te indican la hora, el tiempo se ha detenido y te planteas si en el fondo eso no está del todo mal. Como si te encontraras en una honda piscina te mueves braceando por esa extraña niebla que se encuentra en todas partes. Sigues viendo esas sombras que pululan a tu alrededor, pero ahora no las sientes como extrañas, sino más bien como acompañantes silenciosos. Son como viandantes en una ciudad vacía, pero esta vez, en vez de ignorarlos como lo harías un día cualquiera mientras vas a estudiar, interrumpes su rutina. Sus facciones son difusas, como si te hubieses olvidado las gafas en la mesita de noche y no pudieses concretar las formas. Por más que intentas comunicarte solo salen pequeños balbuceos de lo que crees que es su boca. Quieres gritar y pedirles explicaciones, pero siguen siendo un reflejo de lo que una vez fueron. Te preguntas si ellos... ellas... si esas cosas te ven de la misma manera en la que tú lo haces. 

Te tranquiliza pensar que quizás no sea más que una pesadilla y que en cualquier momento todo termine de forma abrupta. Esta vez intentas mantener contacto físico, lo más físico posible que se pueda en estas circunstancias, pero no contabas con que tus manos iban a correr el mismo destino que tus piernas. Es como si tu esencia se estuviera desintegrando, como si estuvieses mutando en uno de esos seres, en un cascarón hueco y extraviado, en un alma en pena. ¡Eso es! Eso es lo que son, vidas que han dejado de tener sentido, personas que se han desorientado y tratan desesperadamente de avanzar, incluso cuando ya no les quedan fuerzas. 

La emoción de descubrir la verdad se evapora rápidamente al concluir que si tú te encuentras con ellos lo más probable es que no te halles muy lejos de ser eso mismo. ¿Pero cómo? ¿Cómo has llegado a tocar fondo, en qué momento ha empezado la caída? Las preguntas empiezan a florecer delante de ti y la ansiedad se va imponiendo como lo hacen los cambios de estación. Imágenes de rostros conocidos asaltan tu cabeza. Hay amigos, familiares; tanto de sangre como de vida; compañeros, profesores e incluso algunos iris que no comprendes. Aparecen personas que no logras ubicar, pero que adviertes que de una forma u otra pertenecen a tu realidad. Las caras se sobreponen y ya no puedes distinguir quién es quién. Decides fijarte en los ojos para mantenerte firme, como si fuesen un pilar inquebrantable que te sujeta. Te hablan directamente a ti, y sin saber cómo, conoces ese idioma de miradas.

Por fin, después de lo que te ha parecido una eternidad, los rostros forman uno solo, uno que te impacta más de lo que te gustaría reconocer. Sus párpados parecen pesarle, la melancolía está escrita en su frente y su aflicción te duele. Claro que te duele, cómo no iba a hacerlo si se trata de ti. Lo entiendes mejor que nadie porque has estado ahí, en lo más profundo, y ahí, aunque luchaste, perdiste. Te perdiste sin querer, como la vez en que tu padre te llevó a un laberinto y te abrumaste con esas paredes tan grandes que parecían querer comerte. Esta vez las paredes siguen ahí, pero son invisibles. Crees que te protegen, pero lo único que hacen es aislarte. Al insuflar ese rae y tú te derrumbas con él. Es miedo. Miedo es la palabra que te aterraba articular. Miedo es lo que intentan decirte esas pobres criaturas. Esas extraordinarias criaturas. Qué irónico, ¿no te parece? Ellas, que seguramente estén más asustadas que tú, son capaces de sobrepasar sus límites. Son capaces de enfrentarse al miedo. Sus voces, imbuidas de angustia, te ofrecen la mano. Te comprenden y solo quieren ayudar a su manera. Están igual de atrapadas que tú en ese limbo, atrapadas en el dolor, en un dolor que en su apariencia más básica no deja de ser amor que no tiene a donde ir. Todo lo que siempre has querido está al otro lado del miedo que ahora te atenaza. Ahora lo vislumbras. Ahora al puzle no parece que le falte ninguna pieza. 

Al comprender ese acto de osadía no te atreves a seguir resistiéndote y lo dices por primera vez en mucho tiempo. Lo gritas, desgarradoramente. Lo haces real. Y todo cambia. Vuelves a reconocerte entre las penumbras. Te sientes más ligero, como si estuvieses en el espacio flotando. Las sombras vuelven a su estado impertérrito y te encuentras intentando alcanzarlas para sacarlas de ahí, para darles las gracias e intentar avivarlas, pero no puedes, no hay nada que puedas hacer. Ahora es su viaje, ahora son ellas quien deben enfrentarse a sus propios demonios. Te despides como lo haría un soldado valiente, no mirando hacia atrás.

Todo sucede en un instante y la vorágine te devuelve a la cama, encogido y con los brazos acunando tu propio cuerpo. Al darte cuenta de donde estás te invade la tristeza, pero no es la misma que te ha llevado hasta donde te encontrabas, es una tristeza distinta, con matices. Hay tristezas que debemos abrazar y esta es una de ellas. Ahora puedes verlos, ahora puedes detenerte frente a todos esos colores que siempre han estado ahí. La mezcolanza de emociones te hace reír y llorar a la vez. Es entonces cuando te das cuenta de que no hay nada más ficticio que no creer en tu propia valía, y aunque la idea de avanzar te paralice por momentos, cuando abres los ojos después de tanto tiempo y despiertas, por fin, sientes que todo está en el lugar que le corresponde.