Aullidos del fin del mundo

viernes, 16 de noviembre de 2012

Yo sin mí

Esa sensación de estar en otro lugar, de estar en las nubes, sobrevolándolas si hiciese falta. ¡Desde allí arriba podrías contemplarlo todo! Incluso, si quisieras, rebuscar dentro de las personas como si de un baúl apolillado se tratase. ¿Qué encontraríamos? Miedos, angustia, abnegación, alegría, esperanza, sueños...


No sé si quiero hablar de como llegar a un sueño, de como realizarlos, de que si estoy confuso respecto a ellos o de si hay que luchar y luchar y luchar.  Solo sé que quiero hablar (y de hecho lo voy a hacer) de sueños, como siempre. Desde bien pequeño crecí soñando, de alguna manera esa era mi vía de escape, mi mecanismo de defensa. ¡Además, todo el mundo soñaba! Todos esos príncipes (o más bien princesas), todos esos dibujos estrambóticos que salían por la televisión, todas aquellas contraportadas de los libros, todo comenzaba por un "su sueño siempre había sido...", "él quería...", "él deseaba...". La gente de carne y hueso no paraba de mencionarlo. Todos aquellos anhelos que crecían en su interior, toda aquella semilla que arraigaba dentro de ellos. Luego crecía y me decían que eran sueños imposibles, que todo el mundo soñaba, que los sueños eran bonitos, pero no todos se cumplían. Luego ya no había sueños, los sueños no eran más que cuentos, los de mi principio. No me gustaba oír eso, en realidad no me gusta oír eso. No creo que me llegue a gustar nunca. ¿A quién le gusta escuchar que algo que desea con todas sus fuerzas no tiene la suficiente capacidad para cumplirse? Es que es muy triste. ¡El mundo es muy triste!

Y yo no quiero ser triste, aunque muchas veces lo sea. Me gusta fantasear sobre las cosas. Imaginarme allí o allá, rodeado de paisajes, de aventuras, de personas; más que de personas, amigos. Hay tanto por explorar ahí fuera, tanto por experimentar, tanto por vivir. No entiendo porque la gente deja de soñar. Sí, si lo entiendo... pero... no, en realidad no y no me gustaría entenderlo, creo que eso sería algo que me llevaría a ser irremediablemente triste, eternamente, y como he dicho, no quiero ser alguien triste. Tengo tantos sueños en mí, tantos, que aun siendo inmortal no llegaría a completar la lista y el ser inmortal no entraría dentro de esta. Ser inmortal es otra cosa triste y ya me estoy dando cuenta de que vuelvo a hablar sobre cosas tristes y las cosas tristes siempre llevan a cosas más tristes. Así que será mejor volver a las nubes, pero no a esos castillos encima de las nubes. No, yo no me hago castillos en el aire, aunque sería un bonito ejercicio de arquitectura. Hay algo que debemos hacer, hay algo que somos, hay algo dentro de nosotros que lucha, incluso en lo más triste de nosotros, por salir, por exteriorizarse, por hacerse oír. No creo que soñar incluso con lo imposible sea de locos, creo que es de valientes y aún más intentarlo, de todas las maneras posibles y si en algún momento nos damos cuenta de que eso es imposible, volver a intentarlo. ¡Los sueños son nuestros baúles! Un sueño son miedos y angustia, un sueño son alegría y esperanza. Un sueño son tantas cosas... un sueño es encontrarse a uno mismo. Un sueño vale toda una vida e incluso una muerte y dos y tres. Sin sueños seríamos carcasas vacías y un sueño vale más que todo eso.

¿De que sirve una vida sin sueños? ¿Que sentido tiene todo entonces si no nos dejamos llevar por esos impulsos, si no nos damos la oportunidad de enfrascarnos en nuestra mayor odisea? Nos quedaríamos sin nada. Sin nosotros mismos.

Y es algo que tengo muy claro. Yo sin mí nunca voy a vivir.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Suenas mejor en mi interior

Ese cosquilleo que comienza en la punta de los dedos, como una breve chispa de energía. Un fogonazo de vida que arraiga de sopetón, alertándote de que estás vivo, como si fuese una descarga de electroshock. Comienzas a tararear el estribillo de una canción en inglés, de esas que siempre escuchas pero que nunca acabas por recordar toda la letra. Entonces empiezas a mezclar palabras y a inventarte otras. Estiras los brazos, desentumeciendo tus huesos. Los alzas tan alto que parece que vayas a tocar el techo. Bostezas. Suspiras. Compones una mueca de aburrimiento. Esa chispa aún perdura en pequeñas convulsiones en tu cabeza. Algo te llama desde lo más hondo, algo se activa, algo cobra fuerza, pero no es suficiente para tu alrededor, todo sigue igual, la rutina sigue otorgándote su tributo.

Subes el volumen, sin importante lo que pienses los vecinos. No te importa un pimiento lo que piensen esas personas que sueles saludar por educación. Una educación que a ti te parece farsante, pero que lo haces, porque ya estás acostumbrado a mentir, a mentirte. Te quitas los zapatos, los lanzas de una patada, ni siquiera te molestas en quitártelos con la mano, porque el cosquilleo se está apoderando de tu cuerpo. Quizás los arrojas porque necesitas hacer algo fuera de lo común, pero no te das cuenta de que quizás eso sigue siendo lo común. Te subes en la cama, te apoderas de la habitación, que ahora pasa a ser tu escenario. Tu cuerpo hace cabriolas, tu mente no tarda en imitarlo. La voz del cantante parece desgarrada, parece que esté a punto de romper una ventana, pero cuando da la sensación de que va a hacerlo, de que no le importa mancharse las manos de sangre, se calma. Grita. El CD deja de girar. Aún estás alargando la última sílaba de la canción. Te sientes enfurecido. Ya no alzas las manos, solo aprietas las sábanas. Suspiras. El suspiro queda grabado en las paredes. Te preguntas porqué. Te preguntas porqué nunca eres capaz de terminar el grito como en la canción. Porque el tuyo sigue alargándose, porque siempre se hace eterno, porque no muere a los 3:15 minutos. 

Vuelves a darle al play.