Aullidos del fin del mundo

lunes, 29 de octubre de 2012

Sólo el frío sabe abrazar bien

Amanece frío. No amanece, el sol se encuentra sepultado por una capa de nubes altas. No hay brillo en el cielo, no hay calor en las manos. El mundo parece haber quedado enterrado en el silencio. El viento sopla; me arrastra. Me dejo arrastrar. Hace mucho, mucho frío. Me imbuye el alma. El mundo hoy me parece un gran caparazón vacío y ahí dentro, en esa oquedad, quepo yo. No hay mucho más espacio aunque parezca un gran desierto blanco y frío, muy frío. Sólo me percato del silencio de la música, porque la música está en todas partes, incluso en la escarcha. Justo ese espectáculo marca las horas. El frío nos mueve. El frío nos quema. El frío duele.

Las primeras gotas comienzan a caer. No son las primeras, lleva toda la noche lloviendo. Lleva todo el mes haciéndolo. Me siento húmedo, quizás empapado de toda ese agua que nadie quiere. De toda ese agua que alguien llega a odiar, porque no a todos les gusta la lluvia, no todos saben cobijarse en sus lágrimas, pero a mi sí, a mí sí que me gusta, por eso siempre respiro bajo el agua aunque me atragante y tenga que volver a subir por una bocanada de aire, por eso siempre me abstengo de llevar paraguas, por eso siempre soy el único que sonríe cuando dicen que las temperaturas van a bajar, que las tormentas llegarán, que el cielo gritará, como yo en mi fondo; el cielo se lo hará saber. Mi grito, mi fuerza. Son esos días en los que la melancolía me inspira. En los que los pájaros buscan refugio y en los que yo busco libertad. 

Me pesa el cuerpo. Soy agua. Se ha apoderado de mi cuerpo, mi ropa no es más que otro puñado de congestiones. Soy el único que no tiene a donde ir, que recorre las calles reclamando a los cuatro vientos que no soy de este mundo, que no pertenezco a los días soleados, que me quiero dejar llevar como hacen esas gotas en el cristal, en las alcantarillas, en las paredes, en mis ojos indiferentes. 

Es octubre y es noviembre. Siempre es octubre y noviembre. Son meses que me gustan. Son mis meses, son meses que siempre he aprendido a querer. Siempre seré un pedazo de ellos y ellos, por más que digan, me echarían de menos. Siempre estamos echándonos de menos.

Hay demasiado ruido, hay demasiada lluvia, hace demasiado frío. Es vehemente, agresivo, implacable. Es su llanto. Aquello que se desprende de lo más profundo, del rincón donde nadie debería haber llegado.

Todos esos tañidos que rugen, todos ellos son violentos. Todos ellos siguen rugiendo, no disminuyen su ferocidad. No sientan cabeza. Siempre rugen. Siempre. La gente se asusta, no deberían salir corriendo. Deberían escuchar y dejar que sus pulmones rugieran como leones. Deberían mojarse. Deberían beberse toda el agua. Deberían ser capaces de brillar, como la lluvia, cuando no hay sol. 



Perdería toda la razón

Nunca entendí el motivo de porqué a la gente le gusta jugar. Nunca he entendido porqué nos relacionamos. Porqué nos entrometemos en la vida de los demás. Tan a dentro, tan intrínsecos. Dependemos emocionalmente de otros. Los necesitamos. Forman parte de nosotros y nosotros no somos nadie sin ellos. ¿O sí? Lo somos, pero no los mismos. 

Nunca he entendido porqué te gustó jugar. Porqué alguien, en un determinado momento, decide dejar de hacerlo. Me pasan la pelota, yo la cojo, la vuelvo a lanzar y no la vuelvo a ver nunca más. No llego a comprenderlo. Entiendo que alguien se canse de jugar, entiendo que a alguien no lo guste el juego, incluso entiendo que a veces este no fue nuestro juego, que quizás es más que un juego o que quizás sólo tenías mono de un par de partidos, pero no lo entiendo del todo. No entiendo porqué alguien solo golpea con la pelota., se dedica a marcar, se alza en el campo y se va. ¿No era ese tu preciado juego, no era eso mínimamente importante para ti? Nada más que un juego de niños.

Nunca entenderé porqué soy el último en abandonar el campo. Nunca entenderé porqué soy el único que aún recoge pelotas. Nunca entenderé porqué la personas juegan con otras personas. Jamás entenderé porqué la gente juega así, como si fuesen objetos, con personas que perderían el partido por ellos.

Que incluso perderían la razón.

jueves, 18 de octubre de 2012

Daría todo por saber

Mírame, quién sabe a donde llegaré. No hay suelo ya donde caer. La noche me va a matar y lo único que quiero es respirar. Es este espacio raro que nos aflige los pulmones y nos provoca tristeza. Es este lugar maldito. Esta piel maldita. Es mi cuerpo abstracto, mi mente intoxicada. Mi grito imperecedero. Es mi constante repetición de las cosas, de los hechos, de lo malo que vuelve una y otra vez para acabar con los restos. Vivo en un sinónimo constante. Vil. Pérfido. Nocivo. Maléfico. Infame. Diabólico. Maligno. Dañino. Aciago. Nefasto. Funesto. Cruel.

Me adentro en la crueldad del mundo. En la espiral castigadora. En la soledad de quien no está solo e insoportablemente se vuelve loco porque no tiene a nadie. En la posición de siempre, en la de "¿y si esto no es todo, y si probase a...?"

Irme. A huir. Siempre es la misma pregunta, pero nunca me atrevo con la respuesta. Daría todo por saber que iría bien. Qué me iría bien. Que me haría bien. Si algún día voy a estar bien.

sábado, 6 de octubre de 2012

Adorable incompatibilidad

Son todos esos secretos que nos cortan como unas enormes tijeras desfilando unilateralmente por nuestra piel. Son esas vueltas de campana que nos encontramos al pensar en aquel momento o en aquella persona. Son  todas y cada una de las lágrimas que permanecen solas y que nadie, incluso nosotros, quiere.

Es el miedo a defraudar sueños. Es la rabia del errante, del incomprendido. Es el coraje de volver una y otra vez a un pasado en el que vivimos anclados. Es la cólera de quién no puede hacer nada más que quedarse sentado. Es la pérdida de tiempo en un mundo en el que el tiempo es lo único que no podemos perder. Es la desesperación del eterno retorno. Es la melancolía. Siempre es la melancolía.