Aullidos del fin del mundo

jueves, 28 de marzo de 2019

Ausencia de magia

- Este juego es una tontería.
- Es que no estamos jugando, estamos ordenando la estantería.
- Sigue sin parecerme divertido - exclamó poniéndose de morros y sujetando uno de los libros en su propia cabeza haciendo equilibrismos con él.
- Es nuestro trabajo, querido, debemos mantener al caos fuera de esta sala, y el caos comienza exactamente donde estás tú - le arrancó el libro al pequeño silfo que había empleado a modo de sombrero, y batiendo las alas, lo colocó en la estantería adecuada bajo la etiqueta de "Hierbas medicinales".
- Eres muy aburrida, abuela.
- Y tú demasiado hiperactivo, jovencito - se ajustó las gafas y con una mirada severa hizo que el muchacho retomase el trabajo a regañadientes.

- Veo que sigues con la mismo mano dura de siempre, Vella.
Un silfo de mediana edad asomó por la puerta. 
- Oh, buenos días, Diago - el hada seguía impasible en su misión de clasificar los volúmenes errados-. Hay que enseñarles desde bien pequeños que la vida requiere de sacrificios, o cuando crezcan no sabrán valerse por sí solos. 
Diago le envió una sonrisa compasiva al joven silfo.
- No te quito razón, pero como todo niño, Milo también debe aprender a jugar y a divertirse, o cuando crezca se convertirá en alguien gris y aburrido que se pasa las horas leyendo los mismos libros una y otra vez. 
Milo se empezó a reír mientras su abuela enrojecía como un tomate. 
- Será posible... cuando llegues a mi edad y hayas visto lo que yo he visto, créeme que preferirás sumergirte en viejos libros antes que en la propia realidad. 
- Todos hemos visto cosas malas que querríamos olvidar, pero no siempre podemos hacer como que no existen.
La conversación había derivada a un tono más oscuro de lo que Diago había pretendido. 
- Vamos, Milo, ves con el jefe, que yo aún tengo mucho que hacer y tú solo me retrasas. 
El silfo se encogió de hombros y en un rápido descenso se plantó al lado de Diago, el cual pese a su pequeño tamaño le sacaba un par de cabezas. 
- Oye, no quería decir...
- Vamos, ¿es que no me habéis oído? Fuera, venga, venga.
Los dos decidieron no molestar más y se encaminaron hacia el vestíbulo.

- Oye Diago, ¿puedo hacerte una pregunta?
- ¿No la acabas de hacer?
- ¡Me refiero a otra!
No pudo evitar sonreír al ver su inocencia. 
- Sí, por supuesto, soy todo oídos. 
- ¿Crees que mi abuela me odia?
- Claro que no te odia, bobo. Ella solo quiere lo mejor para ti, y aunque creas que no te lo demuestra lo hace en dosis muy pequeñas.
- Deben de ser muy pequeñas porque yo no las veo.
- Es por eso que tienes que crecer y hacerte fuerte para ver esas cosas que parecen invisibles a simple vista. 
- ¡Hala! ¿Hay cosas que no puedo ver pero están ahí?
- Por supuesto, hay más de las que podrías imaginarte. Están ahí esperando a ser descubiertas.
- ¡Cuando sea mayor seré explorador de cosas invisibles!
- Parece un oficio hecho a tu medida.
Milo levantó la cabeza victorioso y formó dos óculos con sus dedos haciendo ver que llevaba unas gafas que podían ver más allá de la realidad. 
- Me gusta como te quedan, pero deberías guardarlas a buen recaudo o algún explorador más experto podría quitártelas. -Con un gesto ágil, empezó a hacerle cosquillas y se adueñó de sus lentes incorpóreas. 
Cuando el pequeño se recuperó le entró la curiosidad. 
- ¿Qué ves?
- ¡Al enorme monstruo que tienes detrás!
- ¿Cómo, hay un humano detrás de mí? - Milo se asustó e intentó protegerse cubriendo su cabeza con las manos.
- Tranquilo, era solo una broma. Lo único que hay ahí es una escalera, mira.
Le acarició la cabeza y le ayudó a voltearse para que se sintiese seguro. 
- Pero eso que acabas de decir... ¿les tienes miedo a los humanos?
- Mi abuela siempre me está contando historias sobre como esos seres se llevan a los niños si no son buenos.
- No tienes porque creerte todo lo que dice un libro, Milo. Hay verdades que no se recogen en tinta y papel. 
- ¿Entonces no existen?
Diago dudó un momento. No sabía si era el momento adecuado para contarle más de lo necesario. De todas formas, no creía que nunca fuera a encontrarse con uno de ellos. 
- Son de verdad, como tú y como yo. Lo que pasa es que son muy diferentes a nosotros. Ellos no viven tanto tiempo, así que necesitan -vaciló antes de seguir- explorar el mundo para encontrar todas esas cosas invisibles de las que te he hablado hace un momento. 
- ¿Es por eso que nosotros tenemos prohibido cruzar el bosque e ir más allá?
- Exacto. Aquí tenemos todo lo que necesitamos. No tienes que preocuparte por nada. 
- Pero tú ya eres mayor y tampoco has salido de los límites. ¿No te gustaría conocer a los humanos?
- Hay mundos que no deben colapsar.
- ¿Colaqué?
- Imagínate a un pájaro y un pez. Los dos son animales, conviven en el mismo mundo, pero cada uno vive a su manera. Si el pez se quedara fuera del agua no sobreviviría. 
- Pero podrían ayudarse, como lo hace la chica del cuadro.
A Diago le recorrió un escalofrío; sabía de que cuadro le estaba hablando. Por todo el castillo había retazos de dibujos de la misma cara, la de una mujer joven que parecía haber convivido con los de su especie.
- Esa chica es de un tiempo pasado, el mundo es demasiado grande y hay muchos tipos de personas diferentes, algunas muy malas que sería mejor mantenerlas lejos de aquí. 
- Quieres decir que si salimos fuera corremos peligro, ¿verdad?
- Algo así, pero no le des demasiadas vueltas, a penas has recorrido el bosque como para querer ir más allá. Además, es la hora de tu clase de vuelo, ¿no te parece más emocionante?
Milo sacudió sus alas, unas brillantes ramificaciones que le cubrían la espalda y que crecerían hasta doblarle la altura. 
- ¡Sí! He practicado un montón, ya verás.
- Pues venga, adelántate, que yo te alcanzo enseguida. 
El joven silfo cogió carrerilla y se perdió por el infinito pasillo que conducía a los jardines. 
Diago se quedó pensativo unos segundos hasta que reparó en uno de los cuadros que colgaban en la pared, el cual sentía que le penetraba fijamente. Había dibujado el rostro de una mujer de rasgos finos y cabello ondulado, una mujer humana. Se encontraba fuera del mismo castillo en el que residían las hadas y los silfos, y junto a ella había un caballo blanco que agachaba la cabeza para acariciar a la joven con su morro. Los ojos de ella, de un verde inmaculado, parecían abstraídos por un tiempo que ya no volvería. Su sonrisa, una diminuta fisura bajo su redonda nariz, siempre hacía enojar a Diago. 

- ¿No tengo derecho a estar triste, Iliana? ¿No tengo ese derecho después de haberte fugado y abandonado el reino por tu egoísmo? Aún me sigues sonriendo, pero eso ya no surge ningún efecto en mí. Puede que los demás sigan esperándote, pero a diferencia de ti, yo tengo claro cual es mi mundo, y debe seguir sin ti. 

martes, 26 de marzo de 2019

La ausencia que no pasa desapercibida

- Tratas muy mal a la gente que te quiere ayudar, ¿lo sabías?
- Quizás es que no pueden ayudarme y por eso prefiero que se queden al margen.
- No tienen porque ayudarte necesariamente, a veces solo quieren estar ahí, para saber que aún les importas - dijo aclarándose la garganta para que Gabriel se diese por aludido. 
- Es obvio que me importan - se dio cuenta en seguida que su amigo estaba refiriéndose a algo más  y rectificó -, que me importáis, pero hay cosas que prefiero hacer solo. Hay peligros que no me apetece que corran aquellos que están a mi lado. 
- ¿No ves que no tiene sentido lo que dices? Si esos peligros te alcanzan a ti solo, será mucho peor.
- Puedo hacerles frente. Soy valiente.
- Sí, ya, igual que aquella vez que saltaste de la cama asustado porque habías escuchado un ruido y solo se trataba de una ardilla. 
Gabriel enrojeció. 
- Sabes de sobra que no es lo mismo. Esto es serio, Lucco, así que no te mofes como haces siempre. 
- ¡Oye! yo no hago eso... tan a menudo. Vale, sí, es cierto que puedes apañártelas bien por ti solo, pero eso no quita que si te acompaña un guapo galán en tu travesía el camino sea más sencillo. 
A Gabriel casi se le escapa una sonrisa, pero su rostro se tornó serio de nuevo.
- Ya te he dicho que no, así que no insistas, es mi decisión y ya está tomada. 
- De acuerdo, no pondré peros. 
Gabriel se lo quedó mirando extrañado, pero pensó que escuchar esa frase de la boca de su mejor amigo ya era un logro, así que no iba a desaprovechar la oportunidad. 
- Perfecto. Te agradezco que lo entiendas. Hay cosas que uno debe afrontar solo. 
- Pero... - Gabriel suspiró derrotado-, si yo no me inmiscuyo en tu decisión, tú tampoco deberías poder criticar la mía de ir al mismo destino al que vas tú.
- ¿Por qué tengo la sensación de que ya sabía que me ibas a soltar una de las tuyas?
- Para el carro. Lo digo muy en serio. Yo también tengo asuntos pendientes en la gran ciudad.
- ¿Ah, sí, cómo cuáles?
- Como... asuntos secretos que no son de tu incumbencia. 
- Vaya, que misterioso.
- "Hay cosas que uno debe afrontar solo" -trató de imitar una pose solemne para darle más énfasis a sus propias palabras. 
- Estupendo, pues afronta que te vas a quedar aquí y yo me voy a ir mañana cuando salga el sol. 
Lucco resopló, no se iba a dar por vencido. 
- ¿No ves que no importa las veces que me digas que no? Si te vas mañana al amanecer yo estaré dos horas antes ahí. Si te caes, yo intentaré levantarte. Si estás triste por ella, yo intentaré hacerte sonreír.
- Basta. Esto no tiene nada que ver con ella.
- Mira, puedo tolerar que quieras hacerme creer que eres un aguerrido caballero sin temor alguno, aunque seas el hijo de un panadero, pero no me pienso tragar que todo esta pantomima no la estás haciendo por ella. Sé que nadie podrá sustituirla, y estoy convencido de que ella lo sabía, pero no puedes seguir viviendo con la idea de que va a volver, porque ya no está. 
- ¿Y qué si no está? Yo sigo acordándome de ella, no pienso olvidarla, no como el resto, no como tú. 
- Eso no es justo ni cierto. Yo también estuve aquel día, y ella también era mi amiga, pero Gabriel, ha pasado más de un año, va siendo hora de que te recuperes. Estoy cansado de verte perder la mirada en la lejanía, de que tu humor se haya esfumado y de que siempre estés de morros conmigo.
- Eso tampoco es justo ni cierto...
- Un poco sí lo es.
Los dos aguantaron un estoico silencio de dos minutos hasta que Gabriel lo rompió. 
- Vale, puede que tengas algo de razón.
- ¿Algo?
- Sí, algo. No me interrumpas. 
- Vale señor irritado. 
- Siempre he envidiado la forma en que afrontas la vida, con ese humor que parece ser capaz de poder con todo. Da igual la situación, siempre sabes buscarle el lado positivo, pero yo no puedo. No puedo pensar en otra cosa, en qué podría haber cambiado si hubiese llegado antes, si no fuese un pusilánime que se acobarda por todo. No quiero seguir aquí sentado sin hacer nada, como el resto del pueblo. No quiero seguir esperando a que vuelva a pasar y se lleve a otra persona que me importa. Por eso he decidido ser valiente por una vez e ir a buscar respuestas, ir a buscar a otros que piensen como yo, que quieran la libertad que se nos ha robado. Por eso debo ir solo a la gran ciudad, debo hacerme más fuerte, y cuando lo haga vendré a buscaros.
- Eres idiota.
- Y tú no eres un guapo galán.
- ¿Entonces esperamos a que salga el sol o pasamos ya de dormir? 


lunes, 25 de marzo de 2019

Ausencia de principios

Aquellos que desean paz deben prepararse para la guerra. 

Que frío hace aquí. Nunca había sentido un frío igual, ni siquiera cuando el invierno más crudo asolaba nuestras tierras. Parece que el aire se cuele en tus huesos y llegue a congelarte cada articulación del cuerpo. Por si eso fuera poco además la oscuridad parece interminable. Allá donde mire lo único que puedo advertir son sombras difusas que se mueven entre los diversos tonos de negro. De alguna forma sé que no estoy sola, y eso no es algo que precisamente me alivie. 

Lo último que recuerdo es un grito que todavía me acompaña, pero no puedo distinguir si es mío o de otra persona. Recuerdo que era un día especial, que estábamos celebrando algo. Era un evento importante, pues recuerdo muchos rostros en el salón real. También me acuerdo de que yo no debería de haber estado ahí, pero necesitaba escuchar. Había algo que necesitaba saber, no podía quedarme de brazos cruzados esperando unas órdenes que nunca llegarían. Mi padre se erigía en medio del tumulto aguardando silencio. Su túnica nívea contrastaba con la de los rojos escarlatas de los demás caballeros que se postraban expectantes. Siempre me había parecido un hombre en quien confiar, hasta que le escuché pronunciar que el plan de defensa consistiría en sacrificar a la mitad de los suyos. 

Tengo muchas imágenes borrosas a partir de ahí. No sé muy bien que aconteció después. Entre toda la confusión no fui capaz de moverme de mi escondite. Me había ocultado entre las prendas de un robusto armario. Una lanza había traspasado la madera justo a pocos centímetros de mí, lo que me dejó aún más petrificada. Por suerte pude llegar a utilizar ese agujero para entrever que es lo que estaba sucediendo allí fuera. Se había desatado una masacre. Habían llegado refuerzos enemigos de todas partes. Pude reconocer a algunos hombres que instantes atrás le estaban jurando lealtad a mi padre, que ahora intentaban cortarle la cabeza. Se había abierto una brecha en la gran vidriera que reposaba tras el trono donde se colaban millares de puntos negros que no supe descifrar si eran murciélagos o cuervos monstruosos. Iban en manada, como una gran nube de insectos que juntos daban la impresión de formar un dragón enfurecido. Entre ellos, de alguna forma, apareció él. Sus tatuajes le cubrían la mitad del rostro, y la otra mitad era imposible de adivinar ya que la ocultaba tras una máscara de aspecto siniestro. Pero no necesitaba carta de presentación, todo el mundo sabía que la única persona con tamaño poder no podía ser más que el rey del ocaso. Su presencia solo podía significar una cosa, la guerra tenía un vencedor. 

No sé muy bien que fue lo que me provocó la primera gota de sangre, pero una vez desperté entre las sombras supe que no había vuelta atrás. Perdí de vista a mi padre mientras mi cabeza se nublaba. De alguna forma me había atrevido a salir de mi escondite para ser útil, pero todo lo que pude aportar fue un grito sordo antes de caer en la oscuridad  absoluta que rodeaban sus ojos. 

Realmente no me acostumbro a este frío. No me acostumbro a estar pero a la vez no hacerlo. Es como si la única parte que pudiese controlar de mí fuese mi pensamiento. No me imaginaba que el final tuviese continuación, uno en puntos suspensivos. Todo lo que me queda ahora es contemplar un abismo de desolación. Ser parte del enjambre. Incluso las princesas no somos más que un peón caído para la verdadera intención de la lucha por sobrevivir.


domingo, 24 de marzo de 2019

Ausencia de héroes

El traqueteo del destartalado carro despertó al niño de su sueño. Al quitarse las legañas pudo comprobar que seguía todavía de viaje, pero que al menos el paisaje había cambiado. En la oscuridad del trayecto a penas había podido vislumbrar nada, pero ahora estaban llegando a una de las ciudades más pobladas y vivas del reino, lo que significaba un montón de luces allí donde clavase la mirada. Había de todos los colores. Casi parecía que estuviesen celebrando algo, pero el niño sabía muy bien que en esos días aciagos de guerra la única celebración que había se hacía dentro de las casas al tener la suerte de probar un plato de comida antes de dormir. 

El ruido de las ruedas crujió al pisar piedra en vez de la gravilla a la que estaban acostumbrados. El ruido se multiplicó y con él también lo hizo la gente. Había decenas de personas allá donde mirase y todas ellas parecían ir en una sola dirección. Se asomó por la pequeña ventana que tenía a su vera y pudo contemplar como el camino por el que conducían desembocaba en un castillo al que no podía desentrañar donde terminaba la construcción más alta. 
Sin embargo su vehículo se detuvo mucho antes de llegar al final de ese recorrido. Pagó las diez monedas que tenía en el bolsillo y de un brinco se adentró en la gran ciudad. 

Había pasado la medianoche y era peligroso que un niño de su edad correteara solo por esas calles, pero el muchacho estaba acostumbrado. Además, sabía perfectamente donde tenía que ir. 
El tañido de unas pequeñas campanas le recibió al entrar en una taberna repleta de música y gente pasándoselo bien. Se coló entre las dos barrigas de un par de hombres un tanto achispados gracias al alcohol y se dispuso a buscar las escalares que le llevarían a la segunda planta, el lugar donde le esperaban. 

Cuando las detectó empezó a subir los escalones de dos en dos, pero el sonido de una lira le dejó absorto. Al girarse vio como un enanísimo individuo había trepado a un taburete para hacerse oír. Con aquel instrumento que le provocaba al niño una calidez en el pecho, aquel hombre empezó a recitar la leyenda de los héroes:

"Tiempo atrás, antes incluso de que los dragones surcasen los cielos, ya se había desatado la guerra que a día de hoy nos ejecuta. La esperanza, de la misma forma, estaba perdida. No había nada que hacer más allá de esperar lo inevitable. 

Una de las batallas más violentas había arrasado los límites de la capital. Solo quedaban los lamentos de los heridos y la pena de los muertos. Justo en ese lugar trotaba una joven mujer encapuchada que parecía estar siguiendo el rastro de las refriegas. Solo se paró un instante ante aquel paisaje dantesco para negar con la cabeza y seguir su camino. A cada paso que su caballo daba, la tierra se volvía de un color más vivo, como si la vida se abriese paso a través de ella. 

Al mismo tiempo que la misteriosa mujer iniciaba el galope, un chico de su misma edad clavaba su bastón en aquel cementerio. Se deshizo de su abrigo y se lo entregó a un caballero al que le habían cercenado la pierna derecha. Ya en las últimas, a penas pudo agradecerle aquel gesto a ese joven con barba incipiente y un extraño palo de madera ribeteado con un velo semitransparente que parecía ser importante para él. 
No tardó mucho en hacer efecto, pues en el punto donde había dejado de sentir su pierna, ahora incluso imaginaba que podía moverla de nuevo. Seguramente se debía a su pésimo estado; estaba convencido de que le había llegado el turno de morir. 
Sus ojos se aferraron a la débil luz del fuego que aún les acompañaba, o mejor dicho, que le acompañaba, pues aquel chico se había esfumado, y con él, el dolor que sentía. 

No demasiado lejos de ahí se encontraba el tercero de nuestros héroes, un muchacho de pálida tez y vestimentas oscuras. Parecía no ser consciente de lo que acababa de hacer. Sus ojos buscaban una solución, pero la única respuesta que estos le daban es que de alguna forma había alzado a todos los muertos, y con ellos la esperanza de un nuevo amanecer"


sábado, 23 de marzo de 2019

Ausencia de luz

Puedo sentir vuestra libertad desde aquí. Desde los confines del infierno, donde todo arde y todo se vuelve carente de sentido. Donde todo lo que creas se destruye, pues no tiene ninguna utilidad, y aunque la tuviese no hay ninguna salida donde poder aprovecharlo. Solo espero que podáis sentir mi furia allí donde estéis. 

Estoy contenida en un espacio extraño. No sé muy bien si es de día o de noche. Aquí el tiempo parece estancado, confinado en una amalgama que te hace creer que el agujero donde me encuentro es más grande de lo que en realidad es. Está creado para jugar con mis ilusiones. Para darme esperanza y después quitármela. 

Paso las horas en esta plaza sempiterna recreada exactamente igual al lugar donde me quemaron. Las llamas perennes son mi única iluminación aquí abajo, o aquí arriba, no sé muy bien donde ubicarme. Al menos ya no me hacen daño. Recuerdo el desgarre de mi piel cada vez que esas mismas llamas crecían y me rodeaban con su gran lengua de fuego. Recuerdo ver el fulgor en sus ojos. Recuerdo como algunos sonreían pensando que yo era la culpable de sus males. Como lo disfrutaban. Como disfrutaban del dolor ajeno. Que tristes humanos. 

Algunos pensarán que no hay nada peor que la muerte, pero están muy errados. Esta inmortalidad accidental con un futuro totalmente oscuro me hace desear estar enterrada bajo tierra. Echo de menos a la luz y como ella sola puede cubrir un campo de flores con su mera presencia. Respirar la naturaleza y reconocerme entre su fauna. Me gustaría escuchar al viento una vez más, el rugido del mar y no este crepitar constante de fuego y ceniza.

Al final lo que creían un monstruo no es sino la invención de otro monstruo. 


miércoles, 20 de marzo de 2019

Ausencia de fortunas y princesas

Me toca volver allí. A una habitación con vistas a una gran ciudad, o a lo que queda de ella. Te veo en la oscuridad, paseando entre las ruinas, perdiendo tu mirada en todos esos desconocidos que para ti significan algo más. Seguro que si estuvieses aquí me dirías que si busco bien entre todos los escombros podría desenterrar algo valioso, aunque no se aprecie a simple vista. Siempre tenías una sonrisa para cualquier persona que la necesitase. Siempre veías lo bueno en los demás. 
No me vendría nada mal ahora una de esas. 

El viaje de volver, de redescubrir lo ya pasado es una travesía que debería guardar cierto dulzor, pero cuando me encuentro todo este polvo en la palma de mi mano me doy cuenta de que no hay nada que pueda descubrir ya. Todo el reino se ha sumido en la más absoluta oscuridad. Ni siquiera el sol se atreve a asomarse en esta época primaveral. 

Cada paso que doy a tus aposentos es una espina más clavada en mi pecho. Sé con toda la certeza del mundo de que no te voy a encontrar allí. Válgame Dios, no te voy a encontrar en ningún lugar porque ya no estás, pero tu sombra me persigue a todas partes. Creo que si vuelvo al punto de partida podré despedirme de tu fantasma. De hecho, creo que podré despedirme de todos los fantasmas. Aquí ya no queda nadie a quien desearle los buenos días. 

Tu cama guarda un poco de ti. Mentiría si dijese que aún puedo olerte entre toda esta peste que emanan las ratas que han venido a saludarme, pero hay un poco de tu esencia. Ese color carmesí de las sábanas gritan tu nombre. Yo también lo gritaría ahora mismo si tuviese la suficiente fuerza como para hacerlo. No me queda ni un hilo de voz. 

Es curioso pensar que tus padres creían que aquí arriba serías feliz y crecerías sana. Todo lo contrario. Aquí solo sobrevivías a otro día de traumas, e incluso y así eras capaz de brindarme una sonrisa desde la ventana cada vez que venía a verte. Yo solo quería escalar como en todos esos cuentos de príncipes y princesas, pero no todos estamos hechos de la misma pasta. No podía ser quien te complaciera. No al menos a los ojos de los demás. 
Todos me miraban. Lo hacían todo el tiempo. En mi interior batallaba una guerra de cabeza y corazón. Hasta que se desató la verdadera guerra. 

Creo que necesito lavar mi memoria. Borrar imágenes que aunque no pueda hacerlas desaparecer se difuminen hasta un punto en el que pueda descansar tranquilo. 
A quien quiero mentir. Aquí fuera no se puede dormir sin tener un ojo abierto. Aquí el hambre prima y el amor no es más que una mera fantasía de los antiguos. Tú ya no estás, y yo, el que era antes, esa persona que conocías, que conocía, pertenece a otro mundo. 


viernes, 15 de marzo de 2019

Ausencia de coraje y fantasía

Suelo tener buenas intenciones antes de apuñalarme por detrás. 

Los castillos de naipes no duran para siempre. Una pequeña corriente de aire y el desastre se viene encima. Y es que aunque todo parecía ir bien, en el momento menos esperado puede ocurrir un huracán y hacer que todos esos planes que creías poder realizar salgan volando como un mero espejismo más. 

El rugido del último dragón se escucha en la lejanía. Aquejado por la edad y la soledad pasa sus últimas horas en lo más alto de la montaña. Allí nada ni nadie puede ni molestarle ni socorrerle. Se calienta con su propio fuego, una débil llama que ni siquiera alumbra el bastión que lo ha acogido. 
Hay un pequeño recoveco por donde suele asomar la cabeza y perderse en la infinitud de nubes y sueños que le atormentan todas las noches. Se pregunta si quedará alguien de su propia raza. Si realmente es el último de su especie y nadie puede ayudarle a comprender el porqué ha llegado hasta ese lugar sin rumbo ni compañía. 

Antaño movía las alas como un grácil pájaro enorme bañado en oro. Deleitaba a los suyos con piruetas y grandes bocanadas de un fuego abrumador. Pero ahora se había quedado frío y su cuerpo a penas podía transmitir toda esa luz que una vez brilló con él. Sus escamas habían perdido todo el color e incluso su ánimo se había rezagado a un humor austero y sombrío. 

Ya hacía años que había decidido cerrar las puertas de su castillo y la de su corazón al público. Hacía demasiado tiempo que dormía incluso despierto. Quizás ya ni siquiera era el último de los suyos. Para los tristes humanos seguramente él ya estaría muerto e inscrito en la larga lista de dibujos en los murales de los mitos. 

Suspiró y con el suspiro emergió una llama indecisa. El poder aún residía dentro de él. A lo mejor aún había algo de esperanza. Pero no en aquel lugar en ruinas y aún menos dentro de la propia prisión que se había autoimpuesto. 

Se volvió a escuchar un rugido aterrador en la lejanía. Esta vez imponía respeto y determinación. Incluso podía detectarse un rastro de miedo mezclado en ese grito triunfal. Aunque ese miedo venía acompañado de una sensación distinta. Daba la impresión de que realmente alguien estaba enfadado, pero que iba a remediarlo muy pronto. 

miércoles, 13 de marzo de 2019

La ausencia del corazón del reino

Este es nuestro pacto tácito. Devolveremos el orgullo que nos han hurtado. Resistiremos el azote de las pausas que nos queman. Mantendremos a flote este castillo ambulante al que solo le sostienen los cimientos. 

Has vuelto aquí. Te diría que es un placer, pero estaría mintiendo. La verdad es que ya no sé que más aconsejarte para derrotar a todas esas tropas ennegrecidas de cuerpo y alma. No tengo nada que ofrecerte para poder acabar de una vez por todas con esos espíritus inmortales que nos acechan allí fuera. Quizás la clave está en sentir el odio que ellos sienten. Comprender lo que sufren para poder romperlos por dentro. Ellos no recuerdan lo que es ser amado. No se han sentido personas durante mucho tiempo. Solo saben correr y luchar. ¿No te recuerdan a alguien? Su maldición es la misma que la tuya. La única diferencia está en que tú todavía puedes salvarte. 

La ausencia de su corazón es irónicamente lo que los mantiene en pie. 

lunes, 11 de marzo de 2019

Ausencia de moralidad y escudos

Pero vamos a ver, ¿eres imbécil o cuál es tu problema? De verdad que no entiendo como es posible que tú mismo seas la persona que se entierre todos los días un pie más bajo la tierra. 
Ha llegado un límite que ha cruzado lo irreal.

Me está costando escribir esto. Se me nubla la cabeza al teclear. Estoy tan atento... no, esa no es la palabra. Soy tan consciente de mi realidad, pero es una realidad distinta, soy consciente de la realidad ambigua que me proclamo. Estoy tan... tan... joder. Me refiero a que estoy tan sumergido en mi propia oscuridad que me saboteo. Pero no es como las otras veces. Ya no soy capaz de controlarme. Es como un pedazo de cristal que ha sido pisado por un coche y luego otro y otro y otro y así hasta que ya no podrías ni considerarlo un trozo de cristal. 

Sé que el cambio reside en mí. Que soy la única persona capaz de levantarme y abrir los ojos y quitarme esta venda negra de mierda. Se supone que llegará un maravilloso día en el que no me duela tanto abrir los ojos y yo mismo me diga: eh, ahora es el momento. Espabila. Cambia de rumbo, de aires, empieza a vivir de verdad. Pero es que no llega. Y no va a llegar a este rumbo de precipicio. 

Estoy enfadado prácticamente todo el día. Mi humor ha dejado de ser lo que era. Ya no quiero compartir, solo quiero hacerme una gran bola y decirle adiós al universo todo lo que me sea posible. Huyo de ver la luz del día. Joder, si es que ni siquiera soy capaz de levantar la puñetera persiana. No tengo ganas. Me asfixio constantemente. Es como una gran presión que debo escupir por algún recoveco de mi cuerpo. 

No sé cual es el punto de seguir escribiendo toda la basura que se me pasa por la cabeza. No avanzo. Me niego constantemente. No a esto, no puedo, no sé, no soy capaz. He trabajado tantos años con estas palabras, con estos "deberes" que siempre dejo para última hora. 

Estoy cansado. ¿Cómo es posible que esté tan cansado siendo tan joven? Y esta es otra de las cosas que intento día tras día. Dejar de imposibilitarme. Dejar de vivir en el pasado. Dejar de machacarme y de decirme que mi "tiempo" ya ha pasado, que no tengo futuro. Puede que no sea el futuro más brillante... pero quiero tener uno.

Soy mi propio diablo. 

Joder, pero es que es tan sencillo. Es tan fácil recuperar aquello que empezaba a germinar. Pero lo corto todo por lo sano. No dejo títere con cabeza. Todo aquello que empiezo debo eliminarlo. Soy como una especie de robot exterminador. Todo pasa por mi filtro aniquilador. Incluso yo mismo. Me elimino. No quiero existir y me voy desintegrando por partes. La verdad es que no sé si quedan muchas más. 

¿Cuál es mi propósito? ¿Sirvo para algo? ¿Voy a pasarme el resto del tiempo pensando en que he tomado las decisiones equivocadas y que ya no hay vuelta atrás? He abandonado a toda esa gente ahí detrás. Me he dejado. He parado el tiempo en mi cabeza... pero la arena sigue cayendo. 

¿Por qué tuvisteis que hacerme tanto daño? ¿Quién os dio permiso para romperme tan pronto? ¿Quién os dejó entrar hasta el final solo para contarme que ese era realmente el final que habíais planeado... sin mí?

Solo quiero acabar con todo esto. Quiero poder levantarme sin la obligación de repetir algo que odio día tras día. ¿Es tanto pedir? Poder despertarme con ilusión. Con ganas de aprender y descubrir cosas nuevas. Con ganas. Quiero hacer lo que me gusta hacer. Y quiero hacer tantas cosas. TANTAS COSAS. 

Necesito que mi espíritu se mueva. Muévete. MUÉVETE JODER. 


domingo, 10 de marzo de 2019

No pretendas huir de la ausencia del calabozo

Amanezco aturdido junto al ruido disperso que me produce este tormento. No sé si me duele más este vacío o tu escueta respuesta. Está claro que ya no encuentro palabras que acallen toda esta furia contenida. No es mi estilo recuperarme pronto. 

Cada argumento esgrimido ha dejado de tener peso. Se le ha despojado de significado. Nunca es el momento perfecto para tener razón. 
Todo me recuerda al color del blues. Un azul tan pálido que necesitaba una categoría para él solo. Un pesar que torturaba hasta las entrañas. Una tristeza tan exorbitante que no podía medirse en palabras. 

No. El amor no puede salvarme. Tampoco puede cambiarme. Ya ni siquiera puede culparme.
Supongo que estoy olvidando mi brillo. Joder, no sé. Estoy cansado de formar parte de la generación de los perdidos, de los desagradecidos, de los tristes y ausentes. Debe de haber algo más que este calabozo. Debe de haber algo más que el reflejo tremebundo del fuego en la pared. 

domingo, 3 de marzo de 2019

Ausencia de caballería

No tengo consciencia del paso del tiempo. Todo gira de forma turbulenta. Todo se convierte en un refugio breve que se extingue después. 
Tiemblo cada vez que me miro al espejo y veo en lo que me he convertido. He perdido todo atisbo de esperanza. Lo peor es que hay días en los que ni siquiera recuerdo mi voz. Hay días que no llegan ni a suceder. 

Supongo que esta es mi dirección. Ausente presente. Un estado de descompresión constante. Tengo tanta mierda que extraer que toda esta basura se amontona en las estanterías. Soy un filtro de oscuridad que vomita depresión. Creo que dentro de toda esta neblina me he vuelto lúcido conforme mi naturaleza y aún consiento más tristeza de la que debería ser capaz de digerir. 

No me sirve. ¿Pero qué puedo hacer más allá de tolerarlo y sufrir? No puedo ponerle un remedio tan inmediato. No van a venir refuerzos. No hay caballería. Estoy solo en esto. Tengo que escalar con las manos llenas de roces y heridas. Debo encontrar un equilibrio entre todo este caos. 

Escuece. 

sábado, 2 de marzo de 2019

La ausencia de los reyes caídos

¿Si no me das la posibilidad cómo quieres que lo intente? 

Amanece otro día más con las voces de la gente. Ansían libertad mientras me roban la mía. 
Me dicen que estoy en ese punto álgido del equilibrio. En un momento donde si no saltas te ahogas. Si no corres el mundo te atropella. No paran de hablar y de decir que es demasiado tarde. Invocan reuniones para debatir que nadie quiere sonar como yo. Nadie me toma en serio. 

Yo las quiero silenciar. Quiero enterrarlas en el polvo como a los reyes caídos. Quiero convertirme en mi propio regente. Dictar la vida que se me esfuma entre los dedos. Aparcar estos ritos satánicos que me menguan y me vuelven invisible. 

Languideces con los años, y con los años el silencio se hace fuerte entre paredes. Te extingues en la memoria pero no en los rincones. ¿Es que no lo ves? Este es mi dolor.