Aullidos del fin del mundo

domingo, 31 de diciembre de 2017

¿Cuánto deseas arriesgar?

Estaba pensando en que me había llevado de este año. A estas alturas, está dando su último aliento y no me gustaría despedirme sin darle un fuerte abrazo. 

Me vienen imágenes de personas. Gente a quien ya quería, gente a la que he aprendido a querer y otras, que por cosas del destino, he tenido que aprender a vivir sin su amor. 

He dedicado más tiempo del que me gustaría al océano. He vertido tantos pensamientos allí que estoy convencido de que le podrían poner mi nombre a un nuevo mar. 

Mi sol menguó durante muchos días. El invierno duró de enero a diciembre. Tuve que acostumbrarme a vivir en acústico. 

He encontrado una nueva sinfonía. Una que me acompaña todo el tiempo. Como si se tratase de la banda sonora de una película. Al escudriñarme por dentro me he sentido como una pluma que se ha dejado llevar por el viento. Sin rumbo, sin dueño. Lo único que podía escuchar todo el tiempo era esa música atrapante, que me envolvía en una manta y a la vez en una telaraña. 

Nunca había caminado tanto tiempo solo. He aprendido a echar de menos. A hacerlo tan fuerte que me dolía el pecho. Pero nadie me ha enseñado a coser esas heridas. A volver sobre mis pasos y que no me doliese el corazón. He perdido la cordura que me quedaba. Me he vuelto hielo, tan frío que era incapaz de transmitir. 

He abandonado sueños y he retomado nuevos desafíos. Me he deshecho como en una taza de chocolate caliente, deslizándome por las grietas que a primera vista no se ven. 

Me he estrellado. He roto mis alas. Ha sido un golpe tan duro que todavía debo permanecer en tierra. Cada vez que me miro el brazo recuerdo el día que me crecieron. Como las vi extenderse y dejar que fluyesen solas. 

He abierto mi mente pero he cerrado mi cuerpo. Ese ha sido mi mayor crimen del año. 

Debo de verme patético escribiendo lo que siento, pero es de las pocas cosas que me mantienen despierto. De las únicas cosas que logro no abandonar.

No puedo despedirme sin pedir perdón. Sé que he sido imperfecto, egoísta y distante. Sé que debo aprender más rápido, trabajar más y cuestionar menos.

Pero quizás esa es la mayor lección que me llevo a casa, al hogar que tengo dentro de mí. Que las personas somos diferentes, que no hay nadie a quien parecerse y que todos los caminos nos llevan por senderos separados porque no todos estamos destinados a las mismas cosas. Que mi meta es la que yo construya y no a la que me dirijan.

Aún queda mucho, muchísimo tiempo hasta que pueda tomar LA DECISIÓN. Aquella que cambiará mi mundo, que lo moldeará al que tengo en mi cabeza. Pero todas estas restas, todos estos números que significan días... no puedo mirarlos por encima del hombro y dejarlos escapar como las hojas que caen en otoño.

Confiar en mí es tan complicado que será la tarea que me mantenga vivo durante el año que se asoma. Nunca es tarde para aprender...

... como tampoco lo es para romperme durante unos pocos minutos por ti. Soy tan vulnerable a tus colores que no puedo evitar que nazcan lágrimas de todas las partes de mi ser. Estoy aquí. Sigo luchando. Nunca entenderás lo importante que eres para mí. El dolor que me causas, aunque estemos a planetas de distancia. No sabré de ti, pero aún mantienes mi latido. 

Lo arriesgaría todo. 

domingo, 24 de diciembre de 2017

La batalla

Debería estar compartiendo esta noche. Abrazando a los míos, brindando porque hemos sobrevivido. Pero me he caído. Me ha invadido el miedo. He perdido la batalla.

Me encuentro débil. Lleno de fantasmas de la navidad. No soy capaz ya ni de ducharme, de despejarme, de ver el día con otra cara. 

Creo que he llegado al límite. Lo he intentado explicar, pero creo que es algo que solo me sucede a mí. Es como si estuviese maldito, como si estuviese enfermo de verdad. No veo las cosas con claridad, me cuesta concentrarme y duermo aferrado a la almohada intentando despertar de esta pesadilla que se repite constantemente. 

He perdido el rumbo, la lógica y la inspiración por vivir. 

Sé que hay demasiadas cosas por las que luchar, que hay un mundo tan grande que estoy seguro que en algún lugar hay un pedazo para mí, pero me he rendido. Este año está pesando más de la cuenta y parece que sea el único loco capaz de ver que las cosas no va bien. 

Deseo tanto poder mover página, poder volar, irme lejos, aventurarme en lo salvaje. 
Estoy tan atado, tan aterrorizado, tan tan y tan triste...

Quiero dejar de llorar, pero nada ni nadie me da motivos para parar. Esta batalla está durando demasiado. De una guerra no se sale al menos que estés herido, así que no entiendo cuanto tiempo más debo permanecer en la trinchera. Si es que hay una salida. Si es que alguna vez me voy a recuperar del golpe que aún me duele. 

Ni siquiera necesito ganar.

lunes, 18 de diciembre de 2017

No pierdas más días

Es todo tan embarazoso que matarías por poder esconderte bajo un caparazón de tortuga. Levantarías la cabeza con miedo a que te reconocieran y volverías a retomar la marcha paulatinamente a algún lugar que aún está por descubrir. 

Propones y luego te acobardas. No tiene sentido apostar por un futuro que el presente no te cubre. 
Ya llegará, ya habrá un momento para remediarlo. Todo eso te aletarga, te deja en una extraña habitación donde lo único que ocurre es que estás alargando un dolor inevitable.

¿Qué tal te parecería enfrentarte de vez en cuando al problema actual en vez de enviarlo de viaje a la otra punta del mundo? 
Cuando piensas que todo lo bueno solo ocurre en algún otro sitio quizás tengas razón. Puede que debas coger un vuelo más a menudo y plantarte en el aeropuerto con los deberes hechos. Si todo aquello a lo que aspiras no está cerca de ti, seguramente lo estaría si eres tú quien te aproximas. 


martes, 12 de diciembre de 2017

Yo sigo jugando solo

Quedamos ella y yo, en un rincón. Todos los demás ya están en clase. La sirena hace rato que ha sonado pero no me apetece subir ningún peldaño. El patio está vacío, pero no me despego de la sombra del árbol. Mi imaginación corre en una pista interminable. Nadie me ata, no hay fantasmas que me digan lo que tengo que hacer. Aunque pase el tiempo estoy a gusto en este lugar. No me aterra, no me dan ganas de salir huyendo. No quiero subir esas escaleras y ser uno más en ese pelotón militar.

Aunque me toque jugar solo, aprendemos más. El sueño y el miedo se abrazan contando los minutos que les quedan hasta que les quiten la pelota. Ya nadie prefiere esto. Todos crecen y se olvidan de la vulnerabilidad.

Yo necesito una razón, un motivo que no me apague como a las cenizas. Yo sigo jugando solo incluso cuando la nieve cubre todo el patio. El verano que me derrite está en sus palabras, en las marionetas que me hablan. Quizás tienen razón y ya no queda tiempo para divertirse. Quizás deberían castigarme eternamente. Ponerme de cara a la pared y enfrentarme a todo aquello que ahora solo queda a mi espalda. 

El dolor no se detiene. Ya no hay amor. Ya no queda.

Echo de menos la inocencia de cuando te introducías en un grupo porque teníais en común una simple sonrisa, un deseo de compartir un rato feliz. Ahora los columpios se mecen con el viento y los castillos de arena se pagan con impuestos. 

Hoy ella me sigue susurrando que nunca deje de volver a cuando creía.