Aullidos del fin del mundo

lunes, 31 de diciembre de 2018

No habrá más enfados este año

No te ofendas, pero nadie dijo que fuese a ser fácil. Terminar de esta forma quizás sea un tanto desalentador, pero aún no he perdido toda la esperanza. 
Sigo enfadado. He estado muy enfadado durante mucho tiempo. Al principio no entendía muy bien de donde provenía y eso me hacía perder los nervios incluso más. Pero conforme me iba adentrando en el año, más me iba dando cuenta de que el mayor motivo de mi ira no era otro que el de no saber responderla. Era tan sencillo... La razón es que no había razones para no estarlo. No había encontrado el pretexto exacto para liberarme. 
Es el ancla que aún llevo colgada en mis manos la que me hunde sin remedio y me arrastra por el océano. Es todo el peso de las malas decisiones y de las oportunidades perdidas las que me remolcan hasta lo más profundo. Es, sin lugar a dudas, toda la apatía que he ido acumulando durante estaciones, la que pone la guinda al pastel y me derrota sin la posibilidad de contestar y arremeter. 
Es tanta la furia que me ocupa en este pobre cuerpo, que solo puedo pretender renunciar a ella el último día del año con mi último anhelo. No hay nada que pueda querer más que desertar de esta batalla y despedirme de un mal que a nadie le deseo. 

Está bien, no te preocupes. Una vez más, yo sé que todo irá bien. 

domingo, 23 de diciembre de 2018

Hay motivos para enfadarse

Escapó de la ciudad y fue entonces cuando ya no sintió nada. Exhausto de los nuevos comienzos, decidió no volver a empezar; en vez de eso, tomó la ruta más difícil para aquellos valientes, que como él, seguían asustados. 

No abandonó su antiguo hogar. Dejó allí una pequeña parte de su alma. Se enterró en las calles por las que solía pasear y en los bares que tantas tardes de diversión le habían regalado. Se mezcló en los recuerdos de aquellos a los que nunca olvidaría, aunque por motivos de la vida ya no vería jamás. Se escondió en sus zapatos, pisando con más fuerza esta vez, teniendo por seguro que su victoria precisamente se encontraba cuando era capaz de dar unos pasos al frente. 

Sus convicciones nunca dejaron de latir. Creció y con los años su mente se expandió. Aprendió cosas nuevas y se cultivó en el amor. Allí donde tanto daño le habían hecho, encontró la cura para él amar con más cuidado; y si fuese necesario, huir con más cariño. 

El balance con su caos siempre fue su talón de Aquiles. Se dejaba arrastrar por el frío de diciembre mientras se perdía en el camino de la soledad y la juventud que le arropaban. No quería escuchar a los demás, no quería verse obligado a escoger un camino que le resultase un pequeño infierno. Había huido porque se sentía vació en un mundo que para él no era real. A veces soñaba con gritarle a la gente que aunque no tuviese nada que mostrar podía llegar a ser el héroe de alguien. Que quizás ellos no eran tan diferentes, y que aunque no compartieran el deseo de fundirse con el blanco de la nieve y empezar a volar tan lejos como fuese posible, quizás dentro de todas aquellas personas también se encontraba alguna con el mismo miedo que le atenazaba cada vez que en su mente se propagaba la idea de huir de nuevo. 

La verdad, la que esgrimía por salir de su cuerpo, la que le dirigía como un autómata y le obligaba a parar y a luchar contra su propia sombra, era la mejor herramienta de la que disponía para que aquella libertad que tanto ansiaba fuese la respuesta a un camino sin salida. 

Realmente estaba enfadado por no ser suficiente, por no creer más. Pero esta vez sería distinto, esta vez dejaría de desaparecer. 

martes, 18 de diciembre de 2018

Estoy muy enfadado

¿Ya te has quedado dormido? Vaya novedad. ¿Otra vez en tu peor momento? Puede que a estas alturas aún no haya aprendido a aceptar las cosas tal y como vienen. Todavía necesito saber reaccionar y salir de este largo. Soy como un cuervo blanco; difícil de ver y de poca supervivencia. 

Sé que te he fallado por culpa de vagar en este denso mar de soledad. No puedo hacer más que confundir mi duelo con el final. Lo repito como una cinta de música antigua. Me quedo sentado mirando a la luna y pasando frío mientras el tiempo me abofetea cada vez con más intensidad. 
Aquella vez fue apabullante. Sentía que estaban todos solos menos yo. De alguna forma había aprendido a abrazar esa soledad que convive conmigo y me sentí arropado entre tanta desprotección. 

Hay algo que me empuja y me insta a no apagarme. Es casi opresivo, como una fuerza de la naturaleza que no quiere dejarme caer tan fácilmente. A veces pienso que tengo suerte de tenerla a mi lado, de no perder nunca esa esperanza ni aunque mi corazón esté en su mayor enfado. 

Y es que lo que siento con más fuerza es ese cabreo monumental. Esas ganas de romperlo todo por la mitad y gritar al mundo todo aquello que me disgusta de él. Todas las injusticias que se proclama y todas las tareas que aún tiene pendientes por resolver. 
Me da rabia no poder ser más que un mero espectador que no puedo interferir en su plan maestro. Es una impotencia que me genera más impotencia. Pero por su culpa, después de ser capaz de llorar y de enfadarme como el que más soy capaz de creer que es posible rasgar esa perfección y contribuir a un cambio que está por venir. A una generación distinta. A algo que se podría hablar en los libros del futuro.

Estoy enfadado. Estoy cansado y desgastado. Estoy tan harto que muchas veces pienso en tirar la toalla y dejarme llevar por esa corriente donde el que decide en tu vida es otro, porque todo me viene demasiado grande. Pero es este enfado, este odio a lo inamovible lo que me vuelve impertérrito y logra hacerme sentir capaz de seguir luchando.