Aullidos del fin del mundo

viernes, 26 de febrero de 2021

Conversación conmigo mismo

 He seguido excavando hasta que mis ojos han podido acostumbrarse a la oscuridad, a esta realidad del momento. Mi cuerpo ha dejado de moverse, mi voluntad se ha esfumado y mi esperanza se ha estrellado contra el tiempo. 

Todas mis ideas se han quedado aquí, revoloteando en un espacio en blanco, esperando el momento adecuado de ser expulsadas de mi corazón. Así que no hay nada ordenado, nada tiene sentido y no espero que nadie espere ya nada de mí. Simplemente sigo avanzando en esta espiral que me atraganta con sus fauces, que me indigna y me impide dar más de dos pasos seguidos. Esta ruptura ha sido distinta, ha sido más salvaje, más feroz. He sentido como todo mi cuerpo se estremecía. He podido llegar a tocar lo invisible, esos sueños ya llenos de polvo que solo piden salvación. Sigo, pero ya no me quedan fuerzas para seguir mintiéndome ni para acompañar a los demás. Estoy tan cansado que la única salida que veo en estos momentos es la de terminar tal y como empecé: únicamente con la verdad, sin trampas en los bolsillos y solo ante la inmensidad. Ya no soporto pensar en la libertad. En mi ansiada libertad. En el momento que pueda descansar en paz. Ya sé que nunca habrá una paz total, pero.... algún día debo poder probar algo más allá de esta fuerza huracanada que me empuja cada vez que intento avanzar. Quiero seguir creyendo, incluso en esta situación. Pero es tan aplastante que es casi imposible apartar a todos los buitres que me sobrevuelan, hambrientos. 

Hace tanto frío... hace tanta calor.... es tan agobiante....


Prefiero no pensar en propósitos y pensar mejor en que he sobrevivido. Debo rescatarme solo. Me da igual si no quieres hablar mucho o poco, solo háblame, solo sigue despierto, conmigo, un poco más. A veces me pregunto si soy el fantasma de otra persona, si alguna vez me aparezco en sus sueños o en sus recuerdos más profundos y no les dejo dormir. Supongo que tengo bastante ya con los míos, pero odiaría que alguien me conservase de esa manera. 

Hay relaciones que funcionan así. Los dos preguntan, pero también escogen que preguntas responder o deciden no plantear. Y les parece bien, para ellos funciona. Continúan viviendo, sin obligar a escoger. Ellos deciden si contestar o no. Si seguir en la vida de otra persona o quedarse al margen. A veces no hay otra elección. No creo que huyamos de la oscuridad, es más bien que iluminamos nuestras sombras, por eso parece que corramos de esas tinieblas, pero es tan solo que estamos aprendiendo a crecer junto a ellas. 

Estos infiernos que me sobresaltan hacen que no quiera volver a abrir los ojos. Me hacen desear no querer ver amanecer otra día. Es como sentir alfileres en los pies, andar encima de ellos, correr y sangrar y no saber cómo escapar de ahí con vida. 

Nunca he creído en Dios, ni en una figura a la que alabar, pero en mis momentos más íntimos no hago otra cosa que hablar con alguien que se llama igual que yo, que es físicamente igual que yo, que tiene los mismos rasgos que yo, que parece tan débil y tan frío como yo. E intento sacudirle, intento dialogar con él, hacerle ver que esta no es la forma, que hemos frenado hace mucho, que aunque sienta que le están agarrando del cuello y se está ahogando necesita concentrarse y respirar. Le suplico que me escuche. Le suplico que deje de torturarme y que olvide el dolor, al menos por un instante y abra los ojos. Que me de la mano y sacuda los barrotes. Le suplico que oiga su voz. 

Aún conservo las palabras de ese día: "Muerte de la fantasía". Eso es lo que sentí cuando me dispararon en el pecho. Fue tan milimétrico que no me dio tiempo a reaccionar. El mundo dejó de brotar y los colores se apagaron. Solo recuerdo ira. Recuerdo el dolor y las lágrimas. Recuerdo gritar todo lo que no había gritado en un año. Volví a sentirme pequeño, tan diminuto.... Estaba realmente enfadado con el mundo, pensaba que era injusto que me tratase así. Me faltaba ciudad para correr. Bueno, ni siquiera podía salir a correr. Abracé aquello que ya reconocía como una antigua amiga y dejé que el universo se callase junto a mí. He estado viviendo en esta habitación sin luz, sin vistas y sin noticias. Paciente, sin saber si quería salir de ahí o pasarme el resto de mi vida. Hasta que he tenido que aceptarlo. Hasta que este peso abrumador que siento en mi espalda se ha materializado en un montón de palabras feas e inseguras. Cuando tienes expectativas, debes estar preparado para las desilusiones.

He alcanzado mi límite, o eso pensaba. El mazazo emocional me deshizo. Todo me repugnaba y me sentía como si estuviese atravesando una ruptura amorosa eterna. No había cura más que el tiempo. Todo era dolor, dolor y dolor. La imagen que había construido en mi cabeza hacía unos años se estaba empezando a desprender. La tristeza de la felicidad incumplida, la impotencia, la rabia y ese odio rompedor me amenazaba con despedazarme. El saco de boxeo ya no resistía mis embestidas. Vomitar las penas era lo único que sabía hacer. Era mi puto pecado. Esa ira que me volvía loco, que se incrustaba en la pared. 

Las alas a las que tanto cariño les tenía se estaban desdibujando de mi ser. Los pies volvían a estar en el suelo y parecían estar pegados a consciencia. Sin mis alas sentía que me estaban extirpando una parte de mi alma. Me prometí que aunque me hubiese quedado huérfano de ellas usaría su desaparición para algo bueno, antes de que la tortura terminase conmigo. 

Está siendo un viaje introspectivo demasiado largo. Hoy me quedo a vivir en mi cuerpo, pero mi alma no descansa. No se siente segura y le es imposible dormir desde hace ya años. Perdona por quererte tanto y no saber quererme yo. 

Creo que hablo en nombre de los dos cuando afirmo que este nudo en el estómago pretende acabar con todo lo que nos importa, con la poca cordura que aún conservamos. Ya he aprendido a no confiar en tiempos mejores. Ya he aprendido a no pedir un respiro, porque esto no se detiene hasta el final, y por ahora mi final, aunque a veces lo desee con todas mis fuerzas, no es algo que vaya a provocar. Solo deseo imaginar que todo esto terminará más pronto que tarde y que en algún momento, antes de volver a sentir el frío, pueda abrazar a todos aquellos a los que una vez he querido. Que pueda mirar a la gente sin agachar la cabeza y que cada vez que me levante vea el vaso medio lleno, sin que ese maldito pulgar sea el mar. 

Cuando pienso en todos aquellos a los que quiero no puedo evitar acordarme de ti, pequeño. Siento llegar con retraso. Siento mucho que ya no estés aquí y que no pueda quererte como lo sigo haciendo. Odio estos días, odio estos meses y odio que solo ocurran cosas malas cuando me estoy intentando curar, pero seguiré luchando, lo prometo. Algún día nos veremos de nuevo, de alguna manera y te sonreiré como la primera vez que te vi. Extraño esa pureza, esa inocencia y esa esperanza. Te echo muchísimo de menos. 

Creo que es justo esa determinación la que me obliga a seguir. Esa culpa que siento por esconderme y querer huir constantemente se ve enfrentada por la rebeldía que no se rinde cuando toco fondo. Son como dos mitades de mí, totalmente opuestas y que se eclipsan constantemente. Es la mitad que quiero ser contra la mitad que se conforma y tira la toalla. Y aunque sea esta última la que reina, es tanta la fuerza que tiene el guerrero que llevo dentro que siempre puedo llegar a verle, incluso en las noches más oscuras. Quisiera construir mi palacio sin fisuras, sin distorsiones y asumiendo la responsabilidad. Yo sueño mi pintura y luego pinto mi sueño. Es es el plan. Ese es el emblema al que debemos aferrarnos, al de la esperanza.