Aullidos del fin del mundo

sábado, 30 de junio de 2018

La voluntad de la acción para imponerse ante las adversidades

No quiero llegar al momento de pensar en un me hubiese gustado en vez de un me gustaría. No soportaría volver a la cuerda floja después de haber llegado tan lejos.

Hay algo que me impide retomar la realidad. Es como si nunca fuese suficiente para que la felicidad se establezca solo unos días. Siempre hay alguna nube negra sobrevolando el cielo y las fechas se me clavan como dardos cuando intento no soltar el presente y dejarme llevar por el viento. Hay un hambre atroz que no puedo solventar ni con amor ni otro tipo de drogas. 

He superado mis propias expectativas y he navegado en mares de lava. Creía que después de todo el esfuerzo la recompensa sería algo de calma, pero el ruido que siento en mi pecho no se ha desvanecido, al contrario, se ha vuelto más quisquilloso, ha empezado a maniobrar su cuenta atrás. 

Siempre viviendo con el tiempo en los zapatos, con las ganas que ya no me quedan y la poca fe de la promesa de un mañana mejor, uno sin adversidades. 

Ha sido un mes lleno de acción. Un mes en el que creía firmemente que no iba a sobrevivir. Y aún así, después de haber tumbado gigantes me pregunto porqué me siento tan pequeño. 


domingo, 17 de junio de 2018

Hombre de acción

Tengo un número en la cabeza. Un número no muy alto, pero que se aleja cada vez que empiezo a contar hasta diez. Mengua con las horas y me despierta siempre con la misma cantinela. O pasa muy rápido o se queda inmóvil como una témpano de hielo; no conoce término medio. 
Me señala en el calendario que es una fecha destacada. Está rodeada de un gran círculo rojo que parece señalar que hay que andarse con cuidado y preparase bien antes de afrontar ese día. Sueño todas las noches con que ya ha llegado y me despierto entre sudores, como si se tratase de una pesadilla al comprobar que aún tengo que hacerle frente a ese número terrorífico. 

Yo ya he pasado por esto. Me refiero a lo de temer algo incorpóreo. Se engancha a ti como una garrapata y te obliga a pensar en ello de forma automática. Te repites que cuando llegue desaparecerá tan rápido como ha venido, pero ni con esas puedes aliviarte. Es como una de esas tormentas de verano, en que después de quedarte empapado de repente ves como vuelve a salir el sol. Instauras una barrera diplomática y transparente para que lo único que pueda traspasar sea el nerviosismo de volver a ver el muro caer.

Una vez llega el tal ansiado momento te recatas. Te encoges de hombros y como si fueses un pobre toro al que están a punto de torear te plantas en medio de la plaza con un montón de gente voceando descontroladamente. Ahí estás, en un punto crucial del que no puedes escapar. Sabes que debes vencer esa situación o volverá a repetirse hasta que llegue el mal mayor. No sabes hacia donde correr, pero corres por necesidad. Saltas las gradas, el estadio, saltas al vacío. 

El número se va desdibujando. Hay otro detrás. Otra fecha maldita, otro día de mierda que debes conquistar. No hay descanso sin sacrificio. Nunca hay paz. No hay calma ni una cama sin ruido. Cuando todo se aglutina la única acción a la que puedes recurrir es a la de lanzarte de cabeza sin mirar las consecuencias. 

martes, 12 de junio de 2018

Acción nula

Me duele. Me parte el alma. Me siento como si estuviese en un puente infinito que no tiene salida. Solo hay oscuridad y un mar bajo mis pies. Me rompo nada más dar un paso. El crujido de la madera despierta mis miedos más interiores. Debo agarrarme bien a la cuerda si no quiero caerme. Me mareo, todo me da vueltas. Cierro los ojos y me vienen imágenes de un futuro incierto, de un presente inexistente y un pasado que me detiene el corazón. Solo deseo poder desplomarme allí mismo, abrazarme fuerte y romper a llorar. Todo pesa tanto que no creo ser lo suficientemente valiente como para soportarlo. Ni siquiera avanzar unos metros me ha devuelto la esperanza. No sirve de nada. Todo lo que hago termina en pedazos y no tengo más lágrimas para derramar.

Ojalá pudiera sonreír, pero lo veo todo con ojos vacíos. Me siento en el tren aferrado a mi angustia. Miro a los pasajeros, ávido por encontrar otros ojos grises que se apiaden de mí. Todo pasa desapercibido. Todo pasa y yo llego a la parada por enésima vez. Me bajo y me siento en tierra de nadie. Como si me hubiesen desterrado. El pánico aflora a todas horas, en todos los sitios, en todas las oportunidades y decisiones. Debo inspirar y expirar para poder enfrentarme a una simple avenida. Me siento cobarde. Pierdo todo mi valor y la espiral me arrastra otra vez. 

Y cuando llega el remoto día de conseguir algo de paz, de valerme por mi mismo, cuando me repito que esta no será una de esas veces,  de golpe se hace de noche y vuelven las pesadillas. Me encuentro discutiendo otra vez con mi sombra, con mis defectos, con ese niño que dejé atrás sin poder salvar.

No puedo salvarlo. Nadie puede salvarlo y no es justo. No es nada justo. Se asusta todas las noches. Viene a buscarme a la cama pidiendo que le arrope y le acaricie la cabeza. Solo quiere sentirse seguro y nadie en este mundo es capaz de aliviar sus gritos. Él ya no habla. Ya no tiene nada más que decirme. Solo me mira y con eso puedo entender en la depresión que ha caído. En lo hondo que debe estar. Su palidez solo me confirma que ha dejado de tener esperanza, incluso ha dejado de esperar por si algún día volvía. Se ha agotado de examinarse día tras día. Siempre había una lección más, un tema que se repetía sin cesar. Nunca pasaría de curso. Ya solo está, como un fantasma. Ya solo busca paz en mi cama. Y ni eso le puedo dar. 

sábado, 9 de junio de 2018

Hay acciones irremediables

Cuánto talento desperdiciado. Me da lástima sentirme orgulloso de los logros que no puedo compartir. Si soy el único que lo sabe, el mérito se desvanece hasta convertirse en polvo. Es como si la felicidad de ese instante no fuese suficiente para mí. Como si no existiese. Como si le sonriese al vacío y tuviese que volver a mi estado de mutismo porque no hay nadie con quien comunicarse. 

Cada uno siente propio su dolor como algo inmenso. Nadie puede empatizar hasta el punto de volverse carne de su carne. Te sientes más cerca de estar lejos de tu ser. Sé quien soy pero a la vez me encuentro extraño. El resultado me hace mirarme con la lupa de otro planeta. Aceptas lo diminuto que eres, te despreocupas del envoltorio y apagas la emisión. 

Cuando sabes que perteneces a ese colectivo que no está cómodo en ningún lugar aprendes a ejercer un papel en las sombras. Puedes quejarte todo lo que quieras, pero siempre habrá un fallo en tu sistema que te volverá desechable para los demás. Te encontrarás defectuoso frente a un espejo, y aquello que te hacía brillar se volverá un arma más para la oscuridad. 

Bajo cero tendrás que afrontar lo imposible y volverte implacable. Cambiarás hasta tu nombre para poder hacerte un hueco en las afueras. Te dirás que todo va bien. Eso quieres creer. Aunque te arrepientas, hay cosas que no cambiarán. En el fondo, solo querrás que te contesten con un bien jugado. 

miércoles, 6 de junio de 2018

¡Acción!

Por una vez, dime que te irás. Que no esperarás una señal. Que no escribirás segundas partes. 


Podríamos ser amigos y pasear de vez en cuando. Alargar la mano por la ventanilla del coche mientras cantamos el estribillo de "Lemon Boy". Cambiar la emisora de radio cada vez que me ria porque no te pega estar tan serio mientras conduces. Podríamos dar la vuelta al mundo en una pequeña furgoneta. Construir un hogar no en un lugar, si no en el tiempo. 

Si me dejases, cambiaría mi teléfono por una cámara de fotos y subiría hasta lo más alto de la montaña. Abrazaría la naturaleza y me dejaría llevar por la brisa y las nubes. Me mojaría los pies en el río mientras salto de piedra en piedra hasta llegar a la otra orilla. Te dejaría reposar en mi hombro izquierdo mientras mis ojos se cierran con el tórrido calor del verano. La sombra del árbol que nos cobijaría sería la única sombra de la que deberíamos preocuparnos. ¿Quien querría despertar?

Al día siguiente me secaría la sangre de las pantorrillas y me enfundaría en un traje de submarinista. Te desafiaría a bajar a las profundidades, como si no lo hubiésemos hecho ya. Acariciaría al mar con la misma delicadeza que lo haría con aquel que una vez durmió conmigo. Le sonreiría a los peces aun sabiendo que para ellos no soy más que otro pasajero en esas corrientes. No habría necesidad de palabras en las llanuras abisales. Me pregunto como sería dejarse caer hasta el fondo. Como sería aterrizar sabiendo que tienes el mundo encima de ti. 

Podríamos vivir para siempre junto la chimenea. Recordar nuestras escapadas mientras hacemos lo mismo con la mente. Respirar hondo y sentir que el calor que nos imbuye es nuestro bien más preciado. Escondernos bajo la manta. Robarnos algo más que besos. Mentirnos entre abrazos. 


Ahora es cuando me prometes volver y yo prometo ponerte cara. Cuando me prometes volver a la acción, pero hoy no la habrá. 

sábado, 2 de junio de 2018

Las acciones tienen consecuencias

Estás tan en el borde del precipicio que un paso en falso decidiría la voluntad de tus acciones. No me atrevo a mirar debajo de mis pies. Hay demasiada diferencia entre estar colgando o caer definitivamente. 
Me siento más cercano al día final. Es un miedo diferente, uno que no solo te deja agarrotado mirando al vacío, si no que te limita, te corta las alas, te empuja aun cuando tiendes la mano. 
Sé que no toda la esperanza está perdida. Que hay una capa de sombras que me cubre más de la mitad de mi vida. Sé que no puedo ir más allá, de momento. Algo me chirría a todas horas. Un sonido incesante que me avisa de que algo lleva yendo mal desde hace más de lo que me gustaría. Tampoco es que le preste la atención que se merece. Nunca tengo tiempo, ni cuando tengo todo el tiempo del mundo. 
Lo alargo lo que puedo, pero es irremediable su llegada. A veces soy más consciente que otras, pero cada vez que vuelvo a mirar en ese ojo del huracán me veo más arrastrado, más parte de su estructura, un colindante tratando de compartir un espacio que está vetado. 
No tengo que adelantar la mirada más de lo necesario. Estoy tan metido en el lodazal que para escapar necesito confiar y dejar que las arenas movedizas me traguen primero.