Aullidos del fin del mundo

martes, 12 de junio de 2018

Acción nula

Me duele. Me parte el alma. Me siento como si estuviese en un puente infinito que no tiene salida. Solo hay oscuridad y un mar bajo mis pies. Me rompo nada más dar un paso. El crujido de la madera despierta mis miedos más interiores. Debo agarrarme bien a la cuerda si no quiero caerme. Me mareo, todo me da vueltas. Cierro los ojos y me vienen imágenes de un futuro incierto, de un presente inexistente y un pasado que me detiene el corazón. Solo deseo poder desplomarme allí mismo, abrazarme fuerte y romper a llorar. Todo pesa tanto que no creo ser lo suficientemente valiente como para soportarlo. Ni siquiera avanzar unos metros me ha devuelto la esperanza. No sirve de nada. Todo lo que hago termina en pedazos y no tengo más lágrimas para derramar.

Ojalá pudiera sonreír, pero lo veo todo con ojos vacíos. Me siento en el tren aferrado a mi angustia. Miro a los pasajeros, ávido por encontrar otros ojos grises que se apiaden de mí. Todo pasa desapercibido. Todo pasa y yo llego a la parada por enésima vez. Me bajo y me siento en tierra de nadie. Como si me hubiesen desterrado. El pánico aflora a todas horas, en todos los sitios, en todas las oportunidades y decisiones. Debo inspirar y expirar para poder enfrentarme a una simple avenida. Me siento cobarde. Pierdo todo mi valor y la espiral me arrastra otra vez. 

Y cuando llega el remoto día de conseguir algo de paz, de valerme por mi mismo, cuando me repito que esta no será una de esas veces,  de golpe se hace de noche y vuelven las pesadillas. Me encuentro discutiendo otra vez con mi sombra, con mis defectos, con ese niño que dejé atrás sin poder salvar.

No puedo salvarlo. Nadie puede salvarlo y no es justo. No es nada justo. Se asusta todas las noches. Viene a buscarme a la cama pidiendo que le arrope y le acaricie la cabeza. Solo quiere sentirse seguro y nadie en este mundo es capaz de aliviar sus gritos. Él ya no habla. Ya no tiene nada más que decirme. Solo me mira y con eso puedo entender en la depresión que ha caído. En lo hondo que debe estar. Su palidez solo me confirma que ha dejado de tener esperanza, incluso ha dejado de esperar por si algún día volvía. Se ha agotado de examinarse día tras día. Siempre había una lección más, un tema que se repetía sin cesar. Nunca pasaría de curso. Ya solo está, como un fantasma. Ya solo busca paz en mi cama. Y ni eso le puedo dar. 

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