Aullidos del fin del mundo

martes, 30 de enero de 2018

No hay nada bueno en mí

Aquí es donde estoy, pero no es donde querría estar.

Somos aire. Un pañuelo a la deriva. Soplamos porque sabemos el rumbo, pero nos lleva el mundo en sus brazos como un infante a quien le enseñan que es peligroso salir solo. 
No nos exponemos al día, nos arrastra la noche. Sabemos qué es lo que va a ocurrir, está en nuestra naturaleza. Nos agazapamos para convertirnos en cazadores, preparados para el descontrol. Nadie nos ha enseñado disciplina. Tensos, afilamos nuestras armas dispuestos a disparar. Nos volvemos a convertir en aire, esquivando las balas al verlas venir. Somos los únicos a quien nos gustaría disparar, pero incluso en eso fallamos. No se puede confiar en nosotros. 

No puedo controlar mi vida. No hay nada bueno en mí. 


domingo, 28 de enero de 2018

No me di cuenta de que mi infancia había acabado hacía una década

Es como caer de espaldas en un remolino de oscuridad. Veo el sueño agarrándome con sus zarpas, arrastrándome hasta lo más profundo, como si quisiera alimentarse de mí. 

Estoy tan afónico que el auxilio es inaudible. No sé cómo traducir todas las malas vibraciones que nacen de mis entrañas. Recaigo como un alcohólico que se acaba de cruzar con un bar. Lloro tan hondo que me cubro de barro. Me siento tan patético, tan inútil. Por cada paso que doy resto dos. Moriría de pena si no sintiese que debo acabar mi trabajo aquí. Algo me llama, es puro y me invita a no rendirme, pero es que soy incapaz de terminar las cosas. Estoy tan roto que  no consigo encontrar mis pedazos por ninguna parte. No puedo disimular las fisuras. Yo mismo me cavo mi propia tumba al despertar, y es que la única vez en la que soy capaz de abrir los ojos es cuando me transporto a ese otro mundo, al onírico, allí donde el dolor se aletarga, me deja tranquilo por unos minutos y puedo correr campo a través. 

Aún siento el calor de mi madre en la mejilla, cuando me acariciaba antes de irme a dormir. Todavía noto ese cosquilleo de no saber que me deparará el futuro, pero que soy dueño de él.
Ahora no paro de preguntarme...

                                                 ... si es demasiado tarde. 

miércoles, 24 de enero de 2018

(Cuando el mundo se vuelva loco) No hay nada que tú puedas hacer

Dime, ¿cuáles son las noticias? 

Oh, a alguien le gustaría ser reconocido.
Esos tipos no quieren que se metan con ellos. Se creen feroces y rudos y no dejan pasar una oportunidad para demostrar que ellos mandan en su territorio. Incluso tienen un lema: "La fuerza es nuestra palabra". Al menos en eso parecen unidos. En eso y en el amor que profesan por el arte en las paredes. Nadie les puede decir que no han dejado su huella. 

¿Qué tenemos allí? Esa chica parece estar muy perdida. Está en mitad de la calle pensando qué hacer. Es como si no pudiese decidir que camino escoger. En cualquier momento puede estallar y la gente camina a su alrededor como si todo fuese normal. Bueno, ¿y qué es normal? Siempre en la misma encrucijada, como su mirada. Si alguien se detuviese un instante y se fijase en las lágrimas que le corren por las mejillas quizás lograría ayudarla, hacerle ver que cualquiera de los que escoja estará bien. 

Ya veo. Detrás de toda esa apariencia hay alguien que necesita sentirse querido. Algo me dice que creció solo, que nadie le ayudó a convertirse en este hombre de corbata y maletín. Me pregunto si será feliz. Si todavía es capaz de sentir que tiene la oportunidad de vivir en un mundo en el que pueda contar con la ayuda de alguien más que él mismo. Su valentía le honra. Yo no sé si hubiese sido capaz de llegar. Su ascensor, en cambio, es más puntual. Ese último suspiro le delata. Hay tanto vacío detrás de la fachada que necesito mirar hacia otro lado.

No sé que pensar sobre la mujer de las gafas de sol. Tiene claro que quiere ser alguien, pero... ya es alguien, ¿por qué no se da cuenta? ¿Debería decírselo? Hay algo más profundo. No para de sacudirse las frases de los demás en su cabeza. Nunca es suficiente. Necesita lograr lo imposible para que la reconozcan, para que su nombre perdure. A mí su nombre me gusta; no creo que sea fácil de olvidar alguien llamada Abril quien nos recibe todos los años. Ella ya es especial, pero le han vendado la realidad. 

Sobre él, me gustaría llegar a su edad y tener la misma tranquilidad que inspira. Parece que solo las palomas se acuerdan de saludarle, pero no es cierto. Tiene tantos amigos, tiene tanto mundo recorrido que no necesita la compañía de nadie para sentirse escudado. Se ha traído un libro para leérselo al viento, pues él ya lo tiene memorizado. Le gusta viajar al pasado. Es feliz con su vida, con lo que ha vivido. Ojalá alguien más pudiese respirar esta paz. 

Y después estás tú en contraposición. No puedes decirme que no hay nada que no pueda hacer cuando soy capaz de ver toda el amor que sientes. La pasión corre por tus venas, por tus dedos, cada vez que escribes, que inspiras otro universo. Podríamos volar juntos y abandonar este sentimiento  de invalidez. A ti no te falta un brazo o una pierna, a ti te han arrancado la esperanza como si fuese una tirita. Me duele verte así. Con lo que tú eres, tan inamovible, con una voluntad de hierro. Puedes hacer lo que te propongas en cuanto creas en ti. En cuanto tu confianza vuelva. Sé que lo hará porque es como las aves que migran buscando un lugar cálido en el que asentarse. Todo ese frío que sientes ahora te hará resistir. Te ayudará a no sucumbir. Cuando el mundo se vuelva loco, tú estarás preparado. 



No me hagas emocionar

No eres perfecto. Cometes errores. Eres asimétrico. 

Caer en la oscuridad es tan fácil que una vez allí no queremos buscar una razón para salir. Es tan acogedora y nos entiende tan bien que no necesitamos expiar nuestros pecados. Después de borrar de nuestra memoria todas las veces que hemos fracasado, cuando un ser de luz nos invita a dar un paseo nos hacemos más pequeños, y nos transportamos al pasado, cuando aún nos bañábamos en los eclipses. 

Somos humanos en el fondo. Nos preocupamos por no poder llegar a aquello que se nos pide. Una voz que habla por encima de nosotros, como si hubiese una fecha límite para hacer historia. Un error nos supone la destrucción. Aquí nos encontramos, bailando en las sombras. Aun a tientas nos abrimos camino. Nuestros sentidos se funden en esa voz que nos quiebra. La alargamos como la sombra del terror que nos lleva acompañando tanto tiempo. La hacemos nuestra y empezamos a hablar. Nos sale un hilo ligado a un vínculo maternal. Nos creemos adultos cuando todavía somos adolescentes. Es un nudo en la garganta y otro en el pecho. Nos hicieron creer que hundirse era el final. Que las emociones nos habían consumido. Que habíamos luchado en vano, que lo intentamos, pero perdimos. Que una vez ahí, solo quedaba tragar.

Ahora sabemos, después de ser parte de esa mentira, de haber formado parte de la voz rota de la humanidad, que cuando la oscuridad cae lentamente sobre ti, como una finísima capa de nieve que solo notas con el tiempo, que la única voz que debes seguir es la que nace de tus instintos. 


domingo, 14 de enero de 2018

No puedo castigarle

Salí sin prisas. Necesitaba que el viento me acariciase la cara. Era tarde y hacía frío, pero me a mí no me molestaba. Quería hablar sobre lo que había pasado hacía escasos minutos, pero me di cuenta de que no tenía con quien hacerlo. Como nadie me esperaba en casa decidí andar por la ciudad. Saludé a todas las calles principales y me senté a charlar un rato con aquellos pasillos oscuros que la gente temía, pero que en realidad no eran más que los antiguos recovecos que se perdieron cuando el centro se trasladó a otro lugar.  
Llegué hasta la orilla del puerto. Ya había anochecido y apenas se podía vislumbrar el agua que ondeaba bajo mis pies. Me recogí la bufanda y escondí la mitad de mi rostro bajo un abrigo negro que llevaba conmigo desde hacía más de diez años. Si las prendas pudiesen hablar me encantaría escuchar que es lo que tendría que decir ese pedazo de tela. 
Fue solo un pensamiento veloz, de los que te gustaría rescatar, pero tienen tanta prisa que tan solo te dejan con las ganas de más. Allí pensé en escapar, en reconstruir toda una vida que solo estaba erigida por patas de madera. De reinventarme, de darme una oportunidad. Pensé en que podía hablar conmigo, antes que no hacerlo con nadie. Quizás tenía algo que decir, algo importante posiblemente. Ya me había escuchado antes, pero nunca me había tomado en serio. Pensé en el ángel y el demonio que salen en tantas películas hablándome sobre el hombro. ¿Y si me había pasado todo el tiempo escuchando al demonio, que con toda su maldad, había raptado al pobre querubín que estaba luchando ahora por comunicarse conmigo? 
La poca luz que me iluminaba estaba en las farolas. Esa noche la luna se había escondido y había dejado desamparado a todo el universo. Sin guía todo parecía más tenebroso, pero no había nada que temer porque me sabía el camino de vuelta a casa a la perfección. Todos sabemos volver al punto de origen. A veces nos sabe mal, nos agobiamos con la idea de que el camino que hemos escogido debe de ser el definitivo y lo intentamos recorrer aunque las piedras nos caigan del cielo. A mí siempre me ha gustado volver a casa todas las noches. Me hace sentir en conexión con el niño que está en mí. Ese que sueña y que cada día cambia de profesión. Yo sé que nunca se va a contentar, siempre querrá más y me preguntará que habría pasado si hubiese escogido otro camino. Mi deber es devolverle a casa, a su habitación, con su familia, con todo el poder que tiene en su pequeño cuerpo. Le contestaré cuando crezca, cuando escoja todos los caminos a la vez. Sé que se dará cuenta de que el mejor es el que ya conocemos, aunque despierto parezca que si no hay fuegos artificiales nunca va a ser perfecto. 

lunes, 8 de enero de 2018

No puede derrotar a los valientes

Os voy a contar como se siente alguien cuando vive con depresión.

Llega un día en tu vida donde fallas, no tiene porque ser algo muy relevante, un pequeño desliz, algo que podrías haber sorteado mejor. Llegas algo triste, con la cabeza llena de humo y decides que dormir es la mejor receta para que se te pase el mal rato.
Pasan días y semanas. Ese fallo sigue doliendo, pero ahora se te junta con la manía que tienes de no gustarte una parte de ti. Te ves demasiado alicaído, has cogido unos quilos de más, llevas un corte de pelo que no te favorece. Ese día cuando te miras en un espejo prefieres desviar la mirada. Hay un pequeño sentimiento de repulsión hacia ti, hacia tu cuerpo, hacia la persona con la que convives siempre. Lo dejas pasar, pues al final del día todos tenemos complejos.
Después de un tiempo descubres que a uno de tus amigos del colegio le va fenomenal. Tiene una vida llena de sorpresas y viajes. Él sí ha sabido despegar, y mira que embarcasteis juntos. Deseas ser como él. Una parte de ti se siente frustrada. No has logrado lo que se te ha pedido. 
Mientras vas a coger el tren hay una pareja besándose. Piensas que ellos lo tienen todo, que no necesitan mostrar esa felicidad a los demás. Te la están restregando. Es asqueroso. Ojalá supieran lo que es encontrarse mal. 
Te encuentras atascado. Te gustaría estar en otro lugar, en otro momento, conocer a alguien nuevo. Que te cuidasen, que algo o alguien despertase tu interés. Pero poco a poco te has ido apagando y te has encerrado tras esa máscara social. Prefieres no contarle nada a nadie porque no lo van a entender. Te dirán que todos nos encontramos mal en algún momento y que te estás haciendo la víctima. Decides aislarte y alejarte. Si no estás con nadie no puedes hacerles daño, pero eso te duele a ti. Puedes aguantarlo. Crees. 
Desde ese instante todo se vuelve más profundo. El tiempo pesa. Empiezas a ignorar a la gente. Una apatía general se ha transferido a tu sangre. Aquello con lo que llenabas el tiempo empieza a cansarte. Te da igual. No es suficiente. Nunca es suficiente. Solo luchas por matar el tiempo, por respirar más despacio. Tienes tantas ganas de dormir, de descansar aunque te hayas pasado el día tirado en la cama. Cuando duermes te preocupas menos, piensas menos. Tu cabeza ahí no te controla. O eso crees. Llegan las pesadillas. No hay un instante en que tu cuerpo no te avise de que algo no funciona correctamente. No sabes qué hacer, hacia donde huir. Tú estabas bien hace tiempo. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
¿Por qué seguir haciendo cosas si nada te hace feliz? Tu motivación se ha desvanecido. 
De repente te das cuenta de que estás viviendo una copia del día anterior. Eso te hace sentir peor y te ves atrapado en un círculo vicioso. Sientes que nunca nunca nunca vas a poder ser feliz. Te destruyes poco a poco, te niegas oportunidades. Sigues alejándote y destruyendo relaciones. Sigues avergonzándote de lo que has hecho, de quien eres, de lo que no has hecho. 
Entonces llega ese impulso que nace bajo tu corteza. Te dices que debes cambiar, que hay que agarrarse a la corriente positiva, pero a penas dura un instante. No te emocionas por nada. La gente que te rodea parecen desconocidos. Prefieres irte a casa a gritar que pasar una tarde con ellos. Vives con miedo, te has vuelto tu propio enemigo. Vuelves a fracasar, como aquel primer fallo. Caes tan hondo que ya no te planteas salir de tu madriguera. Luchas solo con tus propios puños. Nadie te hará preguntas, nadie te podrá señalar. Fallarás, pero la culpa será únicamente tuya. 

Es todo gris, es aburrido. Te consumes en una celda a la que le faltan los barrotes. Cualquier lugar sería mejor. ¿Por qué? No lo sabes. Los demonios te lo dicen. No paran de joderte. Quieres cambiarlo todo, reciclarlo. Te han machacado tanto tus propios sueños que si no los sientes cerca te llenas de cenizas. Lo ves todo tan lejos, tan difuso. Es como un dibujo de acuarelas en el que un niño lo ha desparramado todo con las manos. 

¿Será siempre así hasta que puedes tapar ese agujero? La cabeza es un cuadrilátero constante. No entiendes como de algo tan insignificante se ha podido llegar a hacer esa gran bola de nieve. Te sientes irreparable. Ni aunque cosieran las partes que has perdido podrías volver a sonreír igual que antes. Tu corazón se ha llenado de oscuridad y no puedes parar de toser. Es como una enfermedad que te ha ido corroyendo sin que te dieses cuenta. Eres tan prescindible que no puedes parar de darle vueltas a la idea de detener el dolor. De todas formas, es lo único que te aliviará y nadie se dará cuenta. Después de haberlo hecho todo tan mal, que más da escoger el camino fácil, una decisión egoísta. 

Me tengo que ir. Me voy. Tengo que ir a desgarrarme, a romperme, a clavarme el pasado en el pecho. A cantarme todo aquello que no estuvo bien. 
Es cuando piensas en suicidarte o en salvarte. Es una de las dos. No es nada sencillo. 

Vuelve a ser de noche y estás solo, una vez más. Ya no sabes si voluntariamente o es que por fin has rechazado a todos. Eres tú esgrimiendo tus dudas al vacío. No entiendes qué está pasando. Realmente ya te da igual. Solo quieres que termine de una vez. Es tan duro; quema demasiado. Si pudieras levantarte de tu pesar, si te concedieses una oportunidad podrías llegar a ser libre. Cuesta tanto.
No quieres vivir eternamente haciendo algo que detestas, llorando porque estás desperdiciando la vida. Tus emociones son tan intensas que es imposible que alguien de este mundo las entienda.

Si pudieses apagar el ruido blanco de tu cabeza... si tan solo hubiese algo por lo que levantarse. Te rindes. Te das por vencido. No puedes resistir más. Quieres morir, aunque sabes que es la decisión menos certera. 

Entonces abres los ojos. Te encuentras con la realidad. Con esa pared blanca que te saluda todas las mañanas. Vuelves a esconderte bajo las sábanas. Te sientes más seguro cuando el mundo no puede llegar a tocarte. Has construido una muralla tan alta durante todo tu descenso que no recuerdas lo que hay al otro lado. ¿Cuál es tu verdadera casa, la de aquí o la de más allá? 
Suena el despertador. No puedes huir. Estás atrapado.

Lo estarás, al menos, hasta que te levantes y grites que ya has tenido suficiente.