Aullidos del fin del mundo

lunes, 28 de agosto de 2017

Se muere agosto

Dejamos de ver a la gente, pero eso no significa que dejen de vivir.

La comunicación se corta por lo que sea y de ellos tan solo guardas aquello que compartisteis juntos. Siempre que piensas en alguien sigue haciendo justo lo mismo que la última vez. Es como si fuese imposible que aquellos que se cruzaron en tu camino pudiesen cambiar, darse un lavado de cara y sorprenderte. Puede que hayan dejado de ser la persona que te conquistó, con su amor o su amistad. Puede que ya no quede nada de lo que una vez conociste. En el fondo no sabes muy bien qué pensar. Si querrías guardar su recuerdo como algo sagrado o si en cambio, si volvieses a conocerlos, ya no tendríais nada en común de lo que hablar. 

O quizás ya no estarían. La gente se va. Algunos para siempre. Nunca puedes concretar las despedidas. ¿Y si es la última vez que vas a ver a alguien? ¿Actuarías igual? ¿Hasta luego? Lo dudo. 
Pero nada ni nadie te advierte de que esa será la última, para siempre, sin retorno, que lo último que conserves serán aquellas palabras, aquel gesto. Muchas de las veces no sabes ni siquiera que estás diciéndole adiós a una relación. Cuando te quieres dar cuenta ha pasado el verano y alguien te ha matado. Para alguien ya no existes. Lo hiciste una vez y quedarás en su memoria como un bonito epitafio. Y ahí estás tú, solo otra vez. Estás tan acostumbrado que apenas haces un esfuerzo para que no te duela tanto. 

No te engañes. Tú actuarás igual cuando llegue el momento. No puedes atesorarlo todo. Hay tantos caminos y tantas variables que alguna vez pasará y te arrepentirás. Otras veces darás un respiro de tranquilidad y seguirás incluso con más entereza. 

Al final quedas tú. Al borde de agosto mientras septiembre llama a la puerta. 
"Encantado de despedirme" le saludas. 

domingo, 27 de agosto de 2017

O un sueño más que no podré hacer realidad

Es amor todo lo que buscamos. Amor de otra persona.
Que alguien nos diga que todo va a estar bien. Saber que hay un hogar al que volver. Sentirnos seguros incluso en mitad de un páramo. 

Es esa locura que nos incita a dejar el resto atrás. Una emoción tan intensa que sepa perdonar por amar tanto. Un sentimiento que es capaz de doler y abandonar el camino que una vez pensaste que sería en el que te quedarías.

Es toda esa amalgama que nos quema por dentro la que a veces nos obliga a tomar decisiones que no queremos tomar. 
Los sueños pueden no estar hecho del mismo amor que el de dos personas distintas. 
Al final se quedará grabado en tu piel y cada vez que le mires tu cabeza emitirá una película de todo lo que podría haber sido. Pero está bien, porque de no haberos cruzado no estaríais donde estáis ahora. Es parte de la rueda del mundo.

Pero hay películas tan bien dirigidas que asustan. Detalles que estaban ahí, a los que nunca prestaste atención y pudieron marcar la diferencia. Ese eras tú y no vas a volver allí. La actuación se grabó en una sola toma y aquello que crecía cuando os rozábais se sacrificó para que el anhelo, que era mayor que el cariño, diera paso a un universo donde todo lo que podría pasar lo hiciese, pero no junto al otro.

jueves, 24 de agosto de 2017

Al borde de la extinción

De que nos sirve saber si perdemos todo rastro de humanidad. Terminaremos siendo máquinas conquistando un mundo sin vida. 

Estoy buscando un lugar donde parar. Un lugar sin violencia, donde pueda recuperarme de las heridas. La noche parece saber guarecerme de la luz que me quema. Puedo contemplar tantas estrellas ahí arriba que mi mano se abalanza sin pensarlo a robar una de ellas. Mi mente despega como un cohete y se lleva a mi corazón de viaje espacial. 
Hay tanto silencio, hay tanta paz. Podría morir aquí y no me enteraría. Sería capaz de dejar al cuerpo atrás y flotar. Nadie me encontraría. Nadie.

Si tan solo sintiese algo podría dejar de perderme. Podría dejar de pellizcarme el brazo cada vez que le contesto a mi fantasma. Sabría diferenciar entre lo correcto y lo prioritario. Un mal día me daría la razón para continuar. Si suceden cosas malas también sucederán de buenas. 

¿Quién si no lo más primitivo, lo más visceral de mí, podría salvarme de la extinción?

lunes, 21 de agosto de 2017

Los logros de otros hombres

¿Cómo es posible cambiar tanto y no hacerlo absolutamente nada en el mismo tiempo? 

Cuando me pongo a mirar fotos de los demás creo que solo me fijo en el exterior. En las sonrisas, en las metas que han alcanzado y en lo bonito que debe de ser un momento para querer compartirlo con todo el resto. Supongo que tengo envidia. Solo veo eso e inmediatamente quiero salir de todas las redes posibles, incluso de la realidad. Algo dentro de mí me dice que no merezco aparecer en una fotografía, que hay algo que nunca se curará. Solo miro al mundo sucederse en un looping cotidiano. 

A veces intento coger el móvil y pienso en iniciar una conversación. No tardo mucho en convencerme  de que no tengo nada interesante que decir. Que los demás tendrán algo mejor que hacer que leer un saludo de un extraño en el tiempo. Pienso que al escoger el orden de lectura siempre me dejarán para el final; o lo verán y terminaré por ser un saludo cordial. Así que decidí no formar parte de ese juego. Pero a veces, después de mucho tiempo sin saber de alguien, me paro a pensar en él o en ella, le echo de menos y acaricio alguno de mis últimos recuerdos. 
Suelo guardarlo todo. Me gustan los billetes de trenes, las hojas de los árboles que me devuelven al parque que me ha escuchado reír toda la tarde o la sombrilla de un paraguas que decoraba alguna bebida una noche de viernes cualquiera. 
También guardo rencor. Está bastante escondido y no suelo aplicarle demasiado brillo, pero sé que forma parte de lo que soy. Es un sentimiento horrible que me ata los pies a la tierra y me obliga a no darlo todo a la primera de cambio. Es un interruptor de precaución. Siempre me dice que tenga cuidado, que puede pasar algo malo. 

Cuando escucho a la gente hablar puedo llegar a estar horas escuchándolos. No me cansa, me gusta, de hecho. Siempre he sido el tipo de persona que prefiere escuchar a ser oído.
Me gusta ver la reacción cuando expresan algún sentimiento importante. Cuando ríen, si se les marcan los hoyuelos o no suelen hacerlo a menudo. Si se pierden enredándose el pelo fantaseando con la idea de volver a repetir aquello que me están contando. O a veces, si hay suficiente confianza, estar ahí cuando lloran. Siempre he pensado que cuando estás triste lo mejor que puede hacer alguien es abrazarte y callar. La presencia es suficiente, pues nunca vamos a saber como lo está sintiendo la otra persona del todo. 

Me pierdo al ver las fotografías. Deseo aparecer en alguna, aunque sea de fondo. Ser parte de alguien, que esa persona me valore y esté tan contenta de conocerme que me considere tan importante como para ponerme de foto de perfil. 
Si lo piensas bien es una estupidez. Son fotos pasajeras, que vienen y van, que no significan nada más que un momento espontáneo. Hay miles y todas aportarán la visión de algo que sucedió, de algo que solo significa una sonrisa que no sabes exactamente que es lo que esconde.

En realidad me gusta mantenerme al margen. Prefiero sujetar la cámara a estar delante de ella. Soy más de contemplar la panorámica a estar en el centro de la acción.
Pero a veces, solo algunas veces, no me importaría dejarme arrastrar por la corriente y no ser solo el chico que alguien una vez conoció. 

Aún espero formar parte de ese mar con tintes verdes. 

lunes, 14 de agosto de 2017

Monstruos y monstruos

Hay monstruos en la oscuridad. Grandes, temibles y hambrientos. No son muy habladores, pero siempre los encuentro correteando y gritando como salvajes. Creo que no conocen muy bien el lenguaje. 

Les visito a menudo y siempre me reciben con miedo. Les asustan los desconocidos, pero creo que ya se han acostumbrado a mi presencia. Pasamos las tardes jugando al escondite y siempre terminan por ganarme. Aunque me han enseñado algunos trucos bastante útiles. Si nadie te ve no te pueden hacer daño. 

Lo más pequeños prefieren huir al verme. Creo que está en su naturaleza. Al crecer aprenden que es mejor hacer huir a los demás que salir corriendo de los problemas.

Les he cogido cariño. Después de ver como la mayoría prefieren guarecerse en la sombra para que no les veas el rostro piensas que quizás tienen algún problema de autoestima, pero en el fondo sé que los únicos monstruos que ellos conocen somos nosotros. 

Algún día saldremos de esta oscuridad y podremos dejar de vivir asustados por todas esas historias que nos contaron. La realidad puede llegar a dar mucho miedo, pero también nos enseña que hay bondad en los rincones más lúgubres. 

La luz se desvanece, pero lucharemos. 

domingo, 6 de agosto de 2017

No volverán a casa

Con un nudo en la garganta no puedo evitar pensar si me las podré apañar bien por mi cuenta. No es que haya estado acompañado últimamente, pero es casi como perder una sombra que solo vive para procurar por ti.

Es de esas sensaciones que no es la primera vez que sientes ni será la última. Entre roto y aliviado, entre asustado y expectante. A veces me imagino el momento exacto en el que tocará partir y decir adiós a toda una generación que te ha visto crecer; y junto a ella las únicas personas que han nacido para ti. 

Es parte del proceso, y una vez que ocurre no le das tanta importancia. Sabes que siempre van a estar allí, incluso después de verte perder todas aquellas batallas intentando comerte el mundo. 

Naturalmente esto no es más que una fracción minúscula, pero incluso así me deja echar un vistazo a lo que podría ser un futuro cercano. Días donde la única persona a la que debo soportar es a mí mismo. No es una carga ligera precisamente. Ahora tan solo eres tú.

En el fondo me gusta aprender a echar de menos, así nos apreciamos más. 
Buen viaje. 

jueves, 3 de agosto de 2017

La verdad sobre los días grises

Perdóname si voy despacio, estoy agotado de tanto caminar. A veces desearía que hubiese alguien que me acompañase al andar, alguien en quien poder confiar. 

El tiempo se derrite en esta estación. Es un lugar de paso, inhóspito. Todos mis males me aconsejan que deje de pensar, que me levante y que siga con las despedidas.

Es duro acostumbrarse a lo que no pudo ser. No siempre somos quien queremos ser.
Quedan tan lejos todas aquellas escenas, todos esos vuelos sin rumbo, sin un aeropuerto en el que poder aterrizar. 

Es tentador asomarse al vacío. Si volviese atrás no dudaría en saltar. Sin paracaídas. Sin pensar en las consecuencias. 

Hoy me enfurezco con motivos porque nadie acudió al rescate. Me he vuelto escéptico. Hace mucho que dejé de creer que podía alimentarme tan solo de recuerdos y de fantasías. 

Si tuviese la certeza de haber elegido bien estoy convencido de que seguiría maldiciéndote hasta el fin de mis días.