Aullidos del fin del mundo

lunes, 21 de agosto de 2017

Los logros de otros hombres

¿Cómo es posible cambiar tanto y no hacerlo absolutamente nada en el mismo tiempo? 

Cuando me pongo a mirar fotos de los demás creo que solo me fijo en el exterior. En las sonrisas, en las metas que han alcanzado y en lo bonito que debe de ser un momento para querer compartirlo con todo el resto. Supongo que tengo envidia. Solo veo eso e inmediatamente quiero salir de todas las redes posibles, incluso de la realidad. Algo dentro de mí me dice que no merezco aparecer en una fotografía, que hay algo que nunca se curará. Solo miro al mundo sucederse en un looping cotidiano. 

A veces intento coger el móvil y pienso en iniciar una conversación. No tardo mucho en convencerme  de que no tengo nada interesante que decir. Que los demás tendrán algo mejor que hacer que leer un saludo de un extraño en el tiempo. Pienso que al escoger el orden de lectura siempre me dejarán para el final; o lo verán y terminaré por ser un saludo cordial. Así que decidí no formar parte de ese juego. Pero a veces, después de mucho tiempo sin saber de alguien, me paro a pensar en él o en ella, le echo de menos y acaricio alguno de mis últimos recuerdos. 
Suelo guardarlo todo. Me gustan los billetes de trenes, las hojas de los árboles que me devuelven al parque que me ha escuchado reír toda la tarde o la sombrilla de un paraguas que decoraba alguna bebida una noche de viernes cualquiera. 
También guardo rencor. Está bastante escondido y no suelo aplicarle demasiado brillo, pero sé que forma parte de lo que soy. Es un sentimiento horrible que me ata los pies a la tierra y me obliga a no darlo todo a la primera de cambio. Es un interruptor de precaución. Siempre me dice que tenga cuidado, que puede pasar algo malo. 

Cuando escucho a la gente hablar puedo llegar a estar horas escuchándolos. No me cansa, me gusta, de hecho. Siempre he sido el tipo de persona que prefiere escuchar a ser oído.
Me gusta ver la reacción cuando expresan algún sentimiento importante. Cuando ríen, si se les marcan los hoyuelos o no suelen hacerlo a menudo. Si se pierden enredándose el pelo fantaseando con la idea de volver a repetir aquello que me están contando. O a veces, si hay suficiente confianza, estar ahí cuando lloran. Siempre he pensado que cuando estás triste lo mejor que puede hacer alguien es abrazarte y callar. La presencia es suficiente, pues nunca vamos a saber como lo está sintiendo la otra persona del todo. 

Me pierdo al ver las fotografías. Deseo aparecer en alguna, aunque sea de fondo. Ser parte de alguien, que esa persona me valore y esté tan contenta de conocerme que me considere tan importante como para ponerme de foto de perfil. 
Si lo piensas bien es una estupidez. Son fotos pasajeras, que vienen y van, que no significan nada más que un momento espontáneo. Hay miles y todas aportarán la visión de algo que sucedió, de algo que solo significa una sonrisa que no sabes exactamente que es lo que esconde.

En realidad me gusta mantenerme al margen. Prefiero sujetar la cámara a estar delante de ella. Soy más de contemplar la panorámica a estar en el centro de la acción.
Pero a veces, solo algunas veces, no me importaría dejarme arrastrar por la corriente y no ser solo el chico que alguien una vez conoció. 

Aún espero formar parte de ese mar con tintes verdes. 

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