Aullidos del fin del mundo

sábado, 31 de marzo de 2018

En realidad no estoy despierto

No necesito nada. No necesito a nadie. Solo necesito estar aquí. Tumbarme. Lejos del mundo. Lejos del mundanal ruido. Tan lejos que le pueda contestar al eco con más eco. 

Cuando soy capaz de pararlo todo es entonces cuando abro los ojos. En este rincón no me pueden molestar. No hay problemas. No hay dolor. No hay maldad. 

Me encuentro en un cuento que puedo escribir. Puedo ser de la raza que quiera, más alto, más amable, más listo. Aquí yo soy el rey y puedo matar gigantes. Lo único que pierdo es la noción del tiempo. 

Todo parece estar hecho de algodón. Es como vivir en un mar de ilusiones, de lienzos donde puedes dibujar lo que te apetezca. Nadie va a juzgarte. Nadie puede resucitarte. 

Tu humor se sucede como un rollo de película en blanco y negro donde por más que hayan escrito un final, todo se vuelve a reproducir. No hay escapatoria. Es una cárcel dentro de una cárcel.

Es como estar durmiendo sin saberlo. Huir a ciegas. Ser un cobarde en una isla sin sombra. 

sábado, 24 de marzo de 2018

Has despertado un dolor animal

Todo es libre excepto yo. 

He pecado al confiar en mi instinto una vez más. Se que cada decisión que tomo es una persona menos con la que contar. Ojalá las circunstancias fuesen idóneas y yo tuviese la cabeza en su sitio. Si mi miedo me permitiese volar haría horas que ya estaría montado en el tren, pero no puedo dejar atrás a alguien que me ha acompañado y crecido a mi lado. No puedo abandonar a mi más tierno compañero, aunque solo se comunique conmigo a través de ojos tristes y noches bajo mi cama. 

Creo que como yo, él también ha llegado a su límite. Pero hay algo que yo sí puedo hacer por él, y es luchar y estar a su lado. Es abrazarle silenciosamente y darle todo el cariño que él me ha brindado. Me duele su dolor, me rompe el alma. Soy tan animal como él. Los dos nos lamemos las heridas, nos pasamos los días queriendo huir a un lugar mejor.

Si puedo calmarle algo de todo ese sufrimiento, yo seré aquel que pare el tiempo. Aquel que no dejará que nada ni nadie le despierte del mundo del que venimos. Eres lo que más quiero en este mundo y siempre siempre siempre estaré contigo pase lo que pase. 

martes, 20 de marzo de 2018

El monstruo ha despertado

Siempre te encuentro aquí, justo donde te dejé. Tan tóxico e ideal. Solía hablar de ti, pero hace mucho que no quiero oír nada relacionado con tu entorno. No me transmites ninguna tranquilidad. Siempre estás rodeado de tormentas que no me dejan escuchar al exterior. Eres dañino para mi cuerpo y en cuanto puedes te cuelas por el único reducto que aún debo curar. 
¿Cuántas oportunidades tendré que darte para que calmes el hambre? Ya solo quedan huesos. Has acabado con todos. Puedes terminar conmigo si quieres, pero hazlo rápido. Me has obligado a vivir tan desabrigado del calor que esta soledad se siente perdida.  

¿Será verdad que mi oscuridad por fin ha salido a la luz? ¿Será esta mi verdadera cara, la de un animal con el rostro hecho pedazos, con sed de sangre, con ganas de matar y morir?

Debo salvar al mundo de mí mismo. Debo dormir a la bestia. Debo... quedarme en la jaula. Si sigo huyendo... ¿hasta dónde llegaré?

domingo, 11 de marzo de 2018

Lo celebraré cuando despierte

Me sostiene un fino hilo que a penas puedo percibir. Hago malabarismos aquí arriba intentando aguantar la compostura.  Me mantengo firme en mis convicciones. Hace demasiado viento como para que no me preocupe si estoy a punto de caer y donde. 

Desde aquí puedo ver a otras personas corriendo por sus hilos de colores. Ni siquiera se plantean si van o no a cruzar. Siguen dando paso tras paso levantando las manos y saludando a todos aquellos que ya han llegado a la meta. 

Debería tener más cuidado. Por eso, he decidido arrodillarme e ir a gatas hasta el final. Prefiero tener algo firme en lo que aferrarme a que el viento me tumbe en cualquier momento. Es una carrera de nervios, no de tiempo. 

Me gustaría describir esta experiencia como algo que voy a recordar siempre, pero sé que no es más que un mero trámite. Algo por lo que todos debemos pasar. Algunos lo hacen solos y otros en compañía. Unos tardan más y otros llegan sin abrir los ojos. 

Tengo ganas de abrazar al aire. Lo hago teatralmente. Es casi como si me devolviese el abrazo. Está claro que no es más que un acto de consuelo. Me digo a mi mismo que no necesito a nadie, pero la tristeza me está matando.

Cuando llegue, me gustaría celebrarlo. Reunirme con ellos, con mis amigos, los que no son imaginarios, y gastarles la broma de que podría haber pasado caminando del revés.

Me encuentro en mitad del camino. Lo veo todo bastante borroso. La única certeza que tengo es la de la imagen que puedo divisar sobre lo que me espera al otro lado. Son sombras, pequeñas cabezas que no sé si sonríen o están esperando a que llegue por simple procedimiento. 

Hace tanto frío que me cuesta moverme. Creo que pasaré una noche más. Quizás un par. Desde aquí todo es confuso, incluso me cuesta saber en que día vivo. 

Mañana, cuando me despierte, olvidaré sus nombres y recordaré el mío, ya que es el único del que no me puedo desprender. 

domingo, 4 de marzo de 2018

El despertar de la oscuridad

El odio suena así de mal. Cargado de momentos que pesan. De palabras que no son suficientes. De sentirse poco merecido. De intentarlo pero no, de nadar sin sanar. 
Sentir esta oscuridad helándome las venas me dicta que el tiempo no marca el final del dolor. Que no hay nadie que me ilumine, que me he quedado sin color.

Te fuiste pronto. Me convertí en esclavo. Alargué las sombras. La cobardía me impidió enfrentarme a mis monstruos. Me dejé llevar por la letra equivocada y sucumbí como una mota a la nada. Me volví extraño. Una paradoja sin retorno. Expiré mi último aliento. 

No fue para mí. 

Por fin habla el corazón, moribundo, carente de calor. Aún noto ese tambor lejano, tan débil y marchito. No hay nada más puro que el deseo más intrínseco. La luz se confunde y deja como testigo el vestigio final. El alma de mi ser. Lo único bueno que es capaz de dejar. Un fútil mensaje: 

Échale valor. 

viernes, 2 de marzo de 2018

El despertar en el otro cuarto

No recordaba que la ventana diese a la montaña. Aún quedan rastros de nieve y desde la habitación parecía un pequeño montículo al que habían regado con azúcar. 
Me senté junto a mi guitarra. Aún olía a cerrado, pues llevaba sin visitarla muchísimo tiempo. Me recordó a que yo amaba la música, a que un día deposité mi confianza en que podría mejorar, en que ese arma de seis cuerdas me ayudaría a vomitar toda la rabia que no podía deshacer cuando empezaba a asomar en lo más hondo de mi consciencia. 

La habitación se veía de un color gris oscuro. No de era de extrañar, pues casi siempre permanecía en las sombras. Era un hábito ya el no levantar la persiana. Me gustaba encontrar las cosas con tan solo saber donde estaban. No necesitaba más que unas rayas de sol para no perderme. 

Habían aparecido algunas fotografías. Había personas que conocía, pero que no recordaba. Algunas intentaban decirme algo con sus ojos pero me era imposible adivinarlo. Esos rostros escondían algún secreto. Algo siniestro. Mi conexión estaba tan apagada que aunque hubiesen significado algo para mí yo ya no sentía nada. 

Fui a girar el pomo, quería salir de ahí. No me encontré nada. Literalmente, volvía a estar ahí, en el mismo cuarto, sin salida. Volví a probarlo y volvió a ocurrir lo mismo. Estaba atrapado en una imagen, en un cuadro viviente. 
Golpeé las paredes, pero no sucedió nada, no se escuchaba nada, todo se encontraba muerto. Intenté hablar, pero lo único que salió de mi garganta fue el silencio más tenebroso que había escuchado en mi vida. 
Volví a la guitarra, intenté colocar los dedos para tocar alguna de las pocas canciones que todavía podía recordar y algo mágico sucedió, un pequeño arpeo salió de esa caja de madera y empezó a nadar en mi interior.

Mi cuerpo me hablaba. No es algo que pueda describir, estaba delante de otra persona, que sabía que era yo mismo, pero que no tenía apariencia, ni físico. Estaba ahí, conmigo, siempre lo había estado, pero nunca le había escuchado. 
Antes de hablarme me abrazó, lo más fuerte que pudo, como si tan solo tuviésemos unos minutos.
Me dio la mano y me sumergió en mis profundidades. Empezó a tirarme palabras, como si estuviese buscando en un baúl antiguo. Valor, esperanza y autoestima. Intentó colgármelas como si se tratase de un collar de macarrones. Me devolvió pequeños destellos de cuando yo medía dos palmos. De cuando no me preocupaba nada, de cuando parecía estar despierto de verdad.
Me transmitió energía, me entregó un mensaje. Me suplicó que saliese de ahí. Él tampoco recordaba como habíamos llegado, pero sí se acordaba de que ese no era nuestro lugar. Que aunque el gris fuese nuestro color favorito, no era el color con el que pintar la vida. 

Ahora tenía que luchar por mí.  Debía salir de ahí.