Aullidos del fin del mundo

domingo, 11 de marzo de 2018

Lo celebraré cuando despierte

Me sostiene un fino hilo que a penas puedo percibir. Hago malabarismos aquí arriba intentando aguantar la compostura.  Me mantengo firme en mis convicciones. Hace demasiado viento como para que no me preocupe si estoy a punto de caer y donde. 

Desde aquí puedo ver a otras personas corriendo por sus hilos de colores. Ni siquiera se plantean si van o no a cruzar. Siguen dando paso tras paso levantando las manos y saludando a todos aquellos que ya han llegado a la meta. 

Debería tener más cuidado. Por eso, he decidido arrodillarme e ir a gatas hasta el final. Prefiero tener algo firme en lo que aferrarme a que el viento me tumbe en cualquier momento. Es una carrera de nervios, no de tiempo. 

Me gustaría describir esta experiencia como algo que voy a recordar siempre, pero sé que no es más que un mero trámite. Algo por lo que todos debemos pasar. Algunos lo hacen solos y otros en compañía. Unos tardan más y otros llegan sin abrir los ojos. 

Tengo ganas de abrazar al aire. Lo hago teatralmente. Es casi como si me devolviese el abrazo. Está claro que no es más que un acto de consuelo. Me digo a mi mismo que no necesito a nadie, pero la tristeza me está matando.

Cuando llegue, me gustaría celebrarlo. Reunirme con ellos, con mis amigos, los que no son imaginarios, y gastarles la broma de que podría haber pasado caminando del revés.

Me encuentro en mitad del camino. Lo veo todo bastante borroso. La única certeza que tengo es la de la imagen que puedo divisar sobre lo que me espera al otro lado. Son sombras, pequeñas cabezas que no sé si sonríen o están esperando a que llegue por simple procedimiento. 

Hace tanto frío que me cuesta moverme. Creo que pasaré una noche más. Quizás un par. Desde aquí todo es confuso, incluso me cuesta saber en que día vivo. 

Mañana, cuando me despierte, olvidaré sus nombres y recordaré el mío, ya que es el único del que no me puedo desprender. 

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