Aullidos del fin del mundo

sábado, 5 de septiembre de 2020

Duendes traviesos

Eres un duende que no me deja dormir. Un recurrente diablillo que se divierte a mi costa. No me hace gracia que desaparezcas incluso más veces que yo para más tarde reaparecer con esa sonrisa traviesa que no involucra nada bueno. Llegas a hacerme creer que hay esperanza para luego quitármela de un plumazo. Quizás me estás insinuando de que el único que ha llegado a sentir algo he sido yo. A veces me pregunto qué pasaría si me parase a escuchar tu pecho. Si sentiría latidos o por el contrario solo habría el eco del vacío. ¿Hay algo que quieras compartir conmigo o tan solo formas parte de ese silencio que te envuelve cuando mis labios osan atraparte al vuelo? 

Yo estaré bien mientras tú también lo estés. Aunque ese calor en la mirada se haya esfumado, los dardos que lanzaste aún puedo sentirlos. Como si se tratase de un cobarde disfrazado de valiente emergerás de las profundidades para advertirme una última vez. Me dirás que ahora tengo tiempo de estar triste, pero que cuando necesite ese tiempo para vivir, no me podré permitir esta desolación. No habrá cabida para el dolor ni el arrepentimiento. Me hablarás sobre lo efímera que puede llegar a ser la tristeza y de las muchas horas que pasaré echándola de menos. 

No creo que haya muchas personas que logren entender mi mundo interior. Hay que darle demasiadas vueltas a las cosas y hacer que los pies no tengan cabeza. Hay personas, que como yo, creamos refugios sin saberlo. Que vivimos en una calma cuando el mundo está en constante movimiento. Solo nosotros somos capaces de diferenciar aquello especial que hace a los demás diferentes; pues ellos no se quieren dar cuenta, ellos no lo aprecian. Vivimos en un mundo donde el ser distinto está mal visto. El sentir más de la cuenta, el hacer magia, paraliza a una sociedad donde muchas veces el poder lo reclama todo. Estar loco solo te aparta del camino, pero estar loco significa soñar despierto. No puedes renunciar a una demencia tan dulce con tanta facilidad. 

Te escucharía durante toda la noche, y seguramente termine estas últimas palabras con los párpados caídos. No puedo evitar querer conocerte, pero a la vez eres el dolor de muelas más grande que nunca he conocido. Si aún te atreves, te reto a jugar conmigo.