Aullidos del fin del mundo

domingo, 29 de abril de 2018

Nunca aprenderás

La miseria te sienta bien. Te encuentras absorbiendo el blanco de la pared. Eres como uno de esos mosquitos en verano que no saben donde aterrizar. Cualquier lugar estará bien mientras no te haga pensar demasiado. Te atrae el concepto más simple, el que te deje más margen de error. Tu fortaleza solo nace cuando has abandonado al resto. Solo quieres lo que nadie quiere echar de menos. 

Es agonizante como reptas por mi garganta sabiendo que tienes razón. Podría usar mi voz para algo más útil. Todo me pesa más y el agua ya me llega por el cuello. Me vuelvo un pensamiento inestable que rebota entre partida y partida. Tu eterno juego se hace insoportable. He perdido todo el espacio. He dejado de pasarlo bien. 

Si me dejases estudiar algo que no fuese el propósito olvidado, quizás dejaría de sabotear el tiempo que queda para vernos. 

viernes, 27 de abril de 2018

No sabes lo que soy capaz de aprender

Miento cuando digo que te miento cuando digo que te miento cuando digo que me hace falta espacio. 
Tu opinión se ha vuelto tan irrelevante que me ha empezado a afectar. Recuerda que tu lado más oscuro se nutre de toda tu inmensa luz. No importa el tiempo que transcurra, nunca vas a querer crecer. 

Él propósito se ha vuelto un final de juego en el que ya es denigrante saludarte desde la casilla de salida. A dónde ir se ha vuelto un rompecabezas que solo puedo aprender deslizándome por tus barrizales. 

Te miento cuando digo que te miento cuando digo que te miento cuando digo que nada me hace daño. 

sábado, 21 de abril de 2018

El desastre no aprende

Se me dan bien los juegos, pero soy nefasto apostando por el caballo ganador. 
Me adentro en la boca del lobo como si supiese que al final habrá una recompensa tan brillante como mis sueños. Nada más lejos de la realidad. Siempre escojo las decisiones menos certeras. 

Después de invertir todo mi tiempo en desentrañar el misterio que esconde esa cueva caigo en la cuenta de que la única razón por la que estoy ahí es porque se me da bien perderme. Allí no hay nada más que el eco de mi voz repitiéndome incesante que cada día que pasa soy más inocente. 

Desgastado, casi tanto como esas paredes mohosas, me adentro en la última estancia para darme cuenta con mis propios ojos de que la próxima vez que confíe en el consejo de alguien le preguntaré primero a mis recuerdos para que puedan disuadirme de la idea de volver a tropezar con la misma piedra. 

Apoyo mi mano en la piedra caliza, agotado. No puedo evitar sonreír después de toda la odisea. Al menos puedo seguir contando conmigo. 

lunes, 16 de abril de 2018

Mientras tanto voy a imaginarme que puedo aprender a volar

Vería improbable haber llegado hasta aquí con la idea de darme por vencido tan fácilmente. Sería una idea preconcebida donde mi realidad terminaría en la misma franja donde la peor versión de mí habría tumbado a aquel niño que no se aguantaba en pie, pero siempre se agarraba a algún lugar con la leve esperanza de no ser absorbido por aquel remolino de pesadillas. 

He perdido la cuenta de los dragones que me habría gustado montar, de los que habría querido matar y de los que me habría hecho su amigo. He embarcado en tantas fantasías que me cuesta volver a la orilla del primer mar, donde todo se vuelve opaco y tedioso. Allí donde te implantan la semilla de la duda, donde te niegan los sueños y te prohíben zarpar por voluntad propia. No estoy cómodo cuando paso demasiado tiempo entre sus puertos, dando trompicones con miradas de desaprobación y lenguas bífidas. Mi mente se desplaza siempre en la línea que separa el mar del cielo, dando rienda suelta a mi imaginación, a los lugares que visitaré, en los mundos en los que viviré.

Lo único que me retiene es mi sombra. Se engancha al suelo y me repite como una madre cansada de su hijo que no se me ha criado con alas, y por lo tanto, no estoy hecho para volar. A su secuencia lógica yo siempre le repito lo mismo: mientras pueda imaginarme volando, nadie podrá derribarme. 

lunes, 9 de abril de 2018

No puedo evitar aprender a no evitar

Es más fácil. Realmente no tienes que esforzarte mucho. Cuando algo te da miedo, lo apartas, tiras todo lo que estés sujetando en ese instante y sales corriendo. No hay una dirección adecuada, todas son igual de válidas. Al fin y al cabo tan solo quieres llegar lo más lejos posible, a algún lugar en el que nadie te vea, ni te escuche ni te reconozca. Huyes para no tener que transformarte en uno de esos monstruos humanos, de esos que salen en los libros y han cometido atrocidades. Te gustaría pensar que si alguna vez alguien te describe sea por tus hazañas, por el coraje que demostraste o por la templanza que demostraste al no dar la espalda. Es todo tan contradictorio. Quieres romper con tu mundo, huir de tu mente, pero realmente sabes lo que quieres, no estás tan perdido como dicen. 
Toda esa oscuridad que se arremolina ahí fuera a ti no te molesta. Tu has aprendido a observar, a contemplar los patrones, a moverte entre las sombras.

No puedes evitar escabullirte. Perteneces a un mundo que ellos no entienden. En el fondo solo deseas que alguien te encuentre mientras blandes la espada contra lo desconocido. Luchar por un motivo mayor, tener una razón por la que frenar tus pasos, algo que merezca la pena para dejar de eludir una vida que se escapa, como tú, en el tiempo. 

domingo, 1 de abril de 2018

Hay que aprender a separarse en esta vida

Una etapa nueva requiere haber roto con una antigua. Romper no es algo bonito. A la gente no le gusta romper cosas. Es un trámite complicado, donde nos volvemos vulnerables y nos afecta en un estado al que no queremos recurrir. 

Sin embargo, romper nos aporta algo único y esencial que, si no rompiésemos de vez en cuando algo, terminaríamos volviéndonos locos. Por ejemplo, cuando estamos enfadados, nos entra un sofoco en nuestro cuerpo que nos alienta a destrozar cualquier cosa que esté delante de nosotros. Incluso a veces no nos importaría golpear a alguien. Es como si el hecho de despedazarlo todo en pequeños fragmentos nos calmase.

Una vez lo quise probar, porque tan grande era mi enfado con el mundo que necesitaba desintegrar algo con mis propias manos. Me fui a un valle cerca de mi casa, donde solían apilar troncos viejos que luego utilizaban para quemar. Simplemente llegué y empecé a patearlo todo. A tirar piedras, a gritar, a saltar encima hasta que se rompiesen del todo. Quería ver el mundo arder. 
Cuando agoté mis fuerzas terminé cayendo rendido en uno de esos tocones. Había desatado tal cantidad de energía que me pregunté si había valido la pena. Una parte de mí lo agradecía. En el fondo no resolvía ningún problema, pero mi cabeza podía respirar más tranquila. No había hecho daño a nadie y toda esa ira había podido correr libre unos minutos. Pero la otra parte me decía que los problemas se solucionan enfrentándolos, no con una pataleta de niño. Realmente ambas partes tenían razón. Así que las separé. Dejé que la parte más madura tomase las riendas y me alejase de ahí, intentando esbozar un plan mejor que el de exterminar el bosque. A la otra parte también le cedí los mando, pero solo cuando empezaba a recurrir a esa remolino de oscuridad. Le dejaba gritar lo que quisiera hasta que las lágrimas se secaban. Entonces volvía a levantar la cabeza y a pensar con claridad.

Desde entonces solo se vuelven a ver cuando hay que cerrar un capítulo del libro de mi vida. Algo realmente importante y que nunca estás preparado para el momento exacto. Cuando te encuentras allí, justo delante del día en que sabes que nos vas a volver a ser la misma persona, que algo ha cambiado, que has tenido que sacrificar un trozo de ti, entonces les dejo vía libre. Les dejo que se abracen, que discutan, que pasen tiempo juntas para que se echen de menos, porque volverán a estar solas en su habitación, y cuando estén pensando una parte en la otra será cuando se hagan más fuertes, cuando tengan que planear su siguiente movimiento. Es entonces cuando de todos esos pedazos, de toda esa ruptura nacerá algo tan necesario como lo es un nuevo ciclo.