Aullidos del fin del mundo

lunes, 16 de abril de 2018

Mientras tanto voy a imaginarme que puedo aprender a volar

Vería improbable haber llegado hasta aquí con la idea de darme por vencido tan fácilmente. Sería una idea preconcebida donde mi realidad terminaría en la misma franja donde la peor versión de mí habría tumbado a aquel niño que no se aguantaba en pie, pero siempre se agarraba a algún lugar con la leve esperanza de no ser absorbido por aquel remolino de pesadillas. 

He perdido la cuenta de los dragones que me habría gustado montar, de los que habría querido matar y de los que me habría hecho su amigo. He embarcado en tantas fantasías que me cuesta volver a la orilla del primer mar, donde todo se vuelve opaco y tedioso. Allí donde te implantan la semilla de la duda, donde te niegan los sueños y te prohíben zarpar por voluntad propia. No estoy cómodo cuando paso demasiado tiempo entre sus puertos, dando trompicones con miradas de desaprobación y lenguas bífidas. Mi mente se desplaza siempre en la línea que separa el mar del cielo, dando rienda suelta a mi imaginación, a los lugares que visitaré, en los mundos en los que viviré.

Lo único que me retiene es mi sombra. Se engancha al suelo y me repite como una madre cansada de su hijo que no se me ha criado con alas, y por lo tanto, no estoy hecho para volar. A su secuencia lógica yo siempre le repito lo mismo: mientras pueda imaginarme volando, nadie podrá derribarme. 

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