Aullidos del fin del mundo

sábado, 31 de diciembre de 2022

Puentes de luz

No quería ir sin despedirme. Sin dejar huella. No sé muy bien qué sacar de todo esto. Un aprendizaje, sí. A principios de este año éramos 2. Una aventura. Una gran epopeya por vivir. Y a horas de terminarlo... la epopeya me espera, pero a mí, sin sombras que arrastrar. Debo dejarte atrás definitivamente. Voy a tender un puente de luz hacia este presente infinito, porque eso es lo que importa. Soy muy fuerte. Más de lo que creía.

La puerta que se abre está llena de fechas importantes, de momentos que voy a enmarcar y de citas que harán de mí la persona que quiero hacer. Puede que me esté dejando llevar por la nostalgia que se almacena en estos últimos minutos, pero lo sé, lo sé con todas mis fuerzas. No voy a parar. Porque si después de este año, más triste que alegre, he podido deshacerme de la oscuridad, ahora que estoy tan cerca de mi cometido, no pienso acobardarme. 

No voy a faltarme a mi palabra nunca más. Me lo voy a demostrar. A mí. Solo a mí. Va a ser un año gargantuesco. Tengo ese presentimiento. 

Tan solo quiero dejar un mensaje para mi yo del futuro. Bueno, del presente y del pasado si quieren pasar a leerlo también les vendrá bien.

Quiero vivir. vive. VIVE EN MAYÚSCULAS. CON TODA TU ALMA. CRUZA ESE PUENTE. YO TE ACOMPAÑARÉ. EMPECEMOS.

lunes, 7 de noviembre de 2022

Este es el porqué

Quizás lo mejor sería guardarme mi propia voz para mis adentros.

o quizás debería gritarlo a los cuatro vientos.

quizás, lo mejor, sería desterrarlo y no sacarlo nunca jamás de su prisión.

La supervivencia del más fuerte. Ahora lo entiendo. Las nubes negras siempre me guían y hoy lo han hecho hasta aquí. Ya no voy a esperar más. Ya no voy a esperarte más. Hoy he soplado las velas y he pedido no volver a sentirme igual de mal que lo que me has hecho sentir tú. Me he convertido en fuego y por tanto, tengo el poder de hacerlo arder todo. Sigo siendo el chico de la imaginación desbordante. Sigo vivo. Sigo aquí y no vas a poder derrumbarme, ni tú ni tus malditas sombras.

Mis alas resurgen entre las cenizas y mi vuelo no tiene oponente. Este es mi año. En presente. En el tiempo que importa.

lunes, 31 de octubre de 2022

Fuerza vital

Contra más realidades descubro, más quiero romper con la mía. Vuelvo a sentirme como un cubo de Rubik que lleva meses sin recuperar sus verdaderos colores. Supongo que aún tengo mucho que superar.

No necesito brujas ni fantasmas para asustarme cuando los verdaderos terrores están aquí con nosotros, en la superficie. Hoy vuelvo a desdoblarme y a rebullirme entre escalofríos al pensar que el tiempo asusta y engulle por igual. Me pregunto dónde estarás y si te acordarás de mí. Si alguna noche como la de hoy me echarás de menos o solo me recordarás como si fuese un espíritu más. Este silencio ha durado ya demasiado y no sé si voy a poder mantenerme cuerdo por mucho tiempo. Sé que esta pequeña esperanza no es más que una ilusión que me repito a mí mismo para poder continuar, pero no puedo permitirme perderla. Bastante oscuridad se manifiesta a mi alrededor como para volcarle un cubo de pintura negro. Es como si todos mis recuerdos cupiesen en un hatillo, uno desgastado y pequeño. Tan frágil que tan solo una ráfaga de viento podría echarlo todo a perder. Pero me niego. Rechazo la idea de quemarlo todo, de rendirme; aunque hayas sido tú quién disparó, quién me clavó ese cuchillo en los pulmones. Como un moribundo que se aferra a la vida me mantengo despierto, esperando que quizás un cuervo me venga a visitar a medianoche, abriendo un portal entre dos mundos que una vez fueron uno solo. Sin colisiones ni manchas de sangre. Sin reproches ni cargas a las que culpar. Esperando fundirme en un abrazo que cuente un final de verdad, aunque asuste y no sea uno feliz, pero que al menos me deje descansar.

Ojalá hubiésemos llegado hasta aquí juntos. Ojalá hubieses apostado por mí, por nuestros demonios y por las armas que tenemos para derrotarlos. Ojalá pudieses haber sentido ese lazo invisible que nos unía. Ojalá esta noche no tuviese que librar mi batalla contra los zombies con una pala y un puñado de calabazas. 

A veces pienso que seré afortunado si no deja de dolerme, porque eso me ayudará a sentirme vivo. Pero es solo un pensamiento intrusivo, ya que al decirlo en voz alta, solo escucho que lo que necesito realmente es enfrentarme a tu olvido. Aunque no quiera, aunque yo no lo haya decidido, aunque me lo impongas y sea esa la última voluntad que me ordenes desde el más allá. Y quizás, por eso, porque es algo que no procede de mi interior, sino del tuyo, me rebelo. Me alzo contra esa afirmación y procedo a seguir luchando. 

jueves, 29 de septiembre de 2022

No me cuentes mariposas

Mi umbral del dolor se ha hecho más grande estas últimas semanas. No sabía que podía soportar tanto en tan poco tiempo. Ni siquiera ahora sé de dónde me salen las fuerzas para escribir esto. Hay tanto que quiero decir y tanto que quiero gritar... me gustaría poder hacerlo de la manera más correcta, pero él, quién decía acompañarme hasta el infinito, me ha soltado la mano. Me ha dejado caer sin posibilidad de retorno. 

Desde que ocurrió, he sentido que mi centro de gravedad ha desaparecido. Estoy navegando a contracorriente y con esas bestias marinas acechándome cada vez más cerca. Tienen hambre y huelen sangre. Huelen mi debilidad. Y me siento solo, sin estar solo, porque la persona a la que más quería me ha traicionado. 

Supongo que no me queda otra que replantearme las circunstancias. Ya que nadie tiene el suficiente tiempo para valorarlas, yo debo decirlas en voz alta, pues aunque nadie se percate, he luchado valientemente sin cesar desde que apareció en mi vida. Me he pasado un año entero pensando en que no era capaz. Capaz de absolutamente nada. Me aferré a su sombra y me convertí en ella. Me obligué a escapar de mi zona de confort, para entrar en la suya, donde nunca llegué a sentir que me abriese todas sus puertas. Tuve que enfrentar a mis demonios, no por mí, sino por él, para contentarle, para hacerle ver que podía estar mejor si lo hacíamos juntos. Que el mundo podía ser un lugar bonito si contabas con alguien. Mis inseguridades brotaban incesantes, y aun así, siempre le antepuse. Está claro que no siempre fui perfecto y mis monstruos me devoraron más de una vez, pero durante todo un año, fui la mejor versión de mi mismo, la mejor que pude en esos momentos, para que él fuese feliz. 

Cuando me arrancó la tirita de golpe, me sentí desprotegido, engañado y apaleado. Mi corazón siempre ha sido mi mayor arma y mi mayor debilidad. Y en ese instante lo golpeó tan fuerte que hasta ahora me pregunto cuándo va a dejar de doler. Si a él también le duele, si en algún momento se ha arrepentido o solo he sido uno más. Estoy rodeado de sus recuerdos, pero me niego a borrarlos todos. Me niego a hacer ver que nada de eso ha sido real. Lo seguiré llevando en el cuello, aunque solo sea para demostrarme que mis sentimientos son más fuertes que los suyos.

Tengo muchas cosas que poner en orden en mi vida, y puede que ahora sea el momento de hacerlo. Puede que de alguna forma me agarrase a su seguridad, al calor que me daba y sintiese que podía demorar un poco más el enfrentarme a mis grandes amenazas, pero ahora, cuando lo único que tengo delante de mí soy yo, me doy cuenta de que puedo superar lo insuperable. Puedo hacerlo sin su ayuda. Puedo hacerlo porque soy fuerte. Más de lo que él creía. Y esa parte ha salido gracias a echarme a los lobos. Así que... supongo que incluso los finales más agrios tienen su lado positivo. 

Me cuesta respirar. Es como si tuviese un nudo en la garganta constante cuando pienso en su rostro, que poco a poco va deshaciéndose con el otoño. Lo que más me impacta es como puede cambiar una vida en cuestión de minutos. Un día te sientes poderoso, con la fuerza necesaria para arrollar todos los problemas y al siguiente todo aquello que creías que era un pilar fundamental se derrumba, como si nunca hubiese estado ahí realmente. Me pregunto cuánto tiempo hacía que ya no estabas ahí. Me pregunto cuántos te quiero solo fueron aire, solo fueron una excusa que te repetías a ti mismo para autoengañarte. Me pregunto si alguna vez me lo dijiste de verdad.

Me vas a permitir enumerar aquellas cosas que ya no nunca vendrán, pero que estaban ahí, a unas semanas de nosotros. Esas posibilidades que soñábamos (o soñaba yo solo, ya no lo sé) y se van a tener que quedar ahí, deambulando en el mundo onírico para una eternidad. Ya no habrá disfraces, pero sí terror, terror real, del que te asusta y te hace pequeñito y no de esa gente disfrazada en un parque temático. No habrá conciertos en los que saltar, ni primeras veces para los dos. Ya no habrá regalos por amor, de esos que haces porque te acuerdas de esa persona, sin ser su cumpleaños ni ninguna ocasión especial. Ya no habrá sorpresas después del trabajo, ni antes, ni nunca. Ya no habrá momentos de paz bajo una manta, ni besos, ni abrazos refugiados por el temporal del invierno, de aquella época que llevábamos hablando meses. Cuando llegue, ya no tendremos el calor del otro. No habrá la posibilidad de pasar nuestro día especial juntos, porque no hay nada que celebrar, porque todos aquellos post-its ya se habrán caído de tu armario. Ya habrás envuelto todos esos dinosaurios que poblaban tu habitación y me habrás descolgado de tu cuello. Siempre pensé que yo era el candado de los dos, pero ahora me doy cuenta del porqué me diste la llave, pues era tu subconsciente quien me estaba diciendo que querías un adiós, encerrarme en una caja de música, en una de esas listas, y hacerlo para siempre, plasmarme como un mal recuerdo al que dejas por teléfono.

Creo que el sacrificio que más me pesa es el de mis padres. El de que te hayan abierto sus puertas, con lo terco que es mi padre, con lo mal que lleva todas estas cosas... él quiso darte una oportunidad. Y ahora, lo último que me dijo es que si hay una próxima vez, no le presente a nadie más. Hasta ese punto te has inmiscuido en mi vida, hasta el punto de alterar la ilusión de los que más me importan. 

Esto jamás lo leerás, está claro, pues nunca quisiste leerme por aquí. Pero ayuda, ayuda el poder expresarme, aunque sea con una pantalla. Supongo que mi depresión te asustó. Te asustó no ser capaz de salvarme o creer que había que salvar a alguien. Pues querido, siento decirte que eso es lo que más pena me da, el que creas que tuvieses que ser algún tipo de superhéroe para mí. El que no tuvieses la paciencia de esperar a que diese todos mis pasos y el que tuvieses que obligarme a ir a tu ritmo, a un ritmo que déjame decirte, jamás va a ser bueno para nadie. No puedes forzar a una persona a que esté bien. Simplemente no puedes. Estás ahí con ella, porque la quieres, pero no la obligas a salir del pozo arrastrándola. No todos somos perfectos. No todos estamos en la misma situación y no todos podemos ser salvados de la manera que tú quieres y cuando quieres. La única razón que me quedó clara fue una frase que me dijiste uno de los últimos días. Fue la de que estaba estancado. Ese era tu problema conmigo, que no estaba a tu altura, que no podía seguirte el ritmo. Y lo siento. Pero más lo siento por mí, por esforzarme tanto para estar a tu nivel, para dar todo lo que tengo para que sintieses que haría lo indecible para que tú estuvieses feliz, aunque yo me sintiese mal. Y eso fue mi error, el no respetar mis tiempos. Así que lo siento, siento estar en otro punto de la vida y que no quieras recorrer esto conmigo. Me fastidia mucho, porque de verdad de verdad que te quería muchísimo y ahora... ahora ya no estás, pero sigo sintiendo lo mismo y ese es el dolor más grande que voy a tener que saber transportar. 

Ojalá hubieses tenido el valor de hacerlo en persona, de hablarme de tus sentimientos, de contar conmigo, de no utilizarme como un salvavidas cuando te sentías perdido, de esconderme todo aquello que de verdad te preocupaba. Al final, fueron tus monstruos, y no los míos, los que lo estropearon todo. 

El futuro es incierto. Veo muchos vacíos que se suponía que iba a rellenar contigo. Muchos momentos que palpitan en mi interior, imágenes borrosas que debo eliminar cuanto antes, antes de que se propaguen y me infecten. Supongo que debo hacer como tú en esto, borrar y eliminar. Así, como si no hubiese importada nada, absolutamente. Como si tu nombre pasase a esa lista negra de personas que me han roto el corazón. Uno más, ¿verdad? Así es como tú me recordarás, pero no yo. Yo no. 

¿Por qué siempre parece que la lección la deba aprender la persona dejada que sufre muchísimo más? Especialmente cuando no ha habido nada extraño, tan solo un desgaste de una de las partes en silencio. ¿De quién es el verdadero problema? ¿De la persona que da más, que tolera más, que quiere más, que pone por encima lo bueno sobre los defectos del otro, que pregunta, que es fiel? Para mí si quieres a alguien eso de "es que no sé hablar, no me sé comunicar" y luego boom, a la mierda todo un año de tu vida porque ya no me siento igual y adiós... eso no está bien. ¿Qué ha aprendido esa persona? A parte de no ser honesta, de no comunicarse cuando se supone que era tu compañero de vida. ¿Qué pasa cuando el bienestar de uno es a costa de la destrucción del otro? Cuando la persona se va justo en el momento que más esperabas que te apoyara. ¿Qué debo aprender yo de ello? ¿A ser más egoísta, a no confiar en nadie? ¿Debo considerar que toda relación es un amalgama de posibilidades aleatorias donde incluso, la pareja más ideal y enamorada puede romperse efímeramente en cualquier momento por un perfecto caos sujeto al azar?

Entiendo el enfoque de los psicólogos que abordan estos temas. Te dicen que abandones el victimismo para empoderarte y salir adelante, que aprendas de tus errores y te quieras a ti mismo para ser capaz de amar a otro de forma sana. Pero no sé... hay algo en todos esos principios que no me terminan de convencer. Especialmente cuando las pareja de larga duración no son capaces de, al menos, resolver las cosas antes de romperlas unilateralmente. Y si no es posible, ser justos y no tener una actitud cobarde, evitativa cuando no se encuentra solución. Ante todo somos personas. ¿Cómo esperan que demos carpetazo a esos duelos si algunas formas de zanjar son tan impactantes que te hacen romper absolutamente con todos los esquemas mentales de un mínimo de cordura, dignidad y respeto?

Lo siento, pero creo que a veces el que deja no sufre una mierda o una parte muchísimo menor. Se libera de ti, de la persona que se ha dedicado con pureza y bondad pese a los errores que todos cometemos. Está tan feliz el mismo mes en que todo termina que no ha aprendido nada. Siempre pueden ir probando y jugando con los sentimientos y vida de otras personas, porque claro, lo importante es quererse a uno muchísimo por encima del resto. Ese planteamiento es ideal para una pareja tóxica, ¿pero para una persona que solo ha querido dar lo mejor, incluso con sus fallos? No está bien. 

Muchas personas que dejan lo hacen al estar convencidos de que la relación no está bien al hacer responsables al dejado de su propia infelicidad. Y eso no es justo, ni maduro. Nadie debe ser responsable de la felicidad del otro. Para mí eso es un rasgo de inmadurez, y más si cabe si esa persona tampoco es capaz de sentarme como un adulto a exponer lo que necesita, lo que no le gusta o como quieren que le quieran. Eso es ser honesto y real.  ¿Y el amor, dónde queda?  El amor no puede ni debe poder con todo, pero  si está ahí, no puedes simplemente darle la espalda. Eso es ser egoísta. Supongo que te das cuenta de que esa persona no te quería, nunca lo hizo y todo esto ha durado hasta que le ha durado su autoengaño. Y como un tranvía, te lleva por delante. 

Está claro que la valentía no siempre será apreciada, pero la cobardía nunca merece recompensa. Lo has vuelto a hacer, lo de decidir por los dos, pero esta vez vas a permitir que salvaguarde mi felicidad. Me voy a permitir seguir creyendo que tiene que haber luz, brillando, en alguna parte para mí. 

martes, 16 de agosto de 2022

Cerrado por dentro

Hoy te escucho más fuerte que nunca. Todo está pintado de un tono más triste. Ojalá pudiese ser todo aquello que tú deseas. Perdona que no sea capaz de aguantar el tirón. Me pregunto continuas veces si soy yo el error. Me dueles una barbaridad. Me hundes incluso cuando intento avanzar. Solo me siento roto. TODO EL RATO. TODO EL TIEMPO. Y te atreves a atravesarme cuando más pequeño me siento. Mi vulnerabilidad no es de tu incumbencia. Quiero que me dejes respirar. Quiero vivir. ¿Tanto te cuesta entenderlo? Todos los errores me llevan a ti. Eres como un agujero negro que me absorbe y me limita. He trabajado tanto, he hecho todo este esfuerzo y aun así siento que no valgo para nada porque tú siempre vas a estar ahí atormentándome. ¿Cómo es posible que las palabras de ánimo de alguien se conviertan en mi losa más pesada? Hace tanto tiempo que solo he querido morir, que ahora, que mataría por vivir, solo sé hacerlo desde el hoyo más profundo. Cada paso, son cinco manos atorándome la garganta. Quiero vivir, pero me estoy muriendo. ¿Qué piensas hacer al respecto? ¿Vas a seguir aquí cuando vuelva? ¿Puedes salir de mi interior, por favor? ¿Puedes abortar toda esta tristeza que me agota? ¿Puedes dejarme en paz?

No necesito una ayuda ni necesito a un héroe. Necesito que me dejes coger las riendas de mi vida. NECESITO DEJAR DE CONTAR CADA SEGUNDO Y CADA MOMENTO COMO SI FUESEN EL FIN DEL MUNDO. Quiero vomitar mi pesar. Quiero seguir adelante. Quiero vivir. QUIERO VIVIR. QUIERO VIVIR, JODER. ¿ PERO POR QUÉ ENTONCES MORIR ME PARECE TAN APETECIBLE?

Ahora mismo, solo veo sombras. Sombras en las luces que intentan levantarme. Y es... como estar en un iglú sin primavera.

Mañana voy a estar muy lejos de aquí, volando ahí arriba, pero todos mis pensamientos no van a ser ligeros contratiempos. Es como si nunca fuese suficiente, como si mis ganas compitieran contra el universo. Quiero encerrarme y dormir. Pero a la vez, quiero dejar de sentirme prisionero. Quiero poder ser capaz de levantar la mirada a la gente. Me siento cabizbajo todo el tiempo. Nunca estoy cómodo. Nunca nada vale. Nunca tengo nada por lo que luchar. Y es así como pierdo mi tiempo. Es así como pierdo la vida, a pequeños desencantos. 

No sé como procesar mis pensamientos. No sé que más cambiar. O sí lo sé, quizás, pero no quiero volver a intentarlo. Estoy tan triste... que solo quiero expresar lo muy triste que me siento, como si eso fuese a cambiar mi estado de ánimo. No sé, puede que algo ayude. Puede que si me pusiese a escribir de verdad pudiese protegerme del tiempo. Pudiese protegerme de esta historia. De este drama constante. Si alguien creyese en mí... si yo pudiese creer en mí, quizás... quizás esta tristeza me haría sentir mejor. 

¿Debo correr el riesgo? ¿Hacia dónde tengo que huir? ¿Cuándo podré dejar de huir? Todas mis preguntas se formulan por culpa de este horror. Todo es azul. Todo es enorme. Todo es demasiado. Solo quiero que pare. Solo quiero decidir. ¿Soy yo mi mayor rival? Soy la única persona que puede cambiar mi situación, pero me siento tan débil que me preocupa que este mar me trague esta vez.

Me preocupa haber llegado al límite de intentos fallidos.


viernes, 29 de julio de 2022

El siglo vacío

Este mes es mío. me lo apropio, me lo adueño. Mi cabeza se ha cansado de las cadenas. No esta vez. Ahora no. Ahora voy a buscar mi propio camino. Quiero encontrarme. Me lo merezco. Nada puede molestarme. Todavía no ha llegado Septiembre y no le voy a conceder el derecho de significar un miedo que ya no tengo. Soy capaz. Soy valiente. Ya no me dueles. Ya no tienes poder sobre mí.

No puedo evitar sentir que por mucho que me esfuerce a todas horas mi voz no es suficiente. Quiero destruirlo todo. Quiero acabar con todo. Quiero una oportunidad.

Me he encontrado roto en todo el camino. El duelo es tan largo que al final casi lo confundo con mi hogar. No me soporto más en este cuerpo. Si con 28 no he podido averiguar como arreglar este desastre  quizás no me quede mucho más que aportar.

Mi voz se apaga. Mi garganta ruge y el dolor me busca, constantemente. Me duele siempre y mucho. Es como una maldición. Me siento roto. Es como si hubiese perdido el rumbo, como si mi obsesión con la libertad fuera un chiste recurrente de la caja tonta. 

Es valiente quien tiene miedo y actúa igualmente. Y aunque ese miedo se apodere de mí la mayor parte del tiempo, estoy cambiando las tornas. Llegaré tarde, pero llegaré. Puedo hacerlo sin huir. Puedo hacerlo, aunque me cueste la vida. 

Aunque la ansiedad nos supere, aunque las oportunidades nos abandonen y nos corten las manos terminaré esta cacería. Terminaré aunque sea la última cosa que haga. Necesito terminar. NECESITO PASAR PÁGINA.

He tenido que sacrificar a mi otra voz para continuar. Esta senda que se torna en drama y comedia es cada vez más ridícula. Me siento tan solo buscándome a mí... supongo que estoy tratando de volver a sentirme como un niño una vez más. Esa sensación de despreocuparte por las responsabilidades, de ver la vida como un gran mundo por descubrir, donde la magia podía aparecer incluso en los momentos más inesperados.

Este mes ha sido mío,  me lo he apropiado y me lo he adueñado, o lo he intentado. A veces no siempre todo sucede como esperamos. Hay noticias inesperadas que nos hacen arañar el suelo, hay personas que nos arrastran sin ser conscientes, horas que se esfuman como el humo de un cigarro y luchas que reinciden, incapaces de rendirse. Mi cabeza sigue cansada de las cadenas, pero ahora en vez de evitarla, la escucho.  ¿Y si es esta vez?¿Ahora? Mi camino tiene que estar ahí, en alguna parte. No quiero encontrarme, pues ya sé donde estoy, lo que quiero es avanzar. Me lo merezco. Me merezco un descanso. Todavía no ha llegado Septiembre, pero puedo verlo sonriéndome, pícaro, a través del calendario  y no le pienso conceder el derecho de significar un miedo que ya no tengo. Soy capaz. Soy valiente. Me dueles, pero voy a convertir ese dolor en una flecha que va a acertar en la diana. No me da la gana volver a derramar una lágrima más por un siglo vacío. 

¿HAY FUTURO? TIENE QUE HABER FUTURO.

martes, 28 de junio de 2022

Aquello que está perdido quizás reside en mí

Desde el pasado, te quiero contar que no estás dando palos de ciego, que estás yendo por el buen camino y que pase lo que pase, aunque no sea lo esperado, aunque llegue a ti la idea del fracaso, no debes arrepentirte de toda la lucha que estás aguantando. Quiero creer que sí, que algo se está abriendo por fin. Te mando toda la fuerza. Me mando toda la fuerza a mí mismo. 

A veces me autoproclamo el hombre que huye de la realidad, pero sigo aquí. Sigo, de alguna manera, aquí, con todo lo que eso conlleva. Aunque sienta que estoy por desfallecer, aunque mis pedazos estén perdidos y sienta que no tengo lugar donde volver... sigo aquí. Aunque el miedo no me abandone, yo tampoco le dejaré solo.

No sé si estoy delante de mi última gran oportunidad. Quiero negar la evidencia del horror, pero esta vez no quiero difuminarlo entre bellas burbujas que no me dejan ver aquello que está sucediendo de verdad.

Siento el caos envolviéndome. Siento la presión, esa de la que a veces concluyo que le da significado a mi vida. Mi capacidad de control es casi nula y a estas horas nocturnas, el miedo no me deja casi ni respirar.  Es constante. Es agotador. Mi lamento me deja exhausto.

¿Y si estoy delante de la batalla más difícil y dolorosa que voy a librar? Si esta es la batalla de mi vida no voy a consentir perderla. No voy a negarme la esperanza y mucho menos voy a rendirme ante la oscuridad.

Me he encontrado tan adormecido todo este tiempo que ni me he dado cuenta de que el verano ya había llegado. Mi alrededor cambiaba mientras yo solo podía pensar en mi obsesión. Todo se ha precipitado. Todo pasa demasiado rápido. Todo parece de mentira. Todo me habla y me da lecciones como si estuviese en un consejo de sabios. Todos parecen tener razón. Todos menos yo. 

Quiero alzar el vuelo. Quiero largarme de ahí. Quiero sentir que los viernes son viernes, que el descanso es merecido y quiero poder dejar de mirar atrás y pensar que no hay nada que haya valido la pena.

No sé en qué momento me convertí en este amalgama de emociones. Aquí están pasando demasiadas cosas. La mayoría de ellas tristes, grises y dolorosas, pero también hay algunas nuevas. Algunas excitantes y que jamás había repercutido en ellas. Si pudiese quedarme con ellas por un momento y sentir como mi niño interior sonríe, guardaría ese recuerdo hasta la eternidad. 

Hoy has dado un paso de gigante. Hoy has cruzado el puente. Te has subido al tren y has cruzado el umbral. Has convocado mareas y has logrado arremeter a los monstruos. Mi lucha es tan fuerte como lo soy yo. Y yo, aquí, quiero agradecértelo. Quiero que estés en paz, al menos, por esta noche. 

Esta sensación esclarecedora es confusa. Me siento como en el bolero de Ravel, de menos a más, en una escala de incomprensión, pero decidido. Es extraño el no saber qué estoy sintiendo. Es raro el no saber que tenía tantas emociones ahí metidas. Que cada canción, que cada paso y que cada pensamiento pueden desembocar en un torrente de puertas. Puertas a las que hoy me he asomado. Puertas que quiero abrir. Puertas que PUEDO abrir. 

martes, 31 de mayo de 2022

Comodidad incómoda

Así que estas son las puertas del infierno. 

Es el final de un principio. Es un día. Es un pensamiento. Es un pensamiento de hace 10 años. Creo en ti, creo tanto en ti que no tengo la menor duda de lo que harás fantásticamente bien. Es un miedo constante que viene y va y no me deja descansar. Siento el fuego y siento como mi cuerpo empieza a encenderse. ¿Qué estoy haciendo para remediarlo? ¿Estoy haciendo lo necesario? ¿Estoy haciendo todo lo que está en mis manos? No sé si es suficiente y eso me aterra. Me aterra porque si doy todo de mí y eso no basta... ¿Qué otra opción tengo? ¿Quedará algo para mí?

PUEDO HACERLO SOLO. NO NECESITO LA AYUDA DE NADIE. Eso me grito todas las noches, pero no me vendría mal una pequeña ayuda. No me vendría mal que alguien más creyese en mí. 

La realidad me agrede y si no me construyese una coraza no creo que aguantase demasiado. Es la lucha del mal contra el bien, de esta dualidad que me corroe por dentro. Ando por la oscuridad como si fuese mi hogar. Me hundo en ella, en una comodidad incómoda. Me siento preso de mí mismo. Solo sé que debo desprenderme de algo que me ha acompañado siempre si quiero deshacerme de este dolor. 

A veces consigo otorgarle una distancia prudencial, pero otras, sin embargo, me duele tanto que me mimetizo con el dolor y no soy capaz de desdoblarlo de mi ser. Es como si yo solo fuese eso y no tuviese más propiedades. Es como si en caso de que no consiguiera llegar hasta la dichosa puerta todo rastro de mí desaparecería. Como si no fuese más que humo. Como si todo lo que soy se resumiese a algo que ni siquiera me debo a mí. 

Añoro sentirme vivo. Sentir la vida fluir por mis venas. Dejar de vivir en mi cabeza y pasar a la acción. Justo cuando el mundo más me aprieta, necesito escribir antes de que termine este mes. Antes de que el tiempo me localice. Antes de ser consciente de donde estoy, de lo que debo hacer y de lo mucho que va a tocar luchar. Esta tormenta puede ser la definitiva. Estas olas son monstruosas. Parece que tengan bocas y quieran probar un pedazo de mí. Y no quiero dejarles. No quiero volver a ahogarme en sus aguas. 

Puede que esa puerta que siempre materializo en el final de mi travesía sea algo menos diabólica y algo que me ayude más a llegar a esa libertad ansiada. Pero para llegar hasta ella es hora de dejar de prolongar la hibernación. Debo empezar a creer. A levantarme. A mirarme al espejo y romper con los estándares. Quiero vivir, más que nunca. Quiero hacerlo. Quiero salir de esta jaula que me vuelve pequeñito. Quiero dejar de imaginar y tocar ese pomo. Atravesarlo. Saltar desde lo más alto. Hacer desaparecer las distancias y crear un nuevo capítulo. Un libro entero. El libro que siempre he querido escribir. Coger las riendas y vivir. Vivir. Vivir. Quiero vivir.

Por favor.


sábado, 30 de abril de 2022

Los viejos mecanismos siguen ahí

¿Y qué más quiere que te diga?

A veces no sé sobrellevar el triunfo de los demás. No me deja dormir el tintineo de su suerte. Repica en mi cabeza como el goteo de la lluvia. ¿Por qué llevo tanta pena acumulada? ¿De dónde proviene?

Todo lo que veo lo diferencia entre víctimas y luchadores. ¿O eran víctimas y verdugos? Ya echo de menos el invierno. Siento que me pertenece y yo le pertenezco a él. No puedo distanciarme de la gelidez del pasado pero en cambio tengo una facilidad pasmosa para rechazar la calidez de lo que vendrá. 

Hoy recuerdo los colores en el circo. Las piruetas, los chistes malos y los niños, patidifusos, viendo algo que jamás creerían que pudiese ser real. 

Llegaste para involucrarte y he de reconocer que lo has hecho muy bien. Pero mi culpa no me deja dormir. La coyuntura me ha convertido en un simple observador, sin tomar partido ni gritar acción. 

Redimirme es luchar. Y quiero luchar, pero mis huesos cada vez pesan más. El día de mañana parece una amenaza. Y mientras, yo busco algo que no se deja encontrar. 

Quiero preguntarte si correrías si vieses a mi verdadero yo. Si huirías de este engendro o te quedarías a mi lado, cual bella y bestia. Lo único que me salva en estos momentos es cerrar los ojos a tu lado, bajar a la ciudad y caminar sin rumbo fijo. A veces, pienso si la carretera de mi pueblo tiene un final. Si cuando llego de noche estoy llegando de verdad o es solo un espejismo y sigo yendo a algún lugar al que no sé llegar. Allí, sin embargo, todo parece distinto. Como si las posibilidades se abriesen. Como si el mundo fuese más grande. Como si mis miedos fuesen solo eso, miedos que pueden superarse. 

De momento existo, sin final. Pero si pudiese escoger, volvería a nacer. Lo haría sin vista, para no tener que vislumbrar todo este caos. Me restrinjo sin darme cuenta. Me aferro a mi tobillo, impidiéndole moverse. No quiero moverme. No quiero continuar. No quiero ver que hay más allá.

Ya está bien de fantasear. ¡Te digo que ya está bien!

Por unos instantes pienso que la noche es interminable. Que mi lucidez es igual de enorme que mis miedos. Si pudiese verter mi cabeza en el agua y desplomar todos estos pensamientos quizás podría dejar de vivir al revés. Desintoxicar mi cabeza y cuidar de mí.

Una hora, puede ser igual de larga que una montaña. Un viaje empinado y peligroso. 

Me muero, lentamente. ¿Pero no es esa la verdad más aterradora que nos incumbe a todos? Solo sé que estoy desconectado del mundo. Ni siquiera la música me representa ya. Ni siquiera puedo sentirme identificado con las letras. 

Pero vuelve a aparecer tu figura. Abres puertas y ventanas. Me aseguras que no estoy solo y sé que no estoy solo, ese ya no es el problema. Tus colores extienden mis alas, pero mi escala de grises solo me lleva a aterrizar bruscamente una y otra vez. Somos un equipo, infalible, sin duda, pero desde mi distancia siento que estoy más lejos que nunca de todo.

Solo deseo que nunca dejéis de volver a golpear la puerta, pues los viejos mecanismos siguen en pie, maltrechos, oxidados, pero listos para funcionar una vez más. 

Vas a tener que tener mucha paciencia conmigo. Vas a tener que creer más en mí de lo que yo lo hago. Vas a tener que venir a buscarme a mi abismo y quedarte un rato, pues no voy a salir aunque me tiendan la mano. 

El fin del mundo vuelve a estar cerca. La marea vuelve a agitarse. Pero ya está bien. Ya estoy harto. Esto se acaba aquí. Esto termina ahora. No voy a retroceder. Voy a matar la bestia, aunque padezca en el intento.

viernes, 18 de marzo de 2022

Impacto

Parad de gritar. Parad de lanzarme navajas como si fuesen de utilidad. ¿No veis que con cada palabra que me escupís mayor es la caída? No lo veis? No, no veis nada. Y pensaba que era yo el ciego, el que tenía las gafas tintadas y el corazón atormentado.  

Esta presión es insostenible. Mi cuerpo está rodando hacia atrás, como si fuese una gran bola de nieve con la que ya nadie quiere jugar. 

No puedo hablar. Y si hablo, oh, si hablo... soy el malo. Soy quien lo hace todo mal. Soy quien debería mantener la boca cerrada, porque hago daño, constantemente. Ese es mi gran superpoder. Quizás debería echarme a un lado y vuestro mundo florecería aún con mayor intensidad. Dejad de implicaros en una vida que no es la vuestra, dejad de decidir por mí, dejadme en paz. EN PAZ. EN PAAAAAAZ. Solo quiero calma. Solo quiero dejar de tener ansiedad. Solo quiero dejar de cumplir vuestras expectativas. Solo quiero poder comunicarme sin tener que decir aquello que no sale de mí. No soy suficiente. Vale. ¿y qué? Y QUÉ MÁS DA. 

Todo pesa demasiado. Todo me parece infranqueable. No hay salidas por ninguna parte y las dos manos que intentan ayudarme están atadas y sangrando. Tengo que mentirte, tengo que hacerlo para no preocuparte. Tengo que mentirme para no querer morirme otra vez. No sé que hacer. Siento que la ola se me viene encima, pero me da igual. Me da igual el futuro, me da igual lo que esperaban de mí y me da igual un puto papel que cree conocer mis habilidades mentales. Basta, basta de decirme lo que tengo que hacer, basta de juzgarme, basta  de apuntarme con el dedo la dirección adecuada. Basta, basta y basta. No puedo más. Mi cuerpo se hace jirones, mi cabeza ya no tiene donde esconderse y mi pecho ha dejado de latir. Dejadme vivir. Dejadme ser yo mismo. Dejad que pueda caminar, ya no volar, solo caminar. Quiero arrastrarme lejos de aquí, lejos de vosotros y lejos de ti. Quiero sentirme como cuando estoy en la ciudad, perdido, pero libre. 

No puedes entenderlo. Simplemente no puedes. Existo, pero de otro modo. Me habéis convertido en sombra. Me habéis obligado a desaparecer. Y eso no os lo puedo perdonar. Es demasiado, es... demasiado. 

Silencio. Quiero silencio. Quiero no volver a rebobinar. Quiero despertarme lejos de esta casa. Quiero arañar esta jaula hasta abrir el agujero más grande que ha existido. 

Todos me miráis como si supierais que hacer. Todos os creéis mejor. Todos conocéis el camino. Y sin embargo, soy yo quien debe soportar las ganas de acabar con todo. 

No soy violento, pero en mi cabeza os dispararía una bala uno por uno, hasta caer todos. Hasta que os pongáis en mi piel. Hasta que por fin escuchéis mi voz. Siento ser una desgracia, siento ser una pésima persona, siento ser una mancha en vuestro álbum perfecto de fotos. 

Solo quiero que pare. Solo quiero dejar de sentir esta intensidad. Apretar bien fuerte mis entrañas y explotar. ¿Será más tranquilo al otro lado? ¿Habrá algo? ¿Al fin habrá paz?

Recibo el impacto como quien no tiene nada que perder. Duele muchísimo. Duele tanto que por más veces que intente describirlo nadie podrá atravesar este abismo. Es mi dolor. E incluso eso queréis arrebatarme. 

Os odio. 


lunes, 14 de febrero de 2022

Lo que dura un invierno

Me inspira ver a la gente pasar. Verles tener prisa por llegar a sus destinos, pasando por alto todo aquello que está a su alrededor, pues lo único que tienen en la cabeza es lo que les guía. Siempre me pregunto cuál será su determinación, qué les mueve por dentro, si quizás una obligación o un acto de libertad. 

Aquí sentado no puedo evitar pararme a contemplar las siluetas que forman sus sombras al pasar. La de un hombre que parece haber perdido ya su espíritu se cruza con la de una bella dama que parece haberse confundido de dirección, y esa colisión produce un choque de miradas que se manifiesta en sus figuras, atrapadas por un momento con un desconocido que les saca de su ensueño y les permite volar. Después cada uno sigue su propio camino, como si nada hubiese ocurrido, pero puedo verles dudar. Puedo distinguir un rastro de inocencia en sus rostros que me confiesa que ese descuido ha sido lo mejor de su semana. 

Las maravillas también pueden producir desastres, y de eso no me queda duda al apreciar como una pandilla de infantes arremeten una piruleta contra el suelo mientras se van corriendo entre risas, dejando atrás a una pobre víctima del caramelo. Un niño, de ojos café, se esconde entre sus manos para desaparecer del mundo mientras su cuerpo no deja de sollozar. Su ternura me estremece, y justo cuando decido ir a intentar calmar sus aguas, aparece un dulce conocido, un fiel amigo que seguramente podrá sosegar sus inquietudes mejor que un extraño. Me reconforta comprobar como aquel que parecía haber perdido una parte esencial de su vida, ahora, aun temblando, abraza con toda la fuerza que es capaz alguien que necesita aferrarse a un leño en un mar de desconsuelo a su incondicional. Me impresiona la facilidad que tenemos los humanos de venirnos abajo por nimiedades que en el momento parecen catástrofes naturales. Somos realmente frágiles. 

Hay una mirada que me intriga. Una mujer de mediana edad me mira desde una ventana, pero no lo hace adrede. Sinceramente creo que me está traspasando, como si mi cuerpo fuese translúcido y pudiese ver más allá de mi ser. Hay algo oscuro en su rostro, como si una capa de niebla estuviese cubriendo sus ojos. No puedo descifrar exactamente el qué, pero no parece que sea algo bueno. Cuando intento agudizar mis sentidos, caigo en que no se está fijando en mí, sino en el lugar donde estoy sentado. Es un pequeño banco de madera, uno como muchos otros que residen en el parque. Una capa de pintura no le vendría mal, pues está lleno de esbozos de adolescentes que juran amor absoluto grabando sus iniciales junto a un corazón que se asemeja más a un trasero con ínfulas de grandeza. Me pregunto si esa mujer ha sido dueña de alguno de estos amores fugaces y es ahora, años después, cuando se arrepiente de no haber seguido sus instintos o si simplemente es una ficción que estoy creando en mi cabeza por tener demasiado tiempo libre. Sea como fuere, parece que la mirada de mi protagonista empieza a brillar al recibir el achuchón de una niña que se lanza a sus brazos. Quizás sea su hija o su sobrina o puede que solo sea una chiquilla que ha decidido alegrar el día a la mujer de la mirada triste, pero no resulta muy probable. Estoy convencido de que esa melancolía que desprendía sigue ahí en algún lugar de su interior, pero me alegra saber que siempre hay alguien que puede tendernos la mano mientras nos acurrucamos en ese pozo. Alguien que lucha por rescatarnos. 

El invierno está siendo más gélido que de costumbre. Lo noto cuando me veo obligado a calentarme las manos en mis bolsillos. Antes solía pensar que era muy valiente e intrépido. Recuerdo especialmente un febrero con claridad. Allí estaba yo, con mis pantalones cortos y una camiseta que tiritaba. Llevaba un abrigo, por compromiso de mi madre, como si fuese una capa de algún superhéroe. Esa tarde, al salir de clase, se puso a llover y me hizo especialmente gracia la reacción de la gente corriendo por las calles, intentando refugiarse de la lluvia como si el mundo se estuviese acabando. Me dispuse a abandonar mi cobijo para saborear como las gotas se estrellaban en mi piel, volviéndonos uno, inseparables, partes de un mismo mundo, hasta que una amiga me agarró del brazo y me sacudió hasta donde no llegaba el aguacero. Me miró como quien mira a un loco mientras intentaba secarme la cara. Su semblante era desternillante y no pude evitar echarme a reír. En ese instante ella hizo lo mismo y fue entonces cuando la saqué a bailar. Me miró con cara de circunstancias, pero acabó cediendo al notar como esa cortina de agua que nos envolvía no era peligrosa, sino más bien todo lo contrario. Fue el mejor baile de mi vida. Y mientras bailábamos, no había nada que me diera miedo. En ese momento pensé que toda mi vida sería así, que al crecer me comería el mundo mientras disfrutaba de las inclemencias que la gente tildaba de peligrosas pero que a mí me parecían un regalo. Pero al crecer, bueno, ahora solo tengo frío y por eso me escondo bajo mi bufanda. 

Pensando en el frío, me fijo en un termómetro que una farmacia tiene puesto en su escaparate. Estamos a siete grados y el sol hace tiempo que se ha puesto. Supongo que debería moverme, pero mi cuerpo no está por la labor. Tampoco sé muy bien a donde dirigirme, pues no me apetece volver a casa ni tampoco tengo otro sitio a donde ir. He elegido este pequeño reducto verde porque es un respiro en la gran ciudad. Si salgo de este parque sé que el peso va a volver a mis espaldas y las voces van a ir inundando mis oídos, pero aquí sentado todo es mucho más fácil. Aquí puedo adentrarme en vidas ajenas e intentar comprender que todos sentimos amor y dolor. Puedo empatizar con sus causas y puedo frenar mi presente, aferrándome al suyo. Pero el mundo no se frena solo por desearlo, y así se encarga de hacérmelo saber mi móvil, ese dichoso aparato que parece controlarnos a todos estés donde estés. Con un vistazo tengo suficiente. Alguien se está preocupando por mí. Lo peor de todo es que me siento mal, pero ahora mismo no tengo la suficiente energía como para contestarle. Soy un desastre. Ese es el mantra que me repito constantemente y que según mi psicóloga debería revertir, pero como ahora mismo no está aquí puedo perfectamente despacharme a gusto. 

Me doy cuenta de que no estoy solo. Durante la tarde han ido yendo y viniendo muchas personas, pero hay alguien que no se ha movido desde que yo he llegado. Tumbado entre cajas de cartón, un vagabundo intenta hacerse un hueco en ese corto espacio. Carraspea y saca una pequeña petaca para beber. Vete tú a saber qué habrá ahí dentro si es que hay algo ahí dentro. Por lo menos me reconforta la idea de saber que hay una pequeña fuente a unos metros de donde está él a la que siempre puede acudir si lo necesita. O ella. La verdad es que con todas las capas de ropa que lleva es difícil reconocer si es un hombre o una mujer. Incluso es posible que solo sea un niño con demasiadas arrugas y polvo en la cara. Me encantaría decir que esta situación me hace reflexionar y pensar en lo afortunado que soy por no estar en su posición, pero solo me produce envidia. Está libre de ataduras. Libre de lo que piensen los demás. No debe nada a nadie, y aunque parezca que su vida ha terminado de la peor manera, él es dueño de sus decisiones y es fiel a sí mismo. Lo ha elegido así, y la verdad es que no parece que le vaya tan mal. Después de volver a dar otro trago a su inseparable amiga (pudiendo ahora confirmar que esa petaca sí contiene algún líquido) saca un periódico de entre su “almohada” y se pone cómodo, a leer a la luz de la luna. No me parece tan mala vida, la verdad. Hay mil formas de acabar en la calle, una de ellas es la de no querer volver a casa aunque tengas la puerta abierta. Quizás si le pido una caja me la deje y me anime a pasar la noche aquí. A fin de cuentas no se está tan mal. La tranquilidad siempre me ha dado paz y paz es todo lo que necesito ahora mismo. Nada de ruido, solo silencio y paz. 

El corazón casi se me escapa del pecho al notar como unas manos me cubren los ojos. Alguien me pregunta casi con malicia si sé quien es. Claro que sé quién eres, bobo, le respondo al acto. Su tacto es demasiado reconocible para mi cuerpo y apenas en un segundo me encuentro abrazado a su cuello. Es él, mi sujeto y atributo. La persona que sabe encontrarme allí donde me pierda. Su don es tan fascinante que no necesito ni preguntarle cómo sabía que estaba aquí. Simplemente lo sabe y ya.

Después del emocionante encuentro le hago espacio en mi banco, sí, en mi banco, pues ya lo he hecho mío. Me pregunta si va todo bien, pero no tarda en darse cuenta de que esa pregunta es bastante estúpida. Me reconforta agarrándome de la mano, con fuerza, como si temiese que pudiese echar a volar como si fuese un globo que se le ha escapado a un niño en la feria. No necesita más para hacerme sentir como en casa, en esa casa de la que hablan todos, la que es un espacio seguro, allí donde nada ni nadie te puede hacer daño. Levanto la mirada, pues él es mucho más alto que yo, y me lo quedo mirando embobado. No sé si lo hago con una mezcla de alegría y tristeza o más bien como un cachorro herido, pero algo parece hacerle reaccionar, ya que me besa con suavidad, con una delicadeza digna de un propietario de una tienda de antigüedades. Es posible que me rompa en cualquier momento, pero sé que él es capaz de ordenar mis piezas y completar el puzzle, así que no me da miedo apretar un poco más mis labios y hacerle saber que confío totalmente en lo que siento por él. Cuando nos separamos, un suspiro muere al instante. Puedo ver como el frío que me rodea se va deshaciendo y también como las fauces que parecían estar esperándome en la salida del parque no son más que una verja que chirría más de lo necesario. El miedo a perderme florece, lo que significa que vuelvo a sentir que no quiero huir más. Mi chico me aparta un mechón de pelo que se había rebelado mientras yo aprovecho para acercarme a su oreja y susurrarle el gracias más sincero que puedo balbucir. Vuelvo a rodearlo con mis brazos, esta vez apretando fuerte, siendo él ahora el globo y yo el niño que no quiere verlo difuminarse en el cielo estrellado. Al separarnos sé que voy a empezar a desmoronarme, pero él, como de costumbre, se adelanta a mis pensamientos y coloca un dedo entre mis labios, en señal de espera. Quiere decir algo antes de que mis emociones se desborden y mi voz interior se descarrile de mi garganta, así que intento controlarme y me trago a mis monstruos.

  • Escúchame, el invierno dura lo que quieras tú. No le perteneces a nadie, pero sí perteneces a este lugar, como todos los demás. No dejes que tu propio miedo te gane la partida. No he visto colores más electrizantes que los tuyos. Así que por favor, no los reprimas, no te escondas aquí, pues el resto del mundo necesita ser testigo de ellos, y si por casualidad alguien no puede ver más allá, lo único en que debes pensar es en seguir brillando.

Me da un beso maternal en la frente y se queda tan pancho, sin darse cuenta de lo sabias que son sus palabras y de lo mucho que le quiero. Oigo a los demonios protestar en mi estómago, pero los acallo volviendo a besarle, esta vez sí, con pasión. Siento como me sobra el abrigo y lo lanzo lejos, tan lejos que va a parar cerca de donde está el vagabundo, que cree que es un acto de bondad y se lo echa por encima a modo de manta. Sin despegarme de mi novio le obligo a levantarse y le ofrezco la mano, brindándole la oportunidad del mejor baile hasta el momento. Y allí, a ojos de la fauna nocturna, no me da miedo ser yo mismo, pues me siento como en casa, como en mi verdadero hogar.

lunes, 24 de enero de 2022

Algo eléctrico

Soy un egoísta emocional. No lo puedo negar. Quizás es la primera vez que lo digo en voz alta. Recuerdo una época donde me desvivía por el mundo y siempre anteponía sus necesidades a las mías, hasta que cerré esa puerta. Desde entonces de mi mente no me voy. He creado montañas y valles, mares e islas despobladas. He creado el mundo más rico y el más pobre que conozco. Soy un mago nefasto, ¿no es verdad?

Hace diez años decidí plasmar aquí aquellas emociones que de otra forma no iban a salir de mi cabeza. No puedo creerme que haya pasado un siglo entero. Es como si todo a mi alrededor se moviese a la velocidad de la luz y yo siguiese sentado en villa Crepúsculo saboreando mi helado. Estamos llegando ya al siguiente nivel y no me siento preparado. 

La verdad es que mi otro yo se muere por salir. Se muere porque le deje rozar por un instante aquello que una vez soñó. Y aunque me convenza de que todo esto no me hace daño, la verdad es que no me hace bien. Desde aquí puedo veros brillar a todos. Desde aquí me deshago pensando en la solución para ser como el resto, aun sabiendo que ser como el resto no es lo que me va a hacer feliz ni me va a completar. Pero no puedo moverme, no puedo avanzar si lo que me impide seguir es justamente lo único que no puedo evitar. 

Mírame y dime lo que ves. Dime si esta procrastinación no se debe al hecho de que la luz que me guía está completamente opacada por un futuro que se me niega cada vez con más fuerza. Dime si este tormento tiene fin. Dime si después de abrazar mi vulnerabilidad existe la posibilidad de remediar todas las cicatrices. En lo profundo comienza mi voz, allí es donde nace una batería de preguntas desoladoras a las que debo dar la espalda. Se enfrentan a mí con animosidad y ya no me quedan armas para seguir en el frente de batalla. 

Quiero aprender tantas cosas... que irónicamente, las únicas que me mandan recordar, son las primeras en esfumarse como ese polvo de hadas que una vez me dijeron que servía para volar. 

No lo voy a negar, me siento algo débil y con mucha ansiedad. Sé que voy a fallar, aunque sé que debería repetirme lo contrario para creer que puedo triunfar. Pero no quiero ahogarme en la esperanza para después volver a sucumbir al mar de oscuridad. Tampoco quiero apagarme del todo, así que me voy a dedicar unas palabras antes de adentrarme de lleno en este agujero de gusano: Quédate con aquello donde te sientas como en casa, ya sea un lugar o una persona. Aférrate a la luz de tus propias palabras y guíate por el instinto más primitivo que ruge como el corazón de un volcán. Confío en que los nervios son solo el reflejo del valor que reside en ti. Suceda lo que suceda, nunca es el final hasta que tú no digas la última palabra. Y esta, pequeño, no es nuestra última sentencia. Hay más. Hay un mundo por explorar. Y llegarás a él. Te prometo que llegaremos a él. Hasta entonces, abraza la tormenta.