Aullidos del fin del mundo

sábado, 31 de diciembre de 2016

No quiero sumar

Mecha corta. El año tiembla. Ya no le queda demasiado por contar. 

Hoy crece en mí una pequeña tristeza. No tengo fe en la evolución, pues siempre apostamos por la destrucción. 

Haremos el último esfuerzo. Nos juntaremos, brindaremos y volveremos a contar. 

La ciudad se ha vuelto demasiado pequeña y las huidas siempre acaban en la misma puerta. Eso es lo que este año me ha regalado: un segundo hogar al que volver, más sitios para escapar.

Pero la jaula se ha vuelto enana, opresora, me ha demostrado que ya no queda nada más por rescatar aquí. 

Las palabras son las que retendrán. 

Quiéreme más.
Quiérete más.
Quiere.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Aún brota la sangre de la herida de ayer

Voy a anidar, provocar, arrollar. 

No puedo borrar lo que queda de ti en mis manos. Todavía puedo tocarte cuando me voy a dormir, ya que eres mi vía de escape. Me paso la noche recordando al chico ideal y solo puedo desvelarme entre esponjas de recuerdos. No hay señales de vida, solo huellas digitales. 

Ni el tiempo ni el espacio pueden llegar a retenerte. Omnipresente, vuelas hasta mi boca, robándome todo el aire que respiro, el agua que necesito, el hambre que me obligas a pasar. 

Ni un solo día me dejas descansar. Me tientas, malnacido, con las mismas palabras que me distes al partir. Son mi oración, mi tatuaje, el que reside bajo la piel.

Puedo contar ya los años y veo la sombra tan cercana que me asusto. Dónde podríamos estar y mira donde estamos. 

Espero que me guardes igual de bien, en algún lugar; frío y desolado con certeza o en playas de arena blanca, donde el futuro nos enseñaría que no solo enterraríamos nuestros pies, si no todo el amor que a día de hoy, con desdicha a veces y suerte, algunas pocas, hacen temblar la piedra en la que me he convertido.

Aún me rompes. Aún es injusto. Sigue siendo tuya mi fragilidad.


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Maldita Navidad

Solo se me ocurrían palabras lúgubres que aportar a la conversación. Quería matar a mis pensamientos, darles un entierro apropiado y mandar por culo a la cuenta atrás que iba avecinando el declive de mi edad. 

Esa dichosa fecha llena de luces en las calles, más gente de lo normal y un frío de mil demonios no me dejaba estar en paz. Me dolía todo el cuerpo y estar sentado delante de todas aquellas caras familiares que no me decían nada no me ayudaba en absoluto. 

El bucle había llegado a su fin e intentaba hacer recuento de todas las cosas buenas que me habían sucedido aquel año. Mi mano no llegaba a alzarse con cinco dedos, pero mientras me encogía de hombros supuse que aquello era mejor que nada y que valía la pena resignarse a cuatro días merecedores que al polvo que quedaba al ver el año terminar. 

Luego vendrían las metas de oro, las cuales duraban hasta mediados de febrero, donde las ganas de ser mejor persona se habían quedado entre los turrones y los mazapanes y te desapuntabas de todo porque ya irías en otro momento que te pillase mejor. 

No las tenía todas conmigo en eso de repetir el mismo patrón hasta la infinidad de los tiempos. 

Una vez volví al presente me quedé mirando las guirlandas que colgaban de la puerta. Había algo en ellas que te llamaba a entrar y a conocer a alguien sumamente feliz, fuese quien fuese el que viviese allí dentro; pero yo sabía que eso no era cierto. Demasiadas ilusiones ficticias que solo dibujaban una imagen que no era la nuestra, eso era lo que la navidad me decía a mí. 

Después de una larga jornada decidí calentarme mientras se hacía la comida. El olor a madera quemada me relajaba hasta tal punto que decidí quedarme tumbado mirando la pequeña hoguera que había creado con algunos troncos y hojas secas que tenía guardados en el jardín. 
El fuego buscaba una salida lamiendo las paredes, pero allí su único sustento era lo que yo les daría de comer. Sentía lástima al ver como la supervivencia de las llamas dependía de mí. Acabaría por ser todo cenizas. Supe reconocerme entre ellas. 

Cuando me di cuenta desperté con un dolor de espalda incesante. La postura de la noche anterior no había sido la mejor para mis huesos. Mientras me desperezaba noté que aún había algo de humo reptando por la hoguera. Con cuidado excavé hasta encontrar al culpable de que no se hubiese apagado del todo: una pequeña hoja de laurel que desprendía un olor un tanto peculiar. Soplé hasta que a penas quedó un pedazo de ella chamuscada. Ella quiso sobrevivir. Esbocé una sonrisa al pensar en esa frase. Si me ponía puntilloso, yo era el único que se estaba echando leña. Después de todo, siempre podía contar con que alguien me prendiese fuego, pero sería una buena medida de seguridad si el que empezaba el incendio no fuese yo mismo. 

El pequeño ángel del belén, el cual hice más por aburrimiento que por creencia,, me miró con picardía. 

- Si continuas con esa sonrisa estúpida cuando vuelva, ten por seguro que tú serás el primero en arder.





jueves, 15 de diciembre de 2016

A veces me enfrento, a veces lloro

En estos días en los que ya sería mejor sentirse muerto... estos días no valen nada. El tiempo no mata. 

Perdóname si voy despacio. Yo me transmito al exterior a través de mi monstruosidad. 

Merecería la pena una imagen que hiciese toda esta espera soportable. 

Tu forma de entenderlo... dónde quedó. 

Desde aquella habitación lanzamos un mensaje para todo el universo. 

La gente teme aquello que no puede comprender...

Tú sigues ahí sin paraguas.

¿Se puede saber qué esperas?

Yo ya no puedo aconsejarte. Es demasiado duro respirar. 

Sigo escuchando a la distancia los fuegos artificiales que llenan el aire. 

Demasiadas sobras en la calle. 

Se han reunido todos menos tú. 

Me esconderé en algún lugar donde me puedas encontrar. 

Voy a colarme aunque cierres las puertas. 

sábado, 10 de diciembre de 2016

Fuego y hielo

Creo que fue un acto de cariño. Mi cuerpo estaba dolido y vio la oportunidad de cerrar alguna de sus cicatrices. De todas mis ideas, volver al mismo sitio donde se abrieron creo que no fue la más inteligente que se me pudo ocurrir. 

Para nada fue tan poderoso como me imaginé. Tan solo necesitaba lo que necesitan todas las personas: sentirse queridas. 

No acabé sangrando, porque iba con la lección aprendida. Hablaba para no oírme, para no oírle. No sé hasta que punto la oportunidad que nos brindamos fue condescendiente o una evolución desesperada de un intento que sería imposible reproducir en un mundo que no fuese alterno. 

Fue contrario a mi naturaleza y creo que fue justamente eso lo que me incitó a forzar la situación. En un mundo donde las cosas se mudan y tan solo dejan un vago recuerdo que muy de vez en cuando se arrastra para tirar de las cadenas que nos unen, creí que violar mis propias reglas podría llegar a establecer una nueva perspectiva de las normas que siempre me he autoimpuesto. 

Bastante difícil es coincidir dos voces desconocidas en una misión suicida como para no darle al menos una oportunidad. 

Desde aquí puedo ver que todo se vuelve más frío y más pálido con el tiempo. Que la distancia, como vieja amiga mía que ya es, siempre te da y te quita lo mejor. Es una lástima sentir que mi cuerpo está tan mecanizado.

Una vez pasado el umbral he de reconocer que de poco me arrepiento. Es interesante coleccionar trazos de personas. Sus momentos, sus debilidades y sus pasiones. Las que nos entregan y las que descubrimos. 

De eso se trata todo esto, de crecer en ambos sentidos.