Aullidos del fin del mundo

sábado, 10 de diciembre de 2016

Fuego y hielo

Creo que fue un acto de cariño. Mi cuerpo estaba dolido y vio la oportunidad de cerrar alguna de sus cicatrices. De todas mis ideas, volver al mismo sitio donde se abrieron creo que no fue la más inteligente que se me pudo ocurrir. 

Para nada fue tan poderoso como me imaginé. Tan solo necesitaba lo que necesitan todas las personas: sentirse queridas. 

No acabé sangrando, porque iba con la lección aprendida. Hablaba para no oírme, para no oírle. No sé hasta que punto la oportunidad que nos brindamos fue condescendiente o una evolución desesperada de un intento que sería imposible reproducir en un mundo que no fuese alterno. 

Fue contrario a mi naturaleza y creo que fue justamente eso lo que me incitó a forzar la situación. En un mundo donde las cosas se mudan y tan solo dejan un vago recuerdo que muy de vez en cuando se arrastra para tirar de las cadenas que nos unen, creí que violar mis propias reglas podría llegar a establecer una nueva perspectiva de las normas que siempre me he autoimpuesto. 

Bastante difícil es coincidir dos voces desconocidas en una misión suicida como para no darle al menos una oportunidad. 

Desde aquí puedo ver que todo se vuelve más frío y más pálido con el tiempo. Que la distancia, como vieja amiga mía que ya es, siempre te da y te quita lo mejor. Es una lástima sentir que mi cuerpo está tan mecanizado.

Una vez pasado el umbral he de reconocer que de poco me arrepiento. Es interesante coleccionar trazos de personas. Sus momentos, sus debilidades y sus pasiones. Las que nos entregan y las que descubrimos. 

De eso se trata todo esto, de crecer en ambos sentidos. 

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