Aullidos del fin del mundo

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Maldita Navidad

Solo se me ocurrían palabras lúgubres que aportar a la conversación. Quería matar a mis pensamientos, darles un entierro apropiado y mandar por culo a la cuenta atrás que iba avecinando el declive de mi edad. 

Esa dichosa fecha llena de luces en las calles, más gente de lo normal y un frío de mil demonios no me dejaba estar en paz. Me dolía todo el cuerpo y estar sentado delante de todas aquellas caras familiares que no me decían nada no me ayudaba en absoluto. 

El bucle había llegado a su fin e intentaba hacer recuento de todas las cosas buenas que me habían sucedido aquel año. Mi mano no llegaba a alzarse con cinco dedos, pero mientras me encogía de hombros supuse que aquello era mejor que nada y que valía la pena resignarse a cuatro días merecedores que al polvo que quedaba al ver el año terminar. 

Luego vendrían las metas de oro, las cuales duraban hasta mediados de febrero, donde las ganas de ser mejor persona se habían quedado entre los turrones y los mazapanes y te desapuntabas de todo porque ya irías en otro momento que te pillase mejor. 

No las tenía todas conmigo en eso de repetir el mismo patrón hasta la infinidad de los tiempos. 

Una vez volví al presente me quedé mirando las guirlandas que colgaban de la puerta. Había algo en ellas que te llamaba a entrar y a conocer a alguien sumamente feliz, fuese quien fuese el que viviese allí dentro; pero yo sabía que eso no era cierto. Demasiadas ilusiones ficticias que solo dibujaban una imagen que no era la nuestra, eso era lo que la navidad me decía a mí. 

Después de una larga jornada decidí calentarme mientras se hacía la comida. El olor a madera quemada me relajaba hasta tal punto que decidí quedarme tumbado mirando la pequeña hoguera que había creado con algunos troncos y hojas secas que tenía guardados en el jardín. 
El fuego buscaba una salida lamiendo las paredes, pero allí su único sustento era lo que yo les daría de comer. Sentía lástima al ver como la supervivencia de las llamas dependía de mí. Acabaría por ser todo cenizas. Supe reconocerme entre ellas. 

Cuando me di cuenta desperté con un dolor de espalda incesante. La postura de la noche anterior no había sido la mejor para mis huesos. Mientras me desperezaba noté que aún había algo de humo reptando por la hoguera. Con cuidado excavé hasta encontrar al culpable de que no se hubiese apagado del todo: una pequeña hoja de laurel que desprendía un olor un tanto peculiar. Soplé hasta que a penas quedó un pedazo de ella chamuscada. Ella quiso sobrevivir. Esbocé una sonrisa al pensar en esa frase. Si me ponía puntilloso, yo era el único que se estaba echando leña. Después de todo, siempre podía contar con que alguien me prendiese fuego, pero sería una buena medida de seguridad si el que empezaba el incendio no fuese yo mismo. 

El pequeño ángel del belén, el cual hice más por aburrimiento que por creencia,, me miró con picardía. 

- Si continuas con esa sonrisa estúpida cuando vuelva, ten por seguro que tú serás el primero en arder.





No hay comentarios:

Publicar un comentario