Aullidos del fin del mundo

jueves, 31 de diciembre de 2020

Ansias de volar

Nunca había presenciado que tanta gente quisiese despedir a un año con tanta intensidad como este. Decir adiós siempre es difícil, pero todo es mucho más sencillo si de lo que se quiere desprender solo ha causa estragos. 

Mis obligaciones me instan a saltar desde un puente arrojadizo. Quizás cuando el tiempo mengue de verdad y me quede en esa secuencia intermedia recordando aquello que fue, asumiré que ha valido la pena y que mataría por volver a este preciso momento. Pero hasta que eso suceda, creo que ajustaré la cuerda que me rodea el cuello y diré que hasta que no escuche mi propio grito no seré más que un cascarón vacío con ansías de volar. 

Si después de tanto no he aprendido que el aislamiento no es bueno para mí creo que me costará aprender a confiar en otras manos que, por puro desconocimiento, siguen suspendidas esperando a que me aferre a ellas como un recién nacido al pecho de su madre. 

Está en mi naturaleza ser delicado, pero no frágil. Está en lo más profundo de mí el temblor que desprende el miedo de ver como a mi alrededor todos se vuelven más ancianos, como todos peligran, como todos pueden desaparecer en cualquier momento. No soporto la idea de imaginar el momento en el que ya no quede nadie, en el que sea demasiado tarde, en el que no pueda esconder mi cabeza bajo ningún hombro. Aún es demasiado pronto como para soportar tanta incertidumbre, pero la realidad es tan cruda que necesito apoderarme de este sentimiento para poder valorar aquello que alguna vez echaré en falta. 

Por el momento he echo cosas que no me han dado la felicidad. Tengo el buzón lleno, pero nadie pregunta por mí. Y cuando preguntan yo ya me he ido, yo ya me he adentrado en los recovecos que disputan por abrirse paso en las últimas horas del despertar. Qué suerte tenemos en evitar la muerte y que desgracia nos ocupa cuando aceptamos el amor que creemos merecer. 

He aprendido que cuando alguien es feliz, está viviendo y experimentando esa felicidad, no escribiendo en sus sombras ni cantando una canción. Es así de fácil, la felicidad se vive, no se escribe. Es por eso que cuando recurro a este lugar son los pensamientos más negativos los que afloran, son mis monstruos más terroríficos los que asoman la cabeza. Aquí puedo liberarme y puedo inspirarme. Puedo sacar algo bueno de algo muy malo. Cuando escribo... puedo volar. Llevo tiempo contemplando mis alas. Suelen fallar más veces de las que me gustaría y a veces pienso que una de esas extremosidades se ha extraviado en algún lugar desconocido para mí. 

¿Dónde dibujamos la línea que separa la realidad de la fantasía? ¿Qué somos sino sueños, recuerdos y deseos? Me muevo por instinto, como los animales. Debo buscar el momento preciso, debo sentir que soy capaz de controlar la huida de mis moléculas que solo piensan en saltar y correr y en no verme más. Si mi chispa es la esperanza...  ¿a qué estoy esperando?

Imagínate que nos despojamos de nuestras mochilas y conseguimos ser libres. Imagínate que ser diferente significa pasar mucho tiempo solo. ¿Dónde escondo toda esa luz? Todo lo que hay en mi cabeza se queda y no me deja pensar. Si supieses que lo que me pasa es que ya no me apetece imaginar, que mis luces se retrasan y que mi bandera se ha teñido del color de la bondad, ¿cómo actuarías, cómo me salvarías, cuántas veces me abofetearías hasta que consiguiese despertar?

La vida no es para siempre y no quiero desperdiciar ni un solo segundo. Una vez que la mente ha caído en la oscuridad, puede convertirse en un hábito y hay que frenarlo. Hay que detenerlo. Hay que romper la maldita burbuja. 

¿Y si la vida es un viaje heroico hacia la nada y no hay nada más? Quizás me rente más soñar con ser nada y con no ser nadie. Quizás para dejar de sufrir, hay que dejar de creer. Puede que la única manera sea la de dejarse llevar, olvidar nuestra ambición y nuestras pasiones más intrínsecas. Puede que haya encontrado la razón de seguir en el vacío más absoluto, porque si incluso el miedo me hace sentir cosquillas, si incluso lo más retorcido se manifiesta y me hace sentir... algo, algo que descongela mi alma, que la alimenta para que el motor no se detenga, quizás sea suficiente. Probablemente eso signifique que deseo seguir viviendo a toda costa. Quizás ese sea el grito más desgarrador que pueda emitir. Si ese es mi impulso, ¿por qué mis personajes están más vivos que yo? ¿Será porque son una prolongación de mí o porque soy capaz de crear vida? Porque aunque yo no sea incapaz de quererme, puedo lograr que otros sientan que deben continuar. Si soy apto para hacer surgir vida de mi interior, si soy capaz de asustarme y de amar a partes iguales, no significa eso que ya estoy viviendo, ¿aunque no sea consciente de ello?

Este confinamiento voluntario lleva más tiempo arrastrándome a mí que al propio mundo. Mi mayor deseo es ponerle fin. Deseo no poner más puntos ni comas. Deseo dejarme llevar por el viento y conocerme. Conocerlos a ellos, a los otros, a los que también viven en el mismo planeta y los que viajan por la imaginación. Deseo conocerte cuanto antes para poder experimentar todo esto contigo. Deseo reír a carcajadas. Deseo convertirme en un hombre que cuando le miren a los ojos vean que esa llama infantil no ha necesitado desaparecer. Deseo ver la vida desde esa altura, desde la óptica de la novedad. Redescubrirlo todo otra vez. Abrazar aquello que ocurre en este instante sin preocuparme por aquello que fue o aquello que vendrá. Nada. Deseo ser nada. Soñaré con ser nada para ser el hombre más feliz. 

Este año que todos quieren olvidar me ha regalado más ganas de vivir. Me ha infundido una ilusión que creía desvanecida. He descubierto que todos estamos solos, y esa es la única verdad. Pero no tiene porqué ser así. No tienes que sucumbir si no quieres. Puedes celebrar que estás vivo cualquier otro día como hoy. Y como hoy, os echo mucho de menos. Os siento cerca, aunque yo me haya distanciado. Siempre estáis presentes. Siempre os hablo. Siempre os recuerdo. Siempre quiero volver, pero no me dejo. 

Si esta es la despedida de un tiempo que queremos negar, me mantendré cerca del umbral de la puerta, para que cuando todo esto haya terminado, para que cuando abrace a la oscuridad, para que cuando el agua del mar me llegue al cuello y mis piernas tiemblen de miedo, recuerde que mis ansias de volar son más grandes. Que mi camino no ha hecho más que empezar. 


jueves, 10 de diciembre de 2020

El ascenso del fénix

 Llevo mucho solo, la verdad. Llevo mucho aquí sentado saltando entre mundos. Me he convertido en una especie de guardián de puertas. La de la oscuridad es mi especialidad. Supongo que es lo normal cuando llevas toda la vida enfrentándote a ella. Es como mi segunda casa. Me acompaña allá donde vaya, incluso allí donde la luz eclipsa a las tinieblas. Me he agobiado de aferrarme a esa luz que me ciega. No estoy cómodo en una esperanza constante que nunca llega. Dirán lo que quieran, pero en la sombra se está mucho mejor. Al menos desde aquí puedo ver el mar. Me llega el sonido de sus olas; sus gritos ahogados cada vez que salen a acariciar la superficie. Aquí puedo protegerme del resto. Aquí mi mayor temor no tiene nada que ver con las personas. 

Aún sigo con esa pregunta persistente de por qué vivo. No tengo una respuesta satisfactoria, y eso me agobia. "Vive al máximo para ser feliz", "céntrate en las pequeñas cosas", "valora lo que tienes", "sueña hasta alcanzar la cima". Bobadas. Más bien basura. Un boicot que arremete desde que eres pequeño. Es todo una gran B. Creo que esa sería mi mayor resolución. ¿Si ni siquiera recuerdo como sonreír cómo voy a escalar esa lista interminable de citas utópicas? Si tan solo pudiese dedicar mi energía a aquello que hace latir a mi corazón...

 ¡Cómo echaba de menos una buena tormenta! Al menos eso sí que me hace silbar por dentro. Recuerdo que antes solía quedarme debajo de la lluvia a empaparme, pero ahora prefiero seguir la trayectoria de las gotas desde mi ventana. Quizás he perdido la pasión o simplemente me he hecho mayor. Ugh. Otra vez esa carga. Otra vez esa palabra. Debería dejar asociarlo todo a un tiempo y a una edad, porque realmente es lo que pienso. Realmente me muero de ganas de beber toda la lluvia que cae del cielo mientras me rio como un psicópata a quien no le importa lo que piensen los demás. A quien no le importa lo que piense él mismo. 

Me siento cómodo en la luz de los relámpagos. Quizás se deba a que puedo empatizar con sus ganas de romper el mundo en dos. Es como si partieran el cielo y arremolinasen toda su ira en un espectáculo feriante. Ellos también han convertido su conexión en desconexión. Están enfadados y simplemente se dejan llevar por sus instintos más primarios. Ojalá me pareciese más a ellos. Ojalá no me importase ni lo más mínimo todo tu egoísmo. Entiendo que la gente viene y va pero sería genial que tuviesen la decencia de al menos despedirse. Por tu culpa me he convertido en lo mismo que detesto, porque no vale la pena apostar ya por nadie, pues todos van a escogerse antes a ellos primero. 

Aún me queda algo de rabia, así que la expulsaré a través de lo que mejor se me da. Te has ganado los méritos para salir de mí, para retratarte en mis más tóxicas palabras. Te ensuciaré como tú has hecho con mis ganas. Te dispondré en la estantería de juguetes rotos. Te lanzaré desde un precipicio en mi cabeza hasta lo más recóndito de mi dolor. Ahí te quedarás, encerrado, a medias, en una prisión sin barrotes que tú mismo me has enseñado a construir. Ya no nos veremos. No recordaremos nuestras caras, porque nunca hemos sido más que otro nombre más para una colección que se ha quedado ya anticuada. No sabrás lo que es real o ficción. Vivirás, como yo, en una cápsula de un tiempo que nunca será. Jamás será. Te unirás a la lista de los muertos, a esa gente intachable en vida, pero que después de ella tan solo quedan unas buenas palabras, repetidas incesantemente en los velatorios, cuando nadie tiene nada mejor que decir. Seguirás existiendo, pero ya fuera de mi alcance, a una vista borrosa que sigue haciendo daño, como si mirase fijamente al sol, aun sabiendo que es algo que no debería hacer. 

Me cuesta entender la maldad en las personas. Me cuesta comprender el porqué la gente se arranca de las vidas de los demás como si fuesen malas hierbas. No piensan en las consecuencias, en las secuelas, en nadie más que en su bobo (su gran B) y estúpido ombligo. Hubo un tiempo donde pensé que se me pagaba con mi propia medicina, donde pensé que mi tristeza había causado erosiones incluso fuera de mi burbuja y que de alguna forma, en mis mejores momentos, debía asumir mi parte de culpa y tolerar  las embestidas a mi pecho. Con la cabeza gacha y la sangré fría lo acepté sin rechistar, pero hace tanto de eso que no creo que me lo merezca más. No creo que sea justo. Al menos, ya me he hartado de tolerarlo. Me quedan muy pocas balas en la recámara y debo asegurarme de gastarlas bien.

Si me silencian, me transformaré en un grito de guerra. No dudaré en pedirte que te vayas. No dudaré en terminar aquello que no empezó. Estoy terriblemente asustado por lo que vendrá, y sé que esta frase no es la primera vez que la escribo. Si me paro un momento a pensarlo, tan solo repito datos como un ordenador. Tan solo soy una máquina defectuosa hecha de carne. Lo importante apenas puedo saborearlo. Apenas puedo rozarlo con la punta de los dedos... de los labios... 

Tu presencia a veces es demasiado colosal. Me transportas a un palacio de cristal donde lo más frágil que hay allí soy yo. Siempre soy yo. Nunca te conformas con mi debilidad. Nunca es suficiente. Estoy sin amor. No quiero ni ver mi reflejo en las paredes. A veces ya no sé si me quiero despertar.

Odio reconocerlo, pero aunque deteste hacer lo que hacen los demás... si se me paga con fuego no voy a dudar ni un segundo en arrasarlo todo hasta que solo permanezcan las cenizas. Soy un desastre emocional, no puedo evitarlo. No puedo evitar querer ser yo ni cuando intentan sofocarme.