Aullidos del fin del mundo

jueves, 10 de diciembre de 2020

El ascenso del fénix

 Llevo mucho solo, la verdad. Llevo mucho aquí sentado saltando entre mundos. Me he convertido en una especie de guardián de puertas. La de la oscuridad es mi especialidad. Supongo que es lo normal cuando llevas toda la vida enfrentándote a ella. Es como mi segunda casa. Me acompaña allá donde vaya, incluso allí donde la luz eclipsa a las tinieblas. Me he agobiado de aferrarme a esa luz que me ciega. No estoy cómodo en una esperanza constante que nunca llega. Dirán lo que quieran, pero en la sombra se está mucho mejor. Al menos desde aquí puedo ver el mar. Me llega el sonido de sus olas; sus gritos ahogados cada vez que salen a acariciar la superficie. Aquí puedo protegerme del resto. Aquí mi mayor temor no tiene nada que ver con las personas. 

Aún sigo con esa pregunta persistente de por qué vivo. No tengo una respuesta satisfactoria, y eso me agobia. "Vive al máximo para ser feliz", "céntrate en las pequeñas cosas", "valora lo que tienes", "sueña hasta alcanzar la cima". Bobadas. Más bien basura. Un boicot que arremete desde que eres pequeño. Es todo una gran B. Creo que esa sería mi mayor resolución. ¿Si ni siquiera recuerdo como sonreír cómo voy a escalar esa lista interminable de citas utópicas? Si tan solo pudiese dedicar mi energía a aquello que hace latir a mi corazón...

 ¡Cómo echaba de menos una buena tormenta! Al menos eso sí que me hace silbar por dentro. Recuerdo que antes solía quedarme debajo de la lluvia a empaparme, pero ahora prefiero seguir la trayectoria de las gotas desde mi ventana. Quizás he perdido la pasión o simplemente me he hecho mayor. Ugh. Otra vez esa carga. Otra vez esa palabra. Debería dejar asociarlo todo a un tiempo y a una edad, porque realmente es lo que pienso. Realmente me muero de ganas de beber toda la lluvia que cae del cielo mientras me rio como un psicópata a quien no le importa lo que piensen los demás. A quien no le importa lo que piense él mismo. 

Me siento cómodo en la luz de los relámpagos. Quizás se deba a que puedo empatizar con sus ganas de romper el mundo en dos. Es como si partieran el cielo y arremolinasen toda su ira en un espectáculo feriante. Ellos también han convertido su conexión en desconexión. Están enfadados y simplemente se dejan llevar por sus instintos más primarios. Ojalá me pareciese más a ellos. Ojalá no me importase ni lo más mínimo todo tu egoísmo. Entiendo que la gente viene y va pero sería genial que tuviesen la decencia de al menos despedirse. Por tu culpa me he convertido en lo mismo que detesto, porque no vale la pena apostar ya por nadie, pues todos van a escogerse antes a ellos primero. 

Aún me queda algo de rabia, así que la expulsaré a través de lo que mejor se me da. Te has ganado los méritos para salir de mí, para retratarte en mis más tóxicas palabras. Te ensuciaré como tú has hecho con mis ganas. Te dispondré en la estantería de juguetes rotos. Te lanzaré desde un precipicio en mi cabeza hasta lo más recóndito de mi dolor. Ahí te quedarás, encerrado, a medias, en una prisión sin barrotes que tú mismo me has enseñado a construir. Ya no nos veremos. No recordaremos nuestras caras, porque nunca hemos sido más que otro nombre más para una colección que se ha quedado ya anticuada. No sabrás lo que es real o ficción. Vivirás, como yo, en una cápsula de un tiempo que nunca será. Jamás será. Te unirás a la lista de los muertos, a esa gente intachable en vida, pero que después de ella tan solo quedan unas buenas palabras, repetidas incesantemente en los velatorios, cuando nadie tiene nada mejor que decir. Seguirás existiendo, pero ya fuera de mi alcance, a una vista borrosa que sigue haciendo daño, como si mirase fijamente al sol, aun sabiendo que es algo que no debería hacer. 

Me cuesta entender la maldad en las personas. Me cuesta comprender el porqué la gente se arranca de las vidas de los demás como si fuesen malas hierbas. No piensan en las consecuencias, en las secuelas, en nadie más que en su bobo (su gran B) y estúpido ombligo. Hubo un tiempo donde pensé que se me pagaba con mi propia medicina, donde pensé que mi tristeza había causado erosiones incluso fuera de mi burbuja y que de alguna forma, en mis mejores momentos, debía asumir mi parte de culpa y tolerar  las embestidas a mi pecho. Con la cabeza gacha y la sangré fría lo acepté sin rechistar, pero hace tanto de eso que no creo que me lo merezca más. No creo que sea justo. Al menos, ya me he hartado de tolerarlo. Me quedan muy pocas balas en la recámara y debo asegurarme de gastarlas bien.

Si me silencian, me transformaré en un grito de guerra. No dudaré en pedirte que te vayas. No dudaré en terminar aquello que no empezó. Estoy terriblemente asustado por lo que vendrá, y sé que esta frase no es la primera vez que la escribo. Si me paro un momento a pensarlo, tan solo repito datos como un ordenador. Tan solo soy una máquina defectuosa hecha de carne. Lo importante apenas puedo saborearlo. Apenas puedo rozarlo con la punta de los dedos... de los labios... 

Tu presencia a veces es demasiado colosal. Me transportas a un palacio de cristal donde lo más frágil que hay allí soy yo. Siempre soy yo. Nunca te conformas con mi debilidad. Nunca es suficiente. Estoy sin amor. No quiero ni ver mi reflejo en las paredes. A veces ya no sé si me quiero despertar.

Odio reconocerlo, pero aunque deteste hacer lo que hacen los demás... si se me paga con fuego no voy a dudar ni un segundo en arrasarlo todo hasta que solo permanezcan las cenizas. Soy un desastre emocional, no puedo evitarlo. No puedo evitar querer ser yo ni cuando intentan sofocarme. 

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