Aullidos del fin del mundo

martes, 28 de mayo de 2019

La diferencia entre volar y no hacerlo

- Todo tiene un principio y un final; la magia no es ninguna excepción -la voz de Diago denotaba cansancio-. Lo único que queda de ella está en nosotros, en estos parajes, en nuestras tierras. Debemos protegerla a toda costa. No quiero tener nada que ver con esos humanos y sus guerras. Nosotros ya tenemos la nuestra propia que librar. 

Había empezado a nevar. Los copos cubrían todo aquello que tocaban, incluso las grandes alas del dragón. Kiro se había arropado entre ellas mientras intentaba encontrar una buena posición en la que colocarse. Se habían visto obligados a hablar en un claro alejado del castillo donde vivían los silfos, pues el tamaño que ocupaba el dragón no era un problema fácil de solucionar sin romper algo de por medio. 

- Vuestra guerra es la misma que la mía, pero a diferencia de vosotros yo ya no tengo a nadie a quien defender. Todos a los que quería han caído o han volado tan lejos que ni siquiera yo soy capaz de llegar hasta ahí. 

Uno de los copos de nieve cayó encima de su nariz, lo cual le hizo estornudar. Diago pensó que había creado un vendaval mientras se cubría la cabeza con sus finos brazos. La diferencia de tamaño entre los dos era bastante peculiar. Kiro le sonrió mientras le instaba a seguir la conversación. 

- ¿Qué te impide volar hasta tan lejos?
- La Tundra. El continente abandonado no es un lugar turístico para alguien como yo. 
- Aunque no sea el lugar idóneo, el continente norteño puede ser un buen lugar por donde empezar a buscar. Si lo que quieres es magia, ese lugar es el nacimiento de ella.
- No es solo su clima el que me inquieta. Aunque las fuertes ventiscas me frenen, con un poco de suerte podría llegar, aunque mi edad no me acompañe. Pero hay algo más que me impide volar, algo mucho más imposible de atravesar.
- ¿A qué te refieres, hay algo peor que un fuerte viento en contra para tal bestia alada como tú?
- Me refiero al tiempo. Hace muchos años de los últimos dragones que me hablaron sobre ese lugar. Yo aún estaba aprendiendo a volar. Uno de los líderes de mi grupo, Lagrok el indómito, había puesto su ojo en el norte. Siempre nos habían contado leyendas sobre que había sido la primera tierra habitada por seres mágicos. Que nuestra sangre provenía de allí. Lagrok estaba decidido en volver a sus raíces y conquistar lo que nos pertenecía, pero nunca volvió. Ni con él lo hicieron la mitad de los nuestros. Mi padre fue el único que regresó, malherido y agotado. Antes de que su llama se apagase nos contó que esa tierra la habían tomado los hombres libres, unos seres aún más salvajes que nosotros. La prueba estaba en su lomo. Habían logrado quemar su estómago. Y ningún fuego puede llegar a hacernos daño, pero algo había atacado y aterrorizado a mi padre allí. Nos hizo prometer que jamás intentaríamos ir hacia ese lugar, que aquí estábamos más seguros, que nuestra magia nos protegería. 
Hace mucho tiempo de eso. Nadie que yo conozca volvió a intentarlo. Nuestras vidas son longevas, así que cuando me refiero a que nadie volvió a intentarlo puedes deducir que por lo menos no en quinientos años. No pienso arriesgarme en una misión sin sentido para ver los restos de los que un día fueron mis amigos. Nuestra especie aprende de los errores. Siempre hemos sido pocos, así que nunca nos apeteció volver a probar suerte en un lugar tan desconocido.
- Por más que la Tundra sea el hogar de unos humanos sin leyes, no quiere decir que no puedas hacerles entrar en razón con algo de fuego. Hay algunos de esos hombres en estas tierras, y aunque no los he visto presencialmente, puedo asegurarte que si fuesen tan fuertes y peligrosos como los describes, no habría más reyes que ellos. Lo único que los separa de los otros son su extraña lengua y sus firmes convicciones sobre elegir por ellos mismos, como lo hacemos nosotros.
- No son los mismos hombres libres. Sobre los que tú has oído hablar no son más que la sombra de sus antepasados. Los que le hicieron eso a mi padre estaban más relacionados con nosotros, los dragones, que con simples humanos. 
- Quizás deberías presentarte ante ellos y hacer que se arrodillen ante ti. 
- No necesito que se arrodillen ante mí. ¿No ves por qué estoy aquí? Porque mi deber es proteger a mi familia, y vosotros sois la más cercana que tengo. No quiero morirme solo en lo alto de una torre y perder todo el conocimiento que hemos conseguido de generación en generación. No quiero ser el último de los míos. No quiero desperdiciar lo poco que me queda pensando en que no hay solución. No quiero rendirme todavía. 
- Los humanos que conocemos, los que habitan Conquista, solo saben atravesar espadas y enjaular aquello que es diferente a ellos. Siempre nos han temido, y es por eso que han preferido darnos caza antes que estrecharnos la mano. 
-Yo también los odio, Diago. Ellos han destrozado mi vida. Nos ven como las armas que supondrán la victoria de sus enemigos. Hubo en tiempo en que nos adoraban, donde nos dejaban a la altura de sus dioses, pero terminamos cayendo de sus leyendas cuando vieron que nuestra sangre brotaba igual que la suya. No nos podrían quemar, pero podían atarnos y obligarnos a hacer lo que quisieran si no queríamos obedecer. Así se hicieron con Idunn. Así me la arrebataron.
- No entiendo el motivo entonces por el cual quieres ayudarles. 
- De alguna forma, Idunn murió protegiéndolos, incluso después de todo el daño que le habían causado. Yo no quiero ayudarles a ellos. Ellos pueden esperar, pero no podemos hacerlo nosotros. Sus guerras nos afectan. La magia se está muriendo. Los grifos fueron los primeros en desaparecer, luego vi como los fénix nunca volvían de entre sus cenizas. No sé si bajo el mar queda algún rastro de los algaleros,  pero hace una década que no veo a ninguno surcar la superficie, y ellos necesitan salir al menos una vez al año para extender sus alas. Los humanos no pueden ser todos iguales, Diago. Ellos no pueden volar, no pueden ver el mundo desde nuestra perspectiva.
- ¿Entonces crees que nuestras diferencias solo residen en que nosotros podemos volar y ellos no? -se quedó observando en el gran muñeco de nieve en el que se estaba convirtiendo su amigo. Comparó sus pequeñas alas con aquellas que parecían tan altas como los troncos más ancianos que conocía.
- En parte -sacudió sus alas mientras toda la nieve que se había amontonado en su cuerpo caía de él y formaba un pequeño montículo-. Si pudieran volar, podrían llegar hasta aquí como lo he hecho yo. Eso ya es mágico para ellos. La propia magia se está extinguiendo, y que vosotros os ocultéis aquí no ayuda a nadie.
- Dime qué cambiaría si les abriésemos nuestras puertas, si nos mostrásemos a ellos. 
- Podríamos intentar negociar, buscar una alianza, dejar de ocultarnos por miedo y hacerles entender que nosotros no somos tan diferentes. Podríamos enseñarles muchas cosas, y estoy convencido de que ellos también a nosotros.
- Nosotros preferimos que nos teman, que solo nos recuerden en burdas historietas y que nos dejen en paz. No voy a dejar que los míos caigan como lo hicieron los tuyos. También podríamos enseñarles algunos trucos y pelear. 
Kiro no se enfadó al escuchar esas palabras, fue la tristeza el primer sentimiento que afloró. 
- ¿Eso es algo que preferís vosotros o prefieres tú?
- No creo que ninguno de los míos quiera conocer un mundo al cual no pertenece. Si compartimos lo único que nos corresponde, ¿qué nos quedará después, la esclavitud?
- No todos son iguales. Sé que lo sabes. Yo también conocí a Iliana. Ella era humana, una de las buenas.
- Una de las buenas hasta que decidió traicionarnos y huir con los que realmente se sentía identificada. 
- Ella os abrió el corazón y os dio un hogar.
- Un hogar que ahora es nuestro y nos pertenece.
- ¿Y qué hay sobre el corazón?
- Ese es otro hogar del cual decidió marcharse. 
El silfo no pudo evitar cerrar los puños.
- Diago, por favor, necesito que entres en razón.
- ¿Qué esperabas encontrar aquí? Puedes quedarte todo el tiempo que quieras. A nosotros nos une la magia, nos unen las diferencias que otros ven en nuestros ojos. Nos une el odio que profesamos en los humanos. Yo te abriré las puertas si así lo deseas, pero jamás a ellos. A ellos no me une nada. 
- Un día de estos se van a matar. Van a reducir los bosques que conoces a ceniza. Lo harán mientras nosotros miramos. Se van a masacrar y terminaran desapareciendo, como lo voy a hacer yo dentro de poco. No quiero ese futuro para ninguna otra especie. No si puedo impedirlo. 
- Deja de vendarte los ojos con esas sandeces que te dices. Ellos fueron quien acabaron con tu especie, déjalos que ellos acaben con la suya, se lo tienen merecido. 
- No voy a dejar que eso pase.
- Puedes hacer lo que te venga en gana, pero yo no voy a apoyarte en esto. Nuestro reino no va a caer otra vez. 
- Ayúdame, viejo amigo. Sé que aún queda un rastro de quien eras escondido en alguna parte. 
- Iliana acabó con esa parte. Ya no puedes resucitar aquello que está muerto. 

Diago dio un paso hacia atrás, comunicándole con su cuerpo que ya no tenía mucho más que decirle. 
- Quizás tu viaje aquí no haya sido en vano después de todo. Creo que hay algo que puede interesarte. 
- ¿Vas a cambiar de opinión?
- Me temo que no, pero quiero enseñarte algo. Para eso deberás acompañarme hasta el lago de Jade si quieres verlos con tus propios ojos.
- ¿Ver, a quiénes?
- A los huevos de dragón.
Fue la primera vez en toda la conversación que Kiro notó un abismo de esperanza.
- ¿Huevos de verdad?
- Tampoco quiero que te emociones. Son más bien fósiles. Llegaron poco después de que te marcharas la última vez que estuviste aquí.
- De eso hace por lo menos treinta años. 
- Y aquí siguen. Por eso te decía que debes bajar tus expectativas. No creo vayan a eclosionar nunca, pero por lo menos podrás sentirte más cerca de tu familia.
- ¿Pero de dónde han salido?
- Los trajo Iliana. Me dijo que era un símbolo de la paz que se avecinaba. Un símbolo que quizás ahora tenga más significado para ti que para mí.
- ¿No lo ves? Ella intentaba hacer lo mismo que estoy intentando hacer yo ahora.
- Y como puedes comprobar, fracasó estrepitosamente.
- No lo sabes. Quizás aún lo está intentando.
- Si lo sé -sentenció Diago segregando odio en cada palabra.
Kiro suspiró. No había nada que hacer.
- Te acompañaré entonces.

Diago asintió, echándose las manos a la espalda y sacudiendo sus alas, a punto de volar. Kiro lo siguió. La gran sombra que proyectaba el dragón hacía parecer al silfo una pequeña mota en un mar de nubes. 

viernes, 24 de mayo de 2019

Sigo evitando el mañana

Todos los allí presentes aplaudieron con júbilo, aunque Gabriel pensó que más de la mitad solo lo hacían para no sentirse desplazados de la otra mitad. Los artistas se despidieron una vez más del público haciendo una reverencia conjunta, y las risas y el alboroto volvieron a resonar en la taberna. 

La troupe les había dicho que hablarían al terminar la función, así que habían escogido una mesa cercana al escenario para no perderles de vista. Ilda les sonrió a los comediantes mientras les mostraba lo que realmente sentía a sus dos nuevos compañeros. Antes de hacer un comentario se detuvo al ver la cara de Lucco, que parecía haber disfrutado mucho con la actuación. 
- Cada mes repiten las mismas escenas. Supongo que verlos por primera vez te hace sentirlo de otra forma, pero cuando te sabes hasta el diálogo de los campesinos, le resta bastante gracia al asunto. 
- Las parodias del rey Lian dejan de tener gracia cuando sabes que todas las muertes que representan son verdad -el rostro de Gabriel denotaba de todo menos serenidad. Después de haber bebido tanto parecía que su temperamento se había acrecentado. 
- No te preocupes, amigo, lo hacen para que el pueblo se ría. Necesitamos este tipo de humor o nos condenaríamos nosotros mismos. A mí me ha gustado, que hayan cambiado las espadas por tartas de queso ha sido divertido. 
- ¿Debo recordarte que venimos del mismo pueblo? ¿Del mismo lugar que a diez leguas arrasaron el símbolo de nuestra tierra? ¿Que esas espadas no eran de madera? ¿Que acabaron con la vida de inocentes, con la vida de personas que ya no están a nuestro lado, con la vida de Alana y con la vida de Annari? 
- Annari no está muerta -sentenció Lucco. 
- ¿Y dónde crees que está ahora tu hermana, buscando frambuesas en Valle Alegría? 
Lucco se contuvo dando un golpe bajo la mesa. Los hombres que se sentaban a su alrededor se giraron hacia ellos, pero lo dejaron pasar y volvieron a su propia fiesta. 
- ¿Que no la encontrásemos en todo aquel infierno no te hace sospechar que quizás se salvó de la masacre?
- Me hace sospechar que ha sido alistada en las filas de un rey muerto.
- Ni se te ocurra insinuar...
- Estoy afirmándolo. Hubiese venido a verte, ni que fuese una vez. Quieres ir a Penumbria a recuperarla, por eso has venido conmigo, no por mí. 
- ¿Pero cómo puedes hablarme así? Mi hermana no es presa de ninguna maldición. Estoy seguro de que se fue a Nueva Descencia. Estaba cansada de nuestro hogar, quería vivir en la gran ciudad. Estoy seguro de que se fue allí.
- ¿Y por qué no avisarte, por qué querría preocuparte? No tiene ningún sentido que pienses así.
- Tampoco lo tiene que intentes hacerme pensar de otra forma. Estoy aquí por ti, porque eres mi mejor amigo. Si no lo quieres ver, como no lo has visto durante el último año, igual debería replantearme seriamente el seguir a tu lado.
- No necesito a un perro faldero. Ya te dije en su momento que estoy mejor solo. 
- ¿Así me ves, como una mascota?
Gabriel se contuvo. Sabía que no debería haberle dicho eso, pero todo estaba demasiado caliente en su cabeza. 
- Chicos, calmaos. No sé de que va todo este asunto pero estoy segura de que vuestra amistad es mucho más valiosa que una riña. 
- No es una riña -se abalanzaron los dos chicos al mismo tiempo. 
- Vale, perfecto, descuartizaros luego si queréis, pero si os empezáis a morder ahora, os aseguro que esa imagen no les va a gustar mucho a los comediantes y os quedaréis sin transporte alguno. 
- No los necesitamos.
- Claro que los necesitamos -le corrigió Lucco-. Tenemos pocas provisiones y dudo mucho que ningún marinero quiera llevarnos en sus barcos con estas pintas. Para una oportunidad que tenemos...
- ¿Sigues hablando en plural? Pensaba que estabas mejor sin mí.
Ilda le propinó una patada a Gabriel para que rebajase su estupidez. 
- Oye, no necesitas defenderle. Eres consciente de que te acabamos de conocer, ¿verdad? No sé porqué te permitimos sentarte en nuestra mesa.
- Yo no te voy a consentir que me hables de esa forma. Ya te he dicho quien soy, me llamo Ilda y llevo limpiando la porquería de estas mesas desde que era una niña. Mi familia parece que está contenta con este sitio, nos le va mal, pero tampoco les va bien. Siempre han sido de esos que prefieren callarse y agachar la cabeza, a los que puedes mandar y lo harán todo sin rechistar, pero después, cuando nadie les mira por encima del hombro lloran en la cocina, hartos de lo que les ha tocado vivir. Incluso algunos, como mi padre, buscan formas para liberar su rabia en aquellos que consideran más débiles - se arremangó el brazo para enseñarle unas marcas en su piel -. Pero me he cansado de ser débil, y por eso mismo puedo sentarme donde quiera, y con más razón me sentaré en esta mesa, pues es más mía que tuya.
- Bonito discurso. De verdad que detesto escuchar eso sobre tu padre, pero no quita que estés metiéndote en conversaciones ajenas y que esto no tenga nada que ver contigo -concluyó Gabriel. 
- Llevo buscando la forma de salir de este tugurio hace ya unas cuantas lunas, pero no puedo marcharme sola. Aunque sepa apañármelas por mí misma, no soy tan tonta como para adentrarme en el mundo casi desnuda. 
Lucco se había relajado en su silla. Había contemplado como la discusión se había trasladado a otro lugar, pero en ese momento también quiso intervenir. 
- ¿Y por qué no te vas con los comediantes? Nos has dicho que son amigos de tu padre, así que los conoces bien. Tampoco estarías sola y además tendrías comida y cobijo. 
- Como bien has dicho, son amigos de mi padre, no míos. Si fuese sola me temo que entre tanto hombre, alguno querría buscar algo de paja entre mis vestidos. 
- ¿Cómo sabes que nosotros no somos así?
- No lo sé, pero aún no habéis crecido tanto. Tengo la intuición de que si alguien os comiese, esa sería yo - le guiñó el ojo a Lucco mientras este palidecía al instante. 
- Somos lo suficientemente hombres como para haber decidido emprender un viaje por nuestra cuenta. Creo que eso ya dice bastante de nosotros.
- Así es -asintió Ilda-, por eso mismo creo que seríais unos buenos compañeros de viaje. Vosotros podríais protegerme y yo os ofrezco todo lo que está a mi alcance.
- ¿Que es exactamente...?
- Contactos. Por aquí pasa mucha gente y tengo debilidad por sentarme en muchas de mis -hizo énfasis en la palabra- mesas. Estoy convencida de que puedo encontrar más de una casa para que nos abra las puertas y no dormir al raso si se da el caso. Además, también sé hablar la lengua de los hombres libres. Teniendo en cuenta que queréis ir a Penumbria, tendremos que pasar por Destello, y seguro que allí necesitaréis haceros entender. 
- ¿Sabes hablar tundro?
- Puedo chapurrearlo, por aquí se aprenden muchas cosas, tan solo tienes que saber donde observar. 
- ¿Y cuál es tu destino, también pretendes llegar a Penumbria? Puedo asegurarte que una ciudad no  es mucho más libre que aquello que ya conoces.
- No me importa, no busco la libertad. Busco una oportunidad -su mirada parecía estar en otro lugar. 
- En ese caso supongo que puedes acompañarnos.
- Eso significa que habéis hecho las paces, ¿cierto?
Los dos amigos se miraron reticentes. Ilda los cogió a los dos de las manos y les hizo mirarse fijamente el uno al otro. 
- ¿CIERTO?
- Nos peleamos muchas veces, pero eso forma parte de nuestra amistad. Nos queremos más de lo que nos lo demostramos - Gabriel carraspeó, poco acostumbrado a sincerarse. 
- Mucho mejor. Ahora que está todo solucionado y decidido, deberíamos hablar con los comediantes, mis queridos escuderos.
- ¿En qué momento se le ha subido el poder a la cabeza? -preguntó Lucco a su amigo. 
- Creo que es algo de nacimiento.  
- A todo esto, creo que ya se han marchado. 

El ambiente seguía igual de animado, pero los actores que les habían prometido hablar habían desaparecido. Les preguntaron a aquellos hombres que tenían en la mesa de al lado y les respondieron que los habían visto salir a la calle mientras ellos discutían acaloradamente. Gabriel juró que se andaría con más cuidado la próxima vez que hablasen. Al final lo que decía Ilda era cierto, había demasiada gente que podía observar y él aún debía aprender. 
Cuando notaron esa bocanada de aire fresca que provenía del mar se dieron cuenta que ya debía de ser muy tarde. El efecto del alcohol aún jugaba con sus cabezas, pero no tardaron en encontrar al grupo de comediantes ambulantes recogiendo algunas cajas y cenando un plato de algo que parecía ser sopa sentados en un carro. 

- Mirad quien viene por allí. Al final sí que parece que tienen más agallas de lo que creíamos -exclamó uno de ellos al ver al grupo de jóvenes aparecer. 
- La muchacha también está con ellos -se percató el que parecía más novato de todos-. Oye guapa, dile a tu padre que te podríamos cuidar bien -su mano se deslizó por su entrepierna mientras le hacía un repaso con la mirada. 
- Perdonad al impresentable de Dav. Es ver una mujer y que sus ojos se salgan de las cuencas -Un hombre de mediana edad se presentó ante ellos. Llevaba un parche en el ojo, uno que también había llevado en la actuación, pero que ahora que lo veían con más atención no parecía ser simple decoración. Se presentó como el líder de la banda. 
- No cualquier mujer, solo una de buen ver -todos sus compañeros se rieron con él. 
- De verdad, haced ver como que no está y todo os parecerá mejor. Mi nombre es Franklin, pero podéis llamarme Frank, como lo hacen el resto de los mortales. Perdonad que os hayamos hecho esperar, pero la actuación siempre es lo primero -sacó una pequeña bolsa donde al sacudirla sonaban las monedas al frotarse entre ellas -. ¿Qué os ha parecido? 
- Ha sido divertido, sobretodo la parte en que os matáis con... ha sido divertido -rectificó Lucco queriendo evitar reavivar la discusión.
- Sí, me ha gustado que os embadurnaseis con las tartas, le da un toque cómico a algo tan oscuro -Gabriel le dio un pequeño codazo a Lucco; ya no estaba enfadado. 
- Pues aunque no lo creáis esa idea fue de Dav. Al parecer solo es un inútil fuera del escenario.
- Te estoy escuchando -Dav se había pertrecho de un muslo de pollo y parecía estar disfrutándolo. 
- Como si eso me importara -se dirigió a Ilda esta vez-. ¿Es verdad entonces, queréis acompañarnos hasta el reino del ocaso? No creo que lleguemos hasta Penumbria, eso está demasiado lejos incluso para nosotros, somos gente de tradiciones y pueblos, pero podemos acercaros hasta Nocaida.
- ¿Hasta la ciudad de las luces?
- Veo que lo conoces, pequeña Ilda. Seguro que tu padre te ha hablado alguna vez. 
- Ya no soy pequeña, y hay muchos más hombres a parte de mi padre que hablan sobre la antigua ciudad que pertenecía al reino del alba y que se vio sometida al rey Lian.
- Así es. Se la conoce como la ciudad de las luces, pues después de tantos años siendo ahora parte del reino enemigo, aún queda gente que venera a Ilan como el verdadero rey. Aún es parte de la luz. 
- También se la conoce como la ciudad de las luces porque la verdadera fiesta solo aparece cuando el sol se pone y las llamas se encienden. Si es la primera vez que experimentáis con putas, hacedme caso, pues ahí están las mujeres más guapas de toda Conquista -añadió Dav mientras fantaseaba y le daba un mordisco placentero a su comida. 
- Creo que sería suficiente. Podremos apañárnoslas desde ahí -Gabriel habló por los tres. 
- Muy bien entonces, aunque antes de deciros en que carro dormiréis tengo dos preguntas que haceros. ¿Cómo pensáis pagarnos?
- Podemos cazar algunos animales. Se me da bien cocinar. Lucco es bueno con las plantas, estoy seguro que podría hacer buenas mezclas por si enfermáis en el camino. Ilda puede...
- Puedo engatusar a los hombres. Si corro la voz entre los aldeanos sobre que han venido unos cómicos famosos seguro que más de uno me sigue. Eso os daría más publicidad y más dinero.
La única mujer que iba en el grupo de los comediantes alzó la cabeza, interesada por primera vez en lo que estaban diciendo sus camaradas. 
- Creo que podría trabajar con ello -dijo pensativo Frank-, aunque necesitaré que nos ayudéis también con la obra. Nos vendrían bien algunos aldeanos de más. Alguno de por aquí siempre quiere ser más protagonista de lo que es -miró a Dav de reojo-, así que estoy seguro que os lo agradecerá. 
Dav levantó el brazo, conforme. 
- ¿Y la segunda pregunta?
- ¿Tú padre te ha dado permiso para venir con nosotros? -le preguntó directamente a Ilda. 
- Mi padre solo me engendró en el vientre de mi madre. La que toma decisiones por su propia cuenta soy yo. 
- Si te llevamos con nosotros y él no lo sabe no creo que podamos volver a esta taberna en los próximos mil años, y por aquí se come muy bien.
A Ilda le empezaron a temblar las manos y Lucco, al notarlo, intentó socorrerla. 
- Nosotros hablaremos con él -aseguró no muy convencido. 
- Está bien. Hacedme saber si le ha dado el sí a su hija antes de que el sol se vuelva a poner mañana, será entonces cuando partiremos. 

Los jóvenes se despidieron hasta el día siguiente y se acercaron a la taberna. Aún debían buscar un sitio para pasar la noche ahora que tenían que quedarse allí un poco más. La taberna del barón rojo parecía ser el lugar más apropiado si debían convencer al padre de Ilda de que su hija se marcharía con unos desconocidos lejos de su alcance. 
- Podéis dormir gratis en el pajar de atrás.
- No nos importa pagar algunas monedas para tener un lugar más cómodo en el que dormir -Lucco le sonrió mientras se apoyaba en un poste de madera, cansado de la jornada. 
- Como queráis -parecía otra persona distinta, como si toda esa fuerza que desprendía se hubiese evaporado. 
- Seguro que mañana conseguimos que tu padre entienda que ahora estás por tu cuenta y que quieres algo distinto -intentó animarla Gabriel -. No puede obligarte a pasarte la vida aquí. 
- No lo entendéis. Si le digo algo así solo será peor... tomad -sacó una llave de su bolsillo -. Esa es mi habitación en la taberna. Podéis quedaros en ella esta noche si queréis algo más confortable. Mi padre no lo notará si no hacéis mucho ruido -Empezó a trenzarse el pelo con un dedo, un tic que hacía cuando se ponía nerviosa-. Creo que no voy a poder dormir. Seguro que el heno me ayudará más a pensar y a evitar acobardarme. Os vendré a buscar por la mañana si seguís por aquí.
Ilda no les dejó responder, pues ya les había dado la espalda y se había perdido en la oscuridad.

miércoles, 22 de mayo de 2019

La torre

Ahí reside el mal. Ahí no hay lugar para la dicha o la luz. La persona que se encuentra en su falda lo único que descubre al mirar hacia arriba es un futuro sin esperanza. Allí no hay nada, y sin embargo muchos llegan. Su destino se ve forzado a engrosar las listas de esa estructura despedazada con las últimas voluntades de sus dueños aquejados por el dolor y la soledad. No hay alternativa, no hay escape de la prisión de lo que está por venir. No hay contraataque posible. La torre te engulle y te desmorona. La torre te deja sin aliento. Le sonríe a esa parte que has estado negando todo el tiempo. Allí la nada se convierte en algo, algo maligno y que no debería ser nombrado. La torre es el final de la vida...

... a no ser que decidas amar. A uno, a dos, a tres. Amarte a ti, a los demás, a lo que te rodea, a los gestos que nacen y mueren y nadie les presta atención. Amar tus fallos y defectos. Amar las ramas que te han crecido, poco rectas y con muchas curvas. Toda esa sabiduría, todas esas imperfecciones son las que te llevarán a la victoria más dulce, a la aceptación de un mundo que odiabas, pero sin razones. La torre te niega aquella protección que tanto tiempo ha estado refugiándote, donde has aprendido a encoger los hombros y correr en círculos porque preferías seguir ciego a aquello que no conocías para no asumir más dolor. Un dolor que llega, inevitablemente, y que te curte, que te da alas. No hay un tiempo mejor. No hay un lugar idóneo. No hay un obstáculo inquebrantable. Todo lo que hay es amor. Todo se reduce en pequeños actos de amor. El joven no es mejor que el viejo. El viejo no sabe más que el joven. Me da un miedo terrible asumir las consecuencias, perdonar, perdonarme, crecer aún más alto, hasta un lugar en el que sonría cuando me pregunten la edad. Tengo miedo de aquello que me asalta, de mi instinto pasional que me pide a gritos que me descalce y corra libre por la arena del mar. El instinto que me arrebato con cada acto de razón que cierra una puerta más al corazón que tanto miedo tengo de mostrar. Lo peor de todo es que las veces que más feliz he sido, han sido las únicas en las que lo que más me importaba en ese instante era dejarme llevar. 

Voy a destruir la torre. Voy a escalarla y romperla. Voy a saltar desde arriba, y cuando aterrice mis pies estarán tan lejos de ahí que lo único en lo que pensaré será en que mi oscuridad es también mi mejor arma. Que enfrentarme a aquello que más me aterra solo me hace querer aún más. 

domingo, 19 de mayo de 2019

3:07

Soy demasiado mayor para madurar. 

Mi cuerpo está lleno de fisuras. Se me escapa el agua del cuerpo. Soy como un barco hundido. Ya solo me dejo llevar por las corrientes. Ya solo floto a la deriva. A veces siento que me han remplazado el estómago con piedras. Llevo cargando todo este peso demasiado tiempo. Llevo paralizado una eternidad. Otras veces me siento hecho de aire. Mi cuerpo no es más que un cascarón vacío. Mi mente es quien me guía de verdad. Me transporta a lugares inimaginables. Me enseña todos aquellos que sueños que quiero cumplir para luego hacerlos desaparecer con una ráfaga de resentimiento. Solo en las noches más oscuras es cuando mis venas se llenan de fuego. Siento que no voy a llegar al amanecer, que me retorceré de dolor hasta que mis pulmones se conviertan en cenizas. Es entonces cuando veo la luz. Es entonces cuando puedo mecerme en una pequeña esperanza. Antes de que los primeros rayos me atrapen. Antes de que mi cuerpo se pierda entre las enhebras de las sombras. Solo son unos segundos de paz. Unos segundos que no voy a volver a ver de nuevo. Las garras me vuelven a atrapar. Me vuelven a prohibir hablar, a sentir, a moverme. Mi cuerpo ha dejado de convulsionar. Vuelvo a ser oscuridad. 

No hay forma de huir de este pasado. 

viernes, 17 de mayo de 2019

Los talentos

Llevaba toda la mañana paseando por los jardines. Solía estar vacío a esas horas, pero a medida que el día pasaba llegaba gente con ofrendas para los caídos. Todo el mundo había perdido a algún ser querido, a un amigo, a un esposo, a alguien que ya no volvería. El rey Ilan había mandado construir un altar para los abatidos en guerra en medio de todo aquel vergel de flores. Los constructores habían intentado plasmar el antiguo jardín de la vieja Descencia, pero a Amma, por más que el capitel de las columnas se ramificasen intentando imitar la forma de las alas de un dragón, el símbolo que los caracterizaba, ella solo veía una falsificación de lo que había sido realmente la ciudad en la que se había criado. Todo lo sentía vacío. Aquel lugar, a las personas que lloraban y rezaban a los dioses que ya se habían ido, al palacio que se levantaba justo detrás. Todo era una réplica de un lugar que ya no existía. Un lugar donde Silva, la única persona que había amado de verdad, ya no podría caminar a su lado.
Había decidido escoger ese lugar porque, aunque la ciudad le pareciese un eco de lo que había sido, el parque en el que se encontraba había sido especial para ella en otra vida. Allí se había entrenado con su primera espada de madera. Siempre lo hacía sola, pues los niños de su edad no se sentían cómodos luchando con una niña que podía derrotarlos fácilmente. Había deseado subir hasta aquel gran palacio que podía divisarse desde cualquier parte de la ciudad y servir al rey durante toda su infancia. Cada vez que la sombra del edificio cubría el punto más alto se imaginaba divisando la ciudad desde el gran mirador que sobresalía del castillo. Desde allí podría asegurarse de que todos estuviesen a salvo. Lo único que la había empujado toda su vida había sido el honor y la justicia, dos palabras que se habían vuelto huecas de repente. Allí también había sido donde conoció por primera vez a Silva. Ambas medían poco más de un metro. Silva intentaba ayudar a su madre a vender las piezas de fruta con las que se ganaban el pan. Amma recordaba con nostalgia como a Silva se le cayó el puesto de manzanas mientras lloraba desconsolada temiendo que su madre le fuese a regañar. Una de las manzanas llegó rodando hasta donde se encontraba ella practicando con la espada mientras golpeaba el aire con energía. Cuando la recogió, fue a entregársela a la pobre niña que seguía llorando, le secó las lágrimas con la tela de sus mangas y no pudo evitar sonreír. Odiaba que la gente llorase, así que siempre intentaba combatir esa tristeza con una de sus sonrisas. Algo que pareció funcionar, pues Silva paró de sollozar y después de darle las gracias a aquella desconocida se presentó. Desde entonces Amma se dejaba caer a la misma hora de siempre para poder verla. Crecieron juntas y se enamoraron juntas, pero ya no podrían crecer más. Aunque no era eso lo que el rey Ilan le había dicho. Habían pasado dos semanas desde la conversación que tuvieron y aún no podía olvidarla. Como iba a olvidarla después de lo que le había prometido.
Todos sabían que los reyes no habían llegado a tal posición por casualidad. Su sangre estaba mezclada con la de antiguas divinidades. Leyendas que asustaban a los niños antes de ir a dormir. Animales poderosos que habían tenido que desaparecer del continente para que los humanos pudiesen vivir en paz, al menos toda la paz que se podía respirar entre guerra y guerra. Aunque aquellos hombres que reinaban a simple vista pareciesen normales, escondían su verdadero poder. Se les había bautizado como talentos. Eran capacidades que nadie más poseía. El rey Ilan poseía el talento revitalizador. Sus manos eran capaces de cicatrizar hasta la herida más oscura. Dominaba el arte de la curación. Se decía que sus poderes provenían de los antiguos dragones del mar, unas serpientes tan largas como los ríos y tan grandes como el sol. Eran capaces de escupir fuego cuando se atrevían a salir a la superficie y así quemaban a todos aquellos que intentaban darles caza, pero su aliento también podía convertirse en una descarga de agua templada que podía sanar a sus crías cuando llegaban heridas después de haber quedado atrapadas en la red de algún pescador codicioso.
Los poderes del rey Lian, sin embargo, infundían mucho más temor. Era como la cara de la otra moneda. Si su hermano había adquirido un talento para ayudar, él había recibido el talento de la destrucción. No eran mucho los que habían visto lo que podía hacer y habían vivido para contarlo. Su ruina le concedía el alcance de levantar aquellos que habían caído por su mano. No podía resucitar a aquellos que ya estaban muertos, era algo aún peor, un tormento para sus víctimas. Su talento le permitía engrosar sus filas con las vidas inertes que él mismo había arrebatado. No podía alumbrar las vidas de otros que habían muerto por una enfermedad o por otros hombres, pero tampoco lo necesitaba. Sus asesinatos eran lo bastante numerosos como para prescindir de un ejército. Sus víctimas, sin embargo, se veían arrastradas por ese talento. Quedaban atrapadas en algún lugar intermedio entre la vida y la muerte, y solo cuando Lian les llamaba, acudían obligadas a luchar contra los que una vez lucharon a su lado. Eran prisioneros de un rey que nunca se conformaba.
La imagen que le producía a Amma ese hombre era la de un odio inmenso. La última vez que lo vio fue mientras defendía la antigua ciudad de Descencia, mientras intentaba detener a todos aquellos espectros que avanzaban sin titubear. Solo si les mirabas fijamente a sus ojos empañados podías darte cuenta de que todo lo que hacían no salía de ellos, sino que no eran más que las marionetas de un artífice mucho mayor. No pudo correr más deprisa hasta llegar a la pequeña alcoba donde se alojaba Silva. El tiempo se detuvo para ella cuando vio su cuerpo inerte posado en la habitación. Todo estaba desordenado, las ventanas estaban rotas y la puerta se había partido por la mitad. El ejército de Lian había asaltado todas las casas. No tenía ninguna intención de razonar. Lo único que le importaba era llegar hasta su hermano y acabar con su vida, y mientras tanto todo lo que se interponía en medio le daba igual.
Su rey, Ilan, ni siquiera se encontraba ya en el castillo de Descencia. Todos los que pudieron huyeron cuando se dieron cuenta de la situación. No podían hacerles frente en esas condiciones. Así que cuando Lian llegó por la fuerza hasta el castillo, tomó toda la ciudad como parte de su reino. Descencia se había convertido en Las Ruinas de Descencia.
La conversación que mantuvo con Ilan volvió a aparecerse en su mente
- Quizás te interesaría más saber que lo que quiero que espíes no es a los vivos. Seguro que a tu mujer le hace feliz volver a verte.
- Como osas nombrarla. Ella no fue más que una víctima inocente. No puedes prometerme lo imposible.
- Querida amiga, hay algo sobre mi hermano que debes saber. Ya conoces de lo que es capaz. Sé que también has visto en acción su talento, aquello que todos nosotros tememos, pero los rumores no son ciertos. Si bien es sabido que mi hermano solo puede recuperar aquellas almas a los que él mismo les ha arrebatado su último suspiro, todos aquellos que también perecen a manos de sus fantasmales prisioneros quedan perdidos en el limbo de la oscuridad.
- Explícate mejor, ¿a qué te refieres? -en ese momento sus labios empezaron a temblar.
- Que Silva, junto a muchos otros, aún no se han ido del todo. Aún tienes la posibilidad de volver a verla.
- Eso... no es cierto. ¿Dónde está entonces, a dónde se la ha llevado?
- A una oscuridad impenetrable. Un lugar al que no podemos acceder.
- ¿Y qué te hace pensar que yo voy a poder entrar, si ni siquiera sabes dónde está?
- Hay una forma mucho más rápida de poner fin a todo esto, de darles la despedida que se merecen. Si acabamos con mi hermano, esa oscuridad se romperá.
- No hay nada que me apetezca más en este mundo que vengar la muerte de todos aquellos a los que he querido, pero no somos lo suficientemente fuertes.
- Es por eso que necesito que cabalgues hasta Destello. Allí se acumulan los hombres libres, los que dicen poder gobernarse bajo sus propias reglas. Lian no podrá evitar querer conquistar ese territorio, pues si lo hace, habrá expandido su reino hasta las mismas fronteras de lo poco que queda del nuestro.
- ¿Quieres que combate por tu nombre?
- No. Quiero que te pegues a sus zapatos, que seas su sombra, que me digas cual será su próximo movimiento para así poder sorprenderle y acabar con él definitivamente.

Los Cuervos

Se paseaba entre las faldas de la gente como si se tratase de un pequeño roedor. Nadie parecía notarlo. Siendo un niño más en la multitud pasaba completamente desapercibido para todos, excepto para los Cuervos, las manos más cercanas al rey y los títeres de la mayoría de sus planes. Alguien debía ensuciarse cuando el rey Lian movía ficha y ese era justamente su trabajo. Eran los artífices que procuraban mantener las calles limpias de escoria y desinfectar aquello que a ojos de los lugareños no estaba bien visto. Toda la ciudad de Penumbria había oído hablar de ellos, pero muy pocos los habían visto. Se decía que se movían entre las sombras, e incluso que no eran del todo humanos. Los que vivían en el Basurero, el barrio más pobre y oscuro de la ciudad, murmuraban que les habían visto crecer desde que eran unos huérfanos hasta convertirse en poderosos sicarios que habían tenido la suerte de su parte y habían llegado hasta los oídos del rey. 

Gross, el hermano mayor, también conocido como el Cuervo Negro, le hizo una señal de advertencia para que aquel niño que parecía moverse mejor que él entre la confusión se acercara. Cuando reparó en que nadie les prestaba atención por fin pudo hablar. 
- Y bien, Edgar, ¿has podido conseguir aquello que te he pedido?
El niño se levantó la camisa y Gross pudo comprobar que tenía un pequeño frasco guardado en su cinturón.
- No se ha dado ni cuenta. -volvió a colocarse la camisa en su sitio mientras espolvoreaba el polvo que se le había quedado enganchado en la ropa-. Me aburren estos trabajos tan fáciles. 
- No deberías quejarte. Yo a tu edad ya había visto más sangre que tú en toda tu vida y puedo asegurarte que robar es un trabajo mucho más digno que matar. 
- Tengo ganas de ver la sangre de otra persona. Podría ayudar a Miser en su laboratorio, siempre está trasteando con líquidos de colores muy extraños. Seguro que le vendría bien algo de sangre. 
Gross lo observó pensando en que era un caso perdido.
- No sé desde cuando te has vuelto tan tétrico, pero deberías pasar más tiempo conmigo y menos con mi hermano. Ese alquimista loco tiene más de loco que de alquimista. 
- Es divertido saber que sois gemelos y a la vez sois las personas más diferentes que he conocido. 
- En efecto, yo soy el más listo de los dos. Venga, dame la botella -con un movimiento brusco le arrancó el frasco que llevaba escondido-. Ahora ya estamos en paz.
- ¿Y dónde está mi recompensa? -preguntó esperando algo a cambio. 
- Ya sabes cual es tu recompensa, no te damos un techo gratis por tu cara bonita. Ahora vete a jugar o hacer lo que hagan los niños de tu edad, ya has hecho todo lo que necesitaba. 
Enfurruñado, Edgar se dio media vuelta sin despedirse.
- Oye, chico -Gross le agarró de la mano antes de que pudiese adentrarse fuera del callejón-, gracias. Algún día serás alguien de provecho -le sacudió el pelo mientras Edgar se negaba con la cabeza-. Nos vemos luego en casa. 
- Nos vemos luego en eso que llamáis casa. 

Esa noche volvía a estar aquel enano que contaba siempre la misma historia sobre unos héroes que a él le parecían más falsos que los dioses a los que rezaban los más necesitados. La lira siempre le sobresaltaba. Tenía una extraña conexión con aquel instrumento, pero aquella vez se resistió a darse la vuelta y subió a la habitación que tenían alquilada en aquella taberna mugrienta. Se encontró con la puerta abierta y dos voces que discutían a gritos. 
- No somos la mano del rey por que le caigamos bien, lo somos porque sabemos hacer muy bien nuestro trabajo, así que no me digas como hacer el mío y céntrate en tus libros y pergaminos.
Allí estaba de nuevo ese hombre con más hombros que cabeza y esa larga melena que le llegaba hasta la espalda. Gross siempre le había recordado más a un fuerte oso que a un cuervo negro, aunque también le parecía lo más cerca que estaría nunca de una familia y no estaba demasiado seguro si eso era un sentimiento positivo. 
-  No necesitas desprestigiar mis artes. Qué tu seas un ignorante y un salvaje no desacredita que sin mis libros y mi ciencia no seríamos un buen equipo. -Edgar reconoció enseguida a Miser, el hermano pequeño de Gross y al que ellos llamaban el Cuervo Blanco, el cual parecía estar de muy mal humor. Si Gross le recordaba a un oso, Miser se le asemejaba a algún animal escuálido y escurridizo. Su cabello blanco, que le hacía parecer más mayor de lo que en realidad era, le daba una apariencia parecida a la de algún tipo de lobo de las nieve que estaba pasando hambre. 
- Siempre te has creído mejor que yo, pero al final el único que te defendía es al que tienes delante de ti. 
- Basta ya, Gross, somos hermanos, deberíamos dejar de discutir por tonterías y hacer lo que se nos ha pedido. 
- Yo ya te he traído lo que necesitabas. -le lanzó el frasco que Edgar le había robado aquella misma tarde a uno de los maestres de la biblioteca. 
- En realidad he sido yo, señor. -se dejó ver por fin a la luz del candelabro, la única luz que iluminaba la pequeña habitación. 
- ¿Cuándo has conseguido que el crío se dirija a ti como señor, ya le has lavado el cerebro? -preguntó atónito el mayor de los hermanos. 
- Me lo lleva diciendo desde que he empezado a darle clases de pociones. 
- Oh, venga ya...
- ¿Prefieres que le enseñé como agujerear a un gorrino?
- Seguro que le daría más utilidad. 
Edgar estaba plantado en mitad de la habitación. Al darse cuenta de que esa discusión tenía para largo decidió quitarse los zapatos y sentarse en su cama, o más bien la única cama de la estancia. No podían permitirse más. 
- Cuando intentaba quitarle el frasco al maestre le he escuchado decir que el rey Lian tiene pensado volver atacar a Descencia, ¿es cierto?
Los Cuervos dejaron de insultarse por un instante.
- Querrás decir Nueva Descencia, pues la antigua capital ya fue tomada por nuestro monarca. Lo tengo bastante fresco en la memoria. 
- El ataque por sorpresa fue el factor ganador. -Gross le dio unas palmadas en la espalda a Miser, dándole a entender que podían tener su discusión en otro momento. 
- Pero sí, muchacho, es cierto, aunque el objetivo no es la capital del reino del alba, el rey tiene puesto el ojo en el Destello, el lugar fronterizo que separa los reinos que aún no nos pertenecen -le explicó Miser haciendo uso de esa manera tan pausada que tenía de hablar cuando analizaba algo o intentaba razonar-. Allí se encuentra la última resistencia, un puñado de hombres que dicen no elegir un bando, pero que cuando les preguntas en la intimidad siempre te escupen que si tuviesen que doblegarse ante alguien ese sería el rey Ilan. 
- No son más que cerdos traidores -interrumpió su hermano. 
- No son más que gente asustada e indecisa que provienen de dos reinos enfrentados. Estoy seguro que los soldados de nuestro rey les harán entrar en razón. 
- ¿Vosotros iréis? 
- Tenemos otros asuntos de los que ocuparnos, como por ejemplo el de envenenar cierta copa de cierto conde del este que ha decidido dejarse caer por estas tierras. Una pena. 
Se quedaron unos segundos en silencio hasta que Gross le obligo a meterse en la cama y dormir. 
Edgar, con los párpados ya cerrados pero la oreja fina, pudo escuchar algo que no le hizo demasiada gracia antes de caer rendido. 
- ¿Estabas vigilando a al crío desde algún otro lugar de la ciudad o simplemente estabas perdido en tus ensayos sin sentido?
- El rey me había convocado. 
-¿A ti solo? Pensaba que nos veía como una única fuerza, ya veo que me equivocaba.
- No seas idiota. Solo necesitaba que uno de los dos lo supiese, no es algo que deba correr como la pólvora.
- ¿Entonces me lo vas a decir o prefieres ocultarlo?
- Baja la voz, que este no es el lugar más seguro.
- Está bien, continúa.
- El rey quiere atacar a Destello para que así su verdadero objetivo quede aún más oculto. Me ha dicho que necesita que vayamos al reino caído.
- ¿Se puede saber que se le ha perdido allí? Nadie va a ese lugar desde hace siglos.
- Quizás por eso mismo. Seguro que hay algo más que simples bosques y montañas. 
- ¿Qué crees que está buscando?
- No lo sé. Lo único que me ha dicho es que nos necesita en la frontera. Una vez empiece la batalla, nosotros nos iremos al norte mientras nos perdemos la diversión. 
- ¿Y él nos acompañará? 
Edgar sabía que se estaban refiriendo a él.
- Es más listo que la mayoría de zopencos de este lugar. Se las apañará bien por su cuenta. No es como si nos fuésemos a ir para toda la vida. Cuando volvamos, si aún nos necesita, le ayudaremos.
- Entonces al final sí que tendremos que desplazarnos. Le has mentido.
- Le he dicho la verdad que quería escuchar. Sigue siendo un niño. Uno sin familia ni un lugar al que acudir por las noches. Me recuerda a nosotros hace mucho tiempo.
- Nosotros sobrevivimos, él lo hará también. 

jueves, 16 de mayo de 2019

Un mundo dentro de un mundo

Naylah se quedó mirando como el caldo se balanceaba en su cuchara. No se había colado ni una miga de pan, lo cual la disgustó. 
- Niña, ¿se puede saber que te tiene tan embobada? -le preguntó tía Marla con su voz tan característica que la hacía parecer enfadada todo el tiempo. 
Naylah siguió con los ojos puestos en su sopa, sin enterarse muy bien de todo lo que sucedía a su alrededor. Vian intercedió por ella. 
- Está en una mala época, ya sabes, está empezando a ser una mujer y no hay quien las entienda. Además siempre están de muy mal...
Tía Marla le asestó un cogotazo antes de que pudiese continuar hablando. 
- De muy mal humor, puedes decirlo a gusto, muchacho -le secundó el tío Macías. 
- No estaríamos de mal humor todo el tiempo si no nos dieseis varios motivos a lo largo de la jornada para estarlo.
Los hombres de la sala compartieron unas miradas de aprobación mientras intentaban que no se les escapara la risa. 
- Naylah, querida, ¿sigues ahí? -insistió su tía, ahora visiblemente más preocupada. 
No fue hasta que se le cayó la cuchara al plato que reaccionó a la situación. Un poco de sopa salpicó a la mesa y su camisola. 
- Perdonad, ahora lo limpio todo -con presteza y un trapo intentó que no se notara el desastre.- Solo estaba absorta pensando en mis cosas.
- Lo cual significa que estabas pensando cuando podrás salir de aquí -adivinó Vian.
- Cállate, no es verdad.
- Todos sabemos que lo es, pequeña -reafirmó tía Marla haciéndole un ademán a su esposo.- Pero creo que tu tío tiene una sorpresa que te gustará.
La cara de Naylah no tardó ni un segundo en brillar. 
Macías se aclaró la garganta y empezó a hablar. 
- Ya he llegado La Nube a nuestra isla, y creo que podrías acompañarme.
La joven no pudo contener su alegría y se levantó para abrazar a su tío, la figura paterna que la había criado y a quien quería más en todo el mundo. 
- ¿De verdad que me dejas ir contigo, de verdad de la buena?
- Pero si te lo acabo de decir -el abrazo se hizo aún más fuerte.
- Tía Marla, ¿qué es la nube? -el hermano más pequeño de Naylah, que aún no se había pronunciado, los miró curioso desde su asiento. 
- Es normal que no lo sepas, pues es un fenómeno muy extraño que sucede cada mucho tiempo, y tú aún eras un renacuajo cuando se acercó por aquí la última vez. Se trata de una isla que se desplaza por todo el reino de Conquista. Se dice que avanza a ritmo de tortuga y por eso tarda más de cuatro años en dar la vuelta entera al continente. Es una fracción muy pequeña de tierra, casi como la mitad de la mitad de nuestra isla.
- ¡Eso es muy pequeño! -se sorprendió el niño mientras se imaginaba si podrían caber allí los cinco. 
- Casi tan pequeño como tú, Gamo -aseguró Vian con una sonrisa. 
-¿Tú lo has visto, hermano?
- Fui la última vez que llegó aquí. Realmente te sientes como una oveja perdida en un rebaño muy grande, contraído en muy poco espacio. 
- Es un lugar muy codiciado para los coleccionistas y los mercaderes -prosiguió su tío-. Al recorrer tantos lugares diversos siempre se encuentran objetos muy poco corrientes que provienen de la otra punta del mundo. Es el mercado más extravagante que verás en toda tu vida.
Naylah no pudo evitar pensar que no había visto ninguno más allá del que se hacía todas las mañanas en la pequeña plaza de su pueblo, y eso consistía en dos pequeñas paradas con la leche más fresca de la semana.
- Allí puedes encontrar de todo. Es como recorrer Conquista en un solo día. Además, los hermanos escurridizos, unos hombres de lo más extraños, son los únicos habitantes de ese trozo de tierra flotante. Dicen que se criaron allí, como lo hicieron sus padres y los padres de estos. Son los encargados de vigilar que no haya ningún disturbio y a la vez son el mejor sistema monetario para que no hayan problemas. Su casa hace a la vez la función de banco. Todos deben primero pasar por allí si quieren vender o comprar algo. Es realmente increíble. 
- ¿Y cómo es la gente, habrá personas de Penumbria, de Descencia o incluso del reino caído? -preguntó Naylah con anhelo. 
Tía Marla la regañó con la mirada. No estaba bien hablar del reino caído, y menos frente a su hermano pequeño. 
- Hay gente muy dispar -contestó su tío sin darle mucha importancia al asunto-, pero dudo mucho que vayas a encontrar nadie de tan lejos. Seguramente haya mucha gente de Penumbria, pues está justo al otro lado del mar, pero nadie se queda más de una semana en ese lugar. Esas son las normas de la isla, si no enseguida se llenaría y no creo que pudiesen caber más de quinientas personas.
La joven lo aceptó a regañadientes. Quería conocer nuevas caras. Quería ver el mundo y preguntarles a todos como era lo que estaba al otro lado del mar, de las montañas, en cualquier otro lado a decir verdad. Pero la gente de Penumbria también le servía. En realidad todo aquel que no hubiese visto en sus últimos diecisiete años le serviría. Además, si era cierto que aquellos hermanos escurridizos se habían pasado toda la vida en La Nube sabrían un montón de cosas, más que las de los libros y su familia le había contado nunca. Solo pensarlo se excitaba de la emoción.
- ¿Qué vas a buscar allí esta vez, tío? -preguntó Vian con curiosidad. 
- Necesito comprar un barco nuevo. Supongo que ya has visto que ese trozo de madera que tenemos a penas aguanta a flote. Llevo muchos años con él, y aunque me dé un poco de pena es tiempo de jubilarlo. Estoy convencido que en La Nube encontraré a alguien que pueda hacerme un buen precio. 
- Tú también vendrás, ¿verdad Vian? - dijo Naylah casi con impaciencia. 
- Si el viejo me deja estaré encantado.
- ¿Oye, mocoso, a quién llamas tú viejo? Solo te doblo la edad y estoy más en forma que tú.
Toda la mesa estalló en carcajadas. 

Esa noche Naylah no pudo dormir. Refrescaba fuera, pero no pudo evitar asomarse por la ventana y contemplar la noche cerrada. Se sentía en sintonía con aquel momento. Podía escucharse desde ahí aquel ruido atronador que desataba el agua de la gran cascada que cubría su mundo al caer desembocada. Aquel era el lugar que siempre había conocido, el lugar al que llamaba hogar. Pensar que al día siguiente tendría la oportunidad de conocer un espacio nuevo le hacía tener esperanzas de que algún podría también conocer algo más de su pasado. Debatió sobre si ese pensamiento debía producirle alegría o tristeza hasta que decidió volver a meterse en su cama. Solo deseaba encontrar su sitio, saber quien era y ser libre para vivir la vida que ella quería, la de una aventurera sin miedo. Pero cada vez que se imaginaba con aquel aspecto aguerrido sus miedos más íntimos salían a la luz y tenía que taparse hasta la frente para que el temblor que le producían aquellas pesadillas relacionadas con el fuego no la hiciesen sucumbir también en su realidad. 


miércoles, 15 de mayo de 2019

El plan improvisado

Gabriel cogió un poco de agua con sus manos y se la arrojó a la cara con la intención de aclararse las ideas. Llevaba dos semanas cabalgando con Lucco por los caminos más agrestes con la intención de no llamar mucho la atención. Sabía que no era el camino más rápido, pero adentrarse en el camino real sería casi un suicidio para la gente de pueblo como ellos. Si los llegasen a divisar  los guardias del rey seguramente los alistarían en su ejército y eso es justo lo que él quería derrocar. Tenían la suerte de haber crecido rodeado de aquellos parajes silvestres, así que penetrar en el interior del bosque les resultaba un esfuerzo más manejable. Habían decidido seguir el curso del río, así nunca les faltaría agua y seguramente llegarían a buen puerto. Lucco aún dormía arrinconado en la pequeña fogata que habían preparado la noche anterior. Él había sido quien hizo la última guardia, por eso Gabriel no se molestó en despertarlo hasta más tarde. En el fondo le agradecía que le hubiese acompañado, pero a la vez no quería meterle en problemas ajenos. A veces pensaba que debería marcharse al ocaso y seguir su propio camino. Lucco no estaba hecho para luchar. Ni siquiera sabía muy bien que haría una vez llegasen a Penumbria. No era tan sencillo como plantarse delante del rey y ajusticiar todas sus muertes. Su mente estaba cegada por la venganza y la tristeza que le producía la imagen de Alana buscándole, gritando su nombre y pidiéndole ayuda. Él no podía ayudarla desde ahí. No podía ayudarla de ninguna de las maneras, pues hacía mucho que se había ido por culpa del rey Lian. Gabriel tuvo la suerte de estar bien lejos cuando el ataque ocurrió, pero tenía la certeza de que había sido el mismo Lian que con sus propias manos la condució al mundo de los muertos; y con ella también había arrasado todo lo demás. Nunca se saciaba. No hasta que pudiese acabar de una vez con su hermano, el rey Ilan, el rey de Gabriel y su pueblo, y el padre de Alana.

- Venga, Lucco, ya va siendo hora de que pongas en marcha esos muslos y avancemos.
Su amigo musitó algo ininteligible mientras giraba su cuerpo hacia el lado contrario en el que Gabriel le estaba hablando.
- Ya te he dejado descansar casi más de medio día, no pienso esperar a que tu culo se mueva otro medio más.
Otro cúmulo de sonidos incomprensibles salieron de la boca de Lucco, aunque esta vez parecía que se estaba desperezando.
- Déjame dormir un poco más, hasta la hora de la cena, mamá.
Gabriel puso los ojos en blanco y se dirigió hacia el borde del río. Llenó su botija hasta que el agua se derramó por el orificio, y en cuanto llego a su campamento empezó a verterla encima de su amigo.
- ¿¡Pero que crees que estás haciendo!?
- Solo hago lo que se debe hacer - inclinó suavemente la botija para que cayese aún más agua.
Empapado y colérico, Lucco se levantó maldiciéndole con la mirada.
- Yo también sé jugar a esto.
Cogió un poco de carrerilla y embistió a Gabriel hasta el río. Cayeron los dos de espalda mientras Gabriel intentaba zafarse de aquel abrazo que no le dejaba respirar.
- ¡Vale, vale, me rindo, perdón!
- Así está mejor. ¿No te parece esta una manera más bonita de empezar el día?
- Me parece que estás como una cabra, pero al menos hemos matado dos pájaros de un tiro. Te has despertado y te has bañado, que lo necesitabas. - Gabriel se incorporó mientras escurría como podía su camisa.  - Y no es una buena manera de empezar el día, porque el día casi que empezó ayer.
- Tú siempre tan aburrido -escupió un chorro de agua intentando imitar una fuente con su boca.
- Y tú tan crío como de costumbre.
Lucco le hizo una mueca y Gabriel le extendió la mano para que pudiesen reanudar su viaje.

Tuvieron que pasar cinco días más para poder llegar al límite del bosque. Se les abrieron dos posibilidades: o bien tomaban el camino real o debían buscar otra forma de llegar a la capital, y la única opción que les quedaba era buscar refugio en un pequeño pueblo pesquero y alquilar un barco con un dinero que no tenían, pues la única forma que no fuese el camino real de llegar hasta su destino era a través del mar. En realidad no tenían dos opciones.

Antaño el pueblo había tenido un nombre bastante difícil de pronunciar, pero había ido olvidándose por culpa del faro que daba luz a todos aquellos barcos que encallaban allí para tomarse un pequeño descanso. Ahora era conocido llanamente como El Faro, un lugar en el que respirar un momento y seguir adelante. Para los comerciantes eso era una mina de oro. Podían subir los precios sin miramientos ya que la mayoría de personas solían venir de algún lugar más ajetreado y más caro, así que no veían con malos ojos que por un trozo de tela o unos cuantos pescados tuvieran que pagar algunas monedas más. Era un lugar de paso perfecto para entablar amistades y negocios, e incluso para poder hacerse un hueco en algún camarote feo y húmedo si estabas dispuesto a hacer el trabajo sucio.

Los dos amigos no dudaron ni un momento en que el mejor lugar para encontrar alguien que pudiese ayudarles sería en la taberna del barón rojo, el local más animado del sitio, el cual les recibió con un pirata flirteando con una sirena dibujados en un tablón de madera que llamaba mucho la atención.
- Esto parece el paraíso -exclamó Lucco nada más entrar.
- Más bien parece el desagüe donde va a parar toda la mierda del reino.
- Pues eso, el paraíso.

Con mucha suerte lograron encontrar una mesa libre al fondo del establecimiento. Lucco pidió un par de cervezas mientras que Gabriel prefirió una botella de vino para compartir. Para compartir con él y sus penas.
Después un largo trago en el que Lucco miró incrédulo a su amigo, este le expuso el plan:
- Busca algún hombre que parezca de fiar y tenga un barco que pueda llevarnos.
- ¿Te refieres a que busque una aguja en un pajar, verdad?
- Me conformo con que no nos pida cortarle la mano a nadie.
- Seguro que si nos presentamos en Penumbria con una mano ensangrentada nos vitorearían y nos dejarían entrar sin mucha dificultad.
Los dos se rieron mientras brindaban sus copas.
- Siento deciros que habéis aterrizado en el lugar equivocado.
Había aparecido una joven muchacha que le sirvió otra cerveza a Lucco de una forma un tanto sensual. Cuando depositó la copa en la mesa había acercado su pecho a una distancia poco prudencial de su cara. Él no pudo evitar sonrojarse al instante.
- Mi familia lleva trabajando aquí desde hace décadas, y los únicos marineros que no están borrachos y parecen cuerdos son los que salen de la boca de los trovadores. Si buscáis a alguien en quien confiar igual deberíais probar con ellos. -les señaló un pequeño rincón donde se encontraban un puñado de hombres con sus instrumentos preparando su actuación.
- ¿Cuánto tiempo llevas espiándonos? - le preguntó Lucco mientras estuvo a punto de escupir su bebida.
- Lo suficiente como para saber que estáis aquí más de paso de lo que la gente suele estarlo. Además, sois los únicos que aparentáis mi edad.
Gabriel por fin dejó de beber y se la quedó mirando. Era cierto que deberían tener la misma edad. Seguramente fuese la hija del tabernero. Dejó caer su larga melena pelirroja mientras cogía una silla y se unía a su mesa. Su mirada parecía cansada, pero le transmitía inteligencia, cosa que superaba a la media de ese lugar.
- ¿Quién te ha invitado a la fiesta?
- Me llamo Leonilda, pero podéis llamarme Ilda.
Los dos chicos se miraron un momento, como si no estuviesen seguros de si habían bebido más de la cuenta o esa chica estaba siendo demasiado descarada.
- No os preocupéis, no os voy a robar. Esta es la hora en la que acabo mi turno y no parece haber nadie más interesante esta noche que vosotros.
- No somos ninguna compañía de teatro para alegrarte la noche - le interrumpió Gabriel, algo subido de tono.
- Yo no, pero ellos sí. - Volvió a señalar a aquel grupo de hombres. Habían dejado a un lado sus instrumentos y ahora estaban probándose distintos trajes llamativos.
- ¿Por qué tienes tanto interés en que hablemos con ellos?
- Son amigos de mi padre. Son buena gente y sé de buena mano que buscan gente que les acompañe.
- ¿Y tienen un barco?
- No, pero tienen varios carros con los que se mueven entre los pueblos más escandalosos como este hasta las ciudades más opulentas de todo el reino de Conquista. Seguramente lleguen hasta Penumbria tarde o temprano.
- ¿Quién te ha dicho que queremos llegar hasta allí?
Ilda le robó la cerveza que ella misma había traído a Lucco y se bebió la mitad.
- Vosotros mismos lo decíais antes. Tenéis que tener cuidado, aquí incluso las paredes escuchan.
- Las paredes y las taberneras entrometidas.
- Ya os he dicho que mi familia trabaja aquí desde hace tiempo. No soy una tabernera, solo una mesera aburrida. - Se dejó caer en la silla. Parecía no importarle mucho lo que pensaran de su imagen. - ¿Vais a ir a hablar con ellos o qué?
Gabriel miro a Lucco indeciso.
- Supongo que mejor un carro que ir andando.
- ¡Genial! Entonces os acompañaré.
- Podemos ir nosotros dos solos, pero gracias por el ofrecimiento.
- En realidad me necesitáis. Ya os he dicho que son amigos de mi padre. Si ven que sois amigos míos seguro que se fiarán más y os dejarán ir con ellos sin problemas.
Se escuchó a Gabriel resoplar.
- Además, a mí también me apetece una aventura. - Les guiñó un ojo mientras cogía la mano de Lucco para levantar lo poco que quedaba de él. Este se encogió de hombros mientras se veía arrastrado por una fuerza mayor.
- ¿Pero de dónde ha salido esta mujer? - Gabriel no tuvo más remedio que seguirlos.