Aullidos del fin del mundo

viernes, 17 de mayo de 2019

Los Cuervos

Se paseaba entre las faldas de la gente como si se tratase de un pequeño roedor. Nadie parecía notarlo. Siendo un niño más en la multitud pasaba completamente desapercibido para todos, excepto para los Cuervos, las manos más cercanas al rey y los títeres de la mayoría de sus planes. Alguien debía ensuciarse cuando el rey Lian movía ficha y ese era justamente su trabajo. Eran los artífices que procuraban mantener las calles limpias de escoria y desinfectar aquello que a ojos de los lugareños no estaba bien visto. Toda la ciudad de Penumbria había oído hablar de ellos, pero muy pocos los habían visto. Se decía que se movían entre las sombras, e incluso que no eran del todo humanos. Los que vivían en el Basurero, el barrio más pobre y oscuro de la ciudad, murmuraban que les habían visto crecer desde que eran unos huérfanos hasta convertirse en poderosos sicarios que habían tenido la suerte de su parte y habían llegado hasta los oídos del rey. 

Gross, el hermano mayor, también conocido como el Cuervo Negro, le hizo una señal de advertencia para que aquel niño que parecía moverse mejor que él entre la confusión se acercara. Cuando reparó en que nadie les prestaba atención por fin pudo hablar. 
- Y bien, Edgar, ¿has podido conseguir aquello que te he pedido?
El niño se levantó la camisa y Gross pudo comprobar que tenía un pequeño frasco guardado en su cinturón.
- No se ha dado ni cuenta. -volvió a colocarse la camisa en su sitio mientras espolvoreaba el polvo que se le había quedado enganchado en la ropa-. Me aburren estos trabajos tan fáciles. 
- No deberías quejarte. Yo a tu edad ya había visto más sangre que tú en toda tu vida y puedo asegurarte que robar es un trabajo mucho más digno que matar. 
- Tengo ganas de ver la sangre de otra persona. Podría ayudar a Miser en su laboratorio, siempre está trasteando con líquidos de colores muy extraños. Seguro que le vendría bien algo de sangre. 
Gross lo observó pensando en que era un caso perdido.
- No sé desde cuando te has vuelto tan tétrico, pero deberías pasar más tiempo conmigo y menos con mi hermano. Ese alquimista loco tiene más de loco que de alquimista. 
- Es divertido saber que sois gemelos y a la vez sois las personas más diferentes que he conocido. 
- En efecto, yo soy el más listo de los dos. Venga, dame la botella -con un movimiento brusco le arrancó el frasco que llevaba escondido-. Ahora ya estamos en paz.
- ¿Y dónde está mi recompensa? -preguntó esperando algo a cambio. 
- Ya sabes cual es tu recompensa, no te damos un techo gratis por tu cara bonita. Ahora vete a jugar o hacer lo que hagan los niños de tu edad, ya has hecho todo lo que necesitaba. 
Enfurruñado, Edgar se dio media vuelta sin despedirse.
- Oye, chico -Gross le agarró de la mano antes de que pudiese adentrarse fuera del callejón-, gracias. Algún día serás alguien de provecho -le sacudió el pelo mientras Edgar se negaba con la cabeza-. Nos vemos luego en casa. 
- Nos vemos luego en eso que llamáis casa. 

Esa noche volvía a estar aquel enano que contaba siempre la misma historia sobre unos héroes que a él le parecían más falsos que los dioses a los que rezaban los más necesitados. La lira siempre le sobresaltaba. Tenía una extraña conexión con aquel instrumento, pero aquella vez se resistió a darse la vuelta y subió a la habitación que tenían alquilada en aquella taberna mugrienta. Se encontró con la puerta abierta y dos voces que discutían a gritos. 
- No somos la mano del rey por que le caigamos bien, lo somos porque sabemos hacer muy bien nuestro trabajo, así que no me digas como hacer el mío y céntrate en tus libros y pergaminos.
Allí estaba de nuevo ese hombre con más hombros que cabeza y esa larga melena que le llegaba hasta la espalda. Gross siempre le había recordado más a un fuerte oso que a un cuervo negro, aunque también le parecía lo más cerca que estaría nunca de una familia y no estaba demasiado seguro si eso era un sentimiento positivo. 
-  No necesitas desprestigiar mis artes. Qué tu seas un ignorante y un salvaje no desacredita que sin mis libros y mi ciencia no seríamos un buen equipo. -Edgar reconoció enseguida a Miser, el hermano pequeño de Gross y al que ellos llamaban el Cuervo Blanco, el cual parecía estar de muy mal humor. Si Gross le recordaba a un oso, Miser se le asemejaba a algún animal escuálido y escurridizo. Su cabello blanco, que le hacía parecer más mayor de lo que en realidad era, le daba una apariencia parecida a la de algún tipo de lobo de las nieve que estaba pasando hambre. 
- Siempre te has creído mejor que yo, pero al final el único que te defendía es al que tienes delante de ti. 
- Basta ya, Gross, somos hermanos, deberíamos dejar de discutir por tonterías y hacer lo que se nos ha pedido. 
- Yo ya te he traído lo que necesitabas. -le lanzó el frasco que Edgar le había robado aquella misma tarde a uno de los maestres de la biblioteca. 
- En realidad he sido yo, señor. -se dejó ver por fin a la luz del candelabro, la única luz que iluminaba la pequeña habitación. 
- ¿Cuándo has conseguido que el crío se dirija a ti como señor, ya le has lavado el cerebro? -preguntó atónito el mayor de los hermanos. 
- Me lo lleva diciendo desde que he empezado a darle clases de pociones. 
- Oh, venga ya...
- ¿Prefieres que le enseñé como agujerear a un gorrino?
- Seguro que le daría más utilidad. 
Edgar estaba plantado en mitad de la habitación. Al darse cuenta de que esa discusión tenía para largo decidió quitarse los zapatos y sentarse en su cama, o más bien la única cama de la estancia. No podían permitirse más. 
- Cuando intentaba quitarle el frasco al maestre le he escuchado decir que el rey Lian tiene pensado volver atacar a Descencia, ¿es cierto?
Los Cuervos dejaron de insultarse por un instante.
- Querrás decir Nueva Descencia, pues la antigua capital ya fue tomada por nuestro monarca. Lo tengo bastante fresco en la memoria. 
- El ataque por sorpresa fue el factor ganador. -Gross le dio unas palmadas en la espalda a Miser, dándole a entender que podían tener su discusión en otro momento. 
- Pero sí, muchacho, es cierto, aunque el objetivo no es la capital del reino del alba, el rey tiene puesto el ojo en el Destello, el lugar fronterizo que separa los reinos que aún no nos pertenecen -le explicó Miser haciendo uso de esa manera tan pausada que tenía de hablar cuando analizaba algo o intentaba razonar-. Allí se encuentra la última resistencia, un puñado de hombres que dicen no elegir un bando, pero que cuando les preguntas en la intimidad siempre te escupen que si tuviesen que doblegarse ante alguien ese sería el rey Ilan. 
- No son más que cerdos traidores -interrumpió su hermano. 
- No son más que gente asustada e indecisa que provienen de dos reinos enfrentados. Estoy seguro que los soldados de nuestro rey les harán entrar en razón. 
- ¿Vosotros iréis? 
- Tenemos otros asuntos de los que ocuparnos, como por ejemplo el de envenenar cierta copa de cierto conde del este que ha decidido dejarse caer por estas tierras. Una pena. 
Se quedaron unos segundos en silencio hasta que Gross le obligo a meterse en la cama y dormir. 
Edgar, con los párpados ya cerrados pero la oreja fina, pudo escuchar algo que no le hizo demasiada gracia antes de caer rendido. 
- ¿Estabas vigilando a al crío desde algún otro lugar de la ciudad o simplemente estabas perdido en tus ensayos sin sentido?
- El rey me había convocado. 
-¿A ti solo? Pensaba que nos veía como una única fuerza, ya veo que me equivocaba.
- No seas idiota. Solo necesitaba que uno de los dos lo supiese, no es algo que deba correr como la pólvora.
- ¿Entonces me lo vas a decir o prefieres ocultarlo?
- Baja la voz, que este no es el lugar más seguro.
- Está bien, continúa.
- El rey quiere atacar a Destello para que así su verdadero objetivo quede aún más oculto. Me ha dicho que necesita que vayamos al reino caído.
- ¿Se puede saber que se le ha perdido allí? Nadie va a ese lugar desde hace siglos.
- Quizás por eso mismo. Seguro que hay algo más que simples bosques y montañas. 
- ¿Qué crees que está buscando?
- No lo sé. Lo único que me ha dicho es que nos necesita en la frontera. Una vez empiece la batalla, nosotros nos iremos al norte mientras nos perdemos la diversión. 
- ¿Y él nos acompañará? 
Edgar sabía que se estaban refiriendo a él.
- Es más listo que la mayoría de zopencos de este lugar. Se las apañará bien por su cuenta. No es como si nos fuésemos a ir para toda la vida. Cuando volvamos, si aún nos necesita, le ayudaremos.
- Entonces al final sí que tendremos que desplazarnos. Le has mentido.
- Le he dicho la verdad que quería escuchar. Sigue siendo un niño. Uno sin familia ni un lugar al que acudir por las noches. Me recuerda a nosotros hace mucho tiempo.
- Nosotros sobrevivimos, él lo hará también. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario