Aullidos del fin del mundo

viernes, 24 de mayo de 2019

Sigo evitando el mañana

Todos los allí presentes aplaudieron con júbilo, aunque Gabriel pensó que más de la mitad solo lo hacían para no sentirse desplazados de la otra mitad. Los artistas se despidieron una vez más del público haciendo una reverencia conjunta, y las risas y el alboroto volvieron a resonar en la taberna. 

La troupe les había dicho que hablarían al terminar la función, así que habían escogido una mesa cercana al escenario para no perderles de vista. Ilda les sonrió a los comediantes mientras les mostraba lo que realmente sentía a sus dos nuevos compañeros. Antes de hacer un comentario se detuvo al ver la cara de Lucco, que parecía haber disfrutado mucho con la actuación. 
- Cada mes repiten las mismas escenas. Supongo que verlos por primera vez te hace sentirlo de otra forma, pero cuando te sabes hasta el diálogo de los campesinos, le resta bastante gracia al asunto. 
- Las parodias del rey Lian dejan de tener gracia cuando sabes que todas las muertes que representan son verdad -el rostro de Gabriel denotaba de todo menos serenidad. Después de haber bebido tanto parecía que su temperamento se había acrecentado. 
- No te preocupes, amigo, lo hacen para que el pueblo se ría. Necesitamos este tipo de humor o nos condenaríamos nosotros mismos. A mí me ha gustado, que hayan cambiado las espadas por tartas de queso ha sido divertido. 
- ¿Debo recordarte que venimos del mismo pueblo? ¿Del mismo lugar que a diez leguas arrasaron el símbolo de nuestra tierra? ¿Que esas espadas no eran de madera? ¿Que acabaron con la vida de inocentes, con la vida de personas que ya no están a nuestro lado, con la vida de Alana y con la vida de Annari? 
- Annari no está muerta -sentenció Lucco. 
- ¿Y dónde crees que está ahora tu hermana, buscando frambuesas en Valle Alegría? 
Lucco se contuvo dando un golpe bajo la mesa. Los hombres que se sentaban a su alrededor se giraron hacia ellos, pero lo dejaron pasar y volvieron a su propia fiesta. 
- ¿Que no la encontrásemos en todo aquel infierno no te hace sospechar que quizás se salvó de la masacre?
- Me hace sospechar que ha sido alistada en las filas de un rey muerto.
- Ni se te ocurra insinuar...
- Estoy afirmándolo. Hubiese venido a verte, ni que fuese una vez. Quieres ir a Penumbria a recuperarla, por eso has venido conmigo, no por mí. 
- ¿Pero cómo puedes hablarme así? Mi hermana no es presa de ninguna maldición. Estoy seguro de que se fue a Nueva Descencia. Estaba cansada de nuestro hogar, quería vivir en la gran ciudad. Estoy seguro de que se fue allí.
- ¿Y por qué no avisarte, por qué querría preocuparte? No tiene ningún sentido que pienses así.
- Tampoco lo tiene que intentes hacerme pensar de otra forma. Estoy aquí por ti, porque eres mi mejor amigo. Si no lo quieres ver, como no lo has visto durante el último año, igual debería replantearme seriamente el seguir a tu lado.
- No necesito a un perro faldero. Ya te dije en su momento que estoy mejor solo. 
- ¿Así me ves, como una mascota?
Gabriel se contuvo. Sabía que no debería haberle dicho eso, pero todo estaba demasiado caliente en su cabeza. 
- Chicos, calmaos. No sé de que va todo este asunto pero estoy segura de que vuestra amistad es mucho más valiosa que una riña. 
- No es una riña -se abalanzaron los dos chicos al mismo tiempo. 
- Vale, perfecto, descuartizaros luego si queréis, pero si os empezáis a morder ahora, os aseguro que esa imagen no les va a gustar mucho a los comediantes y os quedaréis sin transporte alguno. 
- No los necesitamos.
- Claro que los necesitamos -le corrigió Lucco-. Tenemos pocas provisiones y dudo mucho que ningún marinero quiera llevarnos en sus barcos con estas pintas. Para una oportunidad que tenemos...
- ¿Sigues hablando en plural? Pensaba que estabas mejor sin mí.
Ilda le propinó una patada a Gabriel para que rebajase su estupidez. 
- Oye, no necesitas defenderle. Eres consciente de que te acabamos de conocer, ¿verdad? No sé porqué te permitimos sentarte en nuestra mesa.
- Yo no te voy a consentir que me hables de esa forma. Ya te he dicho quien soy, me llamo Ilda y llevo limpiando la porquería de estas mesas desde que era una niña. Mi familia parece que está contenta con este sitio, nos le va mal, pero tampoco les va bien. Siempre han sido de esos que prefieren callarse y agachar la cabeza, a los que puedes mandar y lo harán todo sin rechistar, pero después, cuando nadie les mira por encima del hombro lloran en la cocina, hartos de lo que les ha tocado vivir. Incluso algunos, como mi padre, buscan formas para liberar su rabia en aquellos que consideran más débiles - se arremangó el brazo para enseñarle unas marcas en su piel -. Pero me he cansado de ser débil, y por eso mismo puedo sentarme donde quiera, y con más razón me sentaré en esta mesa, pues es más mía que tuya.
- Bonito discurso. De verdad que detesto escuchar eso sobre tu padre, pero no quita que estés metiéndote en conversaciones ajenas y que esto no tenga nada que ver contigo -concluyó Gabriel. 
- Llevo buscando la forma de salir de este tugurio hace ya unas cuantas lunas, pero no puedo marcharme sola. Aunque sepa apañármelas por mí misma, no soy tan tonta como para adentrarme en el mundo casi desnuda. 
Lucco se había relajado en su silla. Había contemplado como la discusión se había trasladado a otro lugar, pero en ese momento también quiso intervenir. 
- ¿Y por qué no te vas con los comediantes? Nos has dicho que son amigos de tu padre, así que los conoces bien. Tampoco estarías sola y además tendrías comida y cobijo. 
- Como bien has dicho, son amigos de mi padre, no míos. Si fuese sola me temo que entre tanto hombre, alguno querría buscar algo de paja entre mis vestidos. 
- ¿Cómo sabes que nosotros no somos así?
- No lo sé, pero aún no habéis crecido tanto. Tengo la intuición de que si alguien os comiese, esa sería yo - le guiñó el ojo a Lucco mientras este palidecía al instante. 
- Somos lo suficientemente hombres como para haber decidido emprender un viaje por nuestra cuenta. Creo que eso ya dice bastante de nosotros.
- Así es -asintió Ilda-, por eso mismo creo que seríais unos buenos compañeros de viaje. Vosotros podríais protegerme y yo os ofrezco todo lo que está a mi alcance.
- ¿Que es exactamente...?
- Contactos. Por aquí pasa mucha gente y tengo debilidad por sentarme en muchas de mis -hizo énfasis en la palabra- mesas. Estoy convencida de que puedo encontrar más de una casa para que nos abra las puertas y no dormir al raso si se da el caso. Además, también sé hablar la lengua de los hombres libres. Teniendo en cuenta que queréis ir a Penumbria, tendremos que pasar por Destello, y seguro que allí necesitaréis haceros entender. 
- ¿Sabes hablar tundro?
- Puedo chapurrearlo, por aquí se aprenden muchas cosas, tan solo tienes que saber donde observar. 
- ¿Y cuál es tu destino, también pretendes llegar a Penumbria? Puedo asegurarte que una ciudad no  es mucho más libre que aquello que ya conoces.
- No me importa, no busco la libertad. Busco una oportunidad -su mirada parecía estar en otro lugar. 
- En ese caso supongo que puedes acompañarnos.
- Eso significa que habéis hecho las paces, ¿cierto?
Los dos amigos se miraron reticentes. Ilda los cogió a los dos de las manos y les hizo mirarse fijamente el uno al otro. 
- ¿CIERTO?
- Nos peleamos muchas veces, pero eso forma parte de nuestra amistad. Nos queremos más de lo que nos lo demostramos - Gabriel carraspeó, poco acostumbrado a sincerarse. 
- Mucho mejor. Ahora que está todo solucionado y decidido, deberíamos hablar con los comediantes, mis queridos escuderos.
- ¿En qué momento se le ha subido el poder a la cabeza? -preguntó Lucco a su amigo. 
- Creo que es algo de nacimiento.  
- A todo esto, creo que ya se han marchado. 

El ambiente seguía igual de animado, pero los actores que les habían prometido hablar habían desaparecido. Les preguntaron a aquellos hombres que tenían en la mesa de al lado y les respondieron que los habían visto salir a la calle mientras ellos discutían acaloradamente. Gabriel juró que se andaría con más cuidado la próxima vez que hablasen. Al final lo que decía Ilda era cierto, había demasiada gente que podía observar y él aún debía aprender. 
Cuando notaron esa bocanada de aire fresca que provenía del mar se dieron cuenta que ya debía de ser muy tarde. El efecto del alcohol aún jugaba con sus cabezas, pero no tardaron en encontrar al grupo de comediantes ambulantes recogiendo algunas cajas y cenando un plato de algo que parecía ser sopa sentados en un carro. 

- Mirad quien viene por allí. Al final sí que parece que tienen más agallas de lo que creíamos -exclamó uno de ellos al ver al grupo de jóvenes aparecer. 
- La muchacha también está con ellos -se percató el que parecía más novato de todos-. Oye guapa, dile a tu padre que te podríamos cuidar bien -su mano se deslizó por su entrepierna mientras le hacía un repaso con la mirada. 
- Perdonad al impresentable de Dav. Es ver una mujer y que sus ojos se salgan de las cuencas -Un hombre de mediana edad se presentó ante ellos. Llevaba un parche en el ojo, uno que también había llevado en la actuación, pero que ahora que lo veían con más atención no parecía ser simple decoración. Se presentó como el líder de la banda. 
- No cualquier mujer, solo una de buen ver -todos sus compañeros se rieron con él. 
- De verdad, haced ver como que no está y todo os parecerá mejor. Mi nombre es Franklin, pero podéis llamarme Frank, como lo hacen el resto de los mortales. Perdonad que os hayamos hecho esperar, pero la actuación siempre es lo primero -sacó una pequeña bolsa donde al sacudirla sonaban las monedas al frotarse entre ellas -. ¿Qué os ha parecido? 
- Ha sido divertido, sobretodo la parte en que os matáis con... ha sido divertido -rectificó Lucco queriendo evitar reavivar la discusión.
- Sí, me ha gustado que os embadurnaseis con las tartas, le da un toque cómico a algo tan oscuro -Gabriel le dio un pequeño codazo a Lucco; ya no estaba enfadado. 
- Pues aunque no lo creáis esa idea fue de Dav. Al parecer solo es un inútil fuera del escenario.
- Te estoy escuchando -Dav se había pertrecho de un muslo de pollo y parecía estar disfrutándolo. 
- Como si eso me importara -se dirigió a Ilda esta vez-. ¿Es verdad entonces, queréis acompañarnos hasta el reino del ocaso? No creo que lleguemos hasta Penumbria, eso está demasiado lejos incluso para nosotros, somos gente de tradiciones y pueblos, pero podemos acercaros hasta Nocaida.
- ¿Hasta la ciudad de las luces?
- Veo que lo conoces, pequeña Ilda. Seguro que tu padre te ha hablado alguna vez. 
- Ya no soy pequeña, y hay muchos más hombres a parte de mi padre que hablan sobre la antigua ciudad que pertenecía al reino del alba y que se vio sometida al rey Lian.
- Así es. Se la conoce como la ciudad de las luces, pues después de tantos años siendo ahora parte del reino enemigo, aún queda gente que venera a Ilan como el verdadero rey. Aún es parte de la luz. 
- También se la conoce como la ciudad de las luces porque la verdadera fiesta solo aparece cuando el sol se pone y las llamas se encienden. Si es la primera vez que experimentáis con putas, hacedme caso, pues ahí están las mujeres más guapas de toda Conquista -añadió Dav mientras fantaseaba y le daba un mordisco placentero a su comida. 
- Creo que sería suficiente. Podremos apañárnoslas desde ahí -Gabriel habló por los tres. 
- Muy bien entonces, aunque antes de deciros en que carro dormiréis tengo dos preguntas que haceros. ¿Cómo pensáis pagarnos?
- Podemos cazar algunos animales. Se me da bien cocinar. Lucco es bueno con las plantas, estoy seguro que podría hacer buenas mezclas por si enfermáis en el camino. Ilda puede...
- Puedo engatusar a los hombres. Si corro la voz entre los aldeanos sobre que han venido unos cómicos famosos seguro que más de uno me sigue. Eso os daría más publicidad y más dinero.
La única mujer que iba en el grupo de los comediantes alzó la cabeza, interesada por primera vez en lo que estaban diciendo sus camaradas. 
- Creo que podría trabajar con ello -dijo pensativo Frank-, aunque necesitaré que nos ayudéis también con la obra. Nos vendrían bien algunos aldeanos de más. Alguno de por aquí siempre quiere ser más protagonista de lo que es -miró a Dav de reojo-, así que estoy seguro que os lo agradecerá. 
Dav levantó el brazo, conforme. 
- ¿Y la segunda pregunta?
- ¿Tú padre te ha dado permiso para venir con nosotros? -le preguntó directamente a Ilda. 
- Mi padre solo me engendró en el vientre de mi madre. La que toma decisiones por su propia cuenta soy yo. 
- Si te llevamos con nosotros y él no lo sabe no creo que podamos volver a esta taberna en los próximos mil años, y por aquí se come muy bien.
A Ilda le empezaron a temblar las manos y Lucco, al notarlo, intentó socorrerla. 
- Nosotros hablaremos con él -aseguró no muy convencido. 
- Está bien. Hacedme saber si le ha dado el sí a su hija antes de que el sol se vuelva a poner mañana, será entonces cuando partiremos. 

Los jóvenes se despidieron hasta el día siguiente y se acercaron a la taberna. Aún debían buscar un sitio para pasar la noche ahora que tenían que quedarse allí un poco más. La taberna del barón rojo parecía ser el lugar más apropiado si debían convencer al padre de Ilda de que su hija se marcharía con unos desconocidos lejos de su alcance. 
- Podéis dormir gratis en el pajar de atrás.
- No nos importa pagar algunas monedas para tener un lugar más cómodo en el que dormir -Lucco le sonrió mientras se apoyaba en un poste de madera, cansado de la jornada. 
- Como queráis -parecía otra persona distinta, como si toda esa fuerza que desprendía se hubiese evaporado. 
- Seguro que mañana conseguimos que tu padre entienda que ahora estás por tu cuenta y que quieres algo distinto -intentó animarla Gabriel -. No puede obligarte a pasarte la vida aquí. 
- No lo entendéis. Si le digo algo así solo será peor... tomad -sacó una llave de su bolsillo -. Esa es mi habitación en la taberna. Podéis quedaros en ella esta noche si queréis algo más confortable. Mi padre no lo notará si no hacéis mucho ruido -Empezó a trenzarse el pelo con un dedo, un tic que hacía cuando se ponía nerviosa-. Creo que no voy a poder dormir. Seguro que el heno me ayudará más a pensar y a evitar acobardarme. Os vendré a buscar por la mañana si seguís por aquí.
Ilda no les dejó responder, pues ya les había dado la espalda y se había perdido en la oscuridad.

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