Aullidos del fin del mundo

viernes, 17 de mayo de 2019

Los talentos

Llevaba toda la mañana paseando por los jardines. Solía estar vacío a esas horas, pero a medida que el día pasaba llegaba gente con ofrendas para los caídos. Todo el mundo había perdido a algún ser querido, a un amigo, a un esposo, a alguien que ya no volvería. El rey Ilan había mandado construir un altar para los abatidos en guerra en medio de todo aquel vergel de flores. Los constructores habían intentado plasmar el antiguo jardín de la vieja Descencia, pero a Amma, por más que el capitel de las columnas se ramificasen intentando imitar la forma de las alas de un dragón, el símbolo que los caracterizaba, ella solo veía una falsificación de lo que había sido realmente la ciudad en la que se había criado. Todo lo sentía vacío. Aquel lugar, a las personas que lloraban y rezaban a los dioses que ya se habían ido, al palacio que se levantaba justo detrás. Todo era una réplica de un lugar que ya no existía. Un lugar donde Silva, la única persona que había amado de verdad, ya no podría caminar a su lado.
Había decidido escoger ese lugar porque, aunque la ciudad le pareciese un eco de lo que había sido, el parque en el que se encontraba había sido especial para ella en otra vida. Allí se había entrenado con su primera espada de madera. Siempre lo hacía sola, pues los niños de su edad no se sentían cómodos luchando con una niña que podía derrotarlos fácilmente. Había deseado subir hasta aquel gran palacio que podía divisarse desde cualquier parte de la ciudad y servir al rey durante toda su infancia. Cada vez que la sombra del edificio cubría el punto más alto se imaginaba divisando la ciudad desde el gran mirador que sobresalía del castillo. Desde allí podría asegurarse de que todos estuviesen a salvo. Lo único que la había empujado toda su vida había sido el honor y la justicia, dos palabras que se habían vuelto huecas de repente. Allí también había sido donde conoció por primera vez a Silva. Ambas medían poco más de un metro. Silva intentaba ayudar a su madre a vender las piezas de fruta con las que se ganaban el pan. Amma recordaba con nostalgia como a Silva se le cayó el puesto de manzanas mientras lloraba desconsolada temiendo que su madre le fuese a regañar. Una de las manzanas llegó rodando hasta donde se encontraba ella practicando con la espada mientras golpeaba el aire con energía. Cuando la recogió, fue a entregársela a la pobre niña que seguía llorando, le secó las lágrimas con la tela de sus mangas y no pudo evitar sonreír. Odiaba que la gente llorase, así que siempre intentaba combatir esa tristeza con una de sus sonrisas. Algo que pareció funcionar, pues Silva paró de sollozar y después de darle las gracias a aquella desconocida se presentó. Desde entonces Amma se dejaba caer a la misma hora de siempre para poder verla. Crecieron juntas y se enamoraron juntas, pero ya no podrían crecer más. Aunque no era eso lo que el rey Ilan le había dicho. Habían pasado dos semanas desde la conversación que tuvieron y aún no podía olvidarla. Como iba a olvidarla después de lo que le había prometido.
Todos sabían que los reyes no habían llegado a tal posición por casualidad. Su sangre estaba mezclada con la de antiguas divinidades. Leyendas que asustaban a los niños antes de ir a dormir. Animales poderosos que habían tenido que desaparecer del continente para que los humanos pudiesen vivir en paz, al menos toda la paz que se podía respirar entre guerra y guerra. Aunque aquellos hombres que reinaban a simple vista pareciesen normales, escondían su verdadero poder. Se les había bautizado como talentos. Eran capacidades que nadie más poseía. El rey Ilan poseía el talento revitalizador. Sus manos eran capaces de cicatrizar hasta la herida más oscura. Dominaba el arte de la curación. Se decía que sus poderes provenían de los antiguos dragones del mar, unas serpientes tan largas como los ríos y tan grandes como el sol. Eran capaces de escupir fuego cuando se atrevían a salir a la superficie y así quemaban a todos aquellos que intentaban darles caza, pero su aliento también podía convertirse en una descarga de agua templada que podía sanar a sus crías cuando llegaban heridas después de haber quedado atrapadas en la red de algún pescador codicioso.
Los poderes del rey Lian, sin embargo, infundían mucho más temor. Era como la cara de la otra moneda. Si su hermano había adquirido un talento para ayudar, él había recibido el talento de la destrucción. No eran mucho los que habían visto lo que podía hacer y habían vivido para contarlo. Su ruina le concedía el alcance de levantar aquellos que habían caído por su mano. No podía resucitar a aquellos que ya estaban muertos, era algo aún peor, un tormento para sus víctimas. Su talento le permitía engrosar sus filas con las vidas inertes que él mismo había arrebatado. No podía alumbrar las vidas de otros que habían muerto por una enfermedad o por otros hombres, pero tampoco lo necesitaba. Sus asesinatos eran lo bastante numerosos como para prescindir de un ejército. Sus víctimas, sin embargo, se veían arrastradas por ese talento. Quedaban atrapadas en algún lugar intermedio entre la vida y la muerte, y solo cuando Lian les llamaba, acudían obligadas a luchar contra los que una vez lucharon a su lado. Eran prisioneros de un rey que nunca se conformaba.
La imagen que le producía a Amma ese hombre era la de un odio inmenso. La última vez que lo vio fue mientras defendía la antigua ciudad de Descencia, mientras intentaba detener a todos aquellos espectros que avanzaban sin titubear. Solo si les mirabas fijamente a sus ojos empañados podías darte cuenta de que todo lo que hacían no salía de ellos, sino que no eran más que las marionetas de un artífice mucho mayor. No pudo correr más deprisa hasta llegar a la pequeña alcoba donde se alojaba Silva. El tiempo se detuvo para ella cuando vio su cuerpo inerte posado en la habitación. Todo estaba desordenado, las ventanas estaban rotas y la puerta se había partido por la mitad. El ejército de Lian había asaltado todas las casas. No tenía ninguna intención de razonar. Lo único que le importaba era llegar hasta su hermano y acabar con su vida, y mientras tanto todo lo que se interponía en medio le daba igual.
Su rey, Ilan, ni siquiera se encontraba ya en el castillo de Descencia. Todos los que pudieron huyeron cuando se dieron cuenta de la situación. No podían hacerles frente en esas condiciones. Así que cuando Lian llegó por la fuerza hasta el castillo, tomó toda la ciudad como parte de su reino. Descencia se había convertido en Las Ruinas de Descencia.
La conversación que mantuvo con Ilan volvió a aparecerse en su mente
- Quizás te interesaría más saber que lo que quiero que espíes no es a los vivos. Seguro que a tu mujer le hace feliz volver a verte.
- Como osas nombrarla. Ella no fue más que una víctima inocente. No puedes prometerme lo imposible.
- Querida amiga, hay algo sobre mi hermano que debes saber. Ya conoces de lo que es capaz. Sé que también has visto en acción su talento, aquello que todos nosotros tememos, pero los rumores no son ciertos. Si bien es sabido que mi hermano solo puede recuperar aquellas almas a los que él mismo les ha arrebatado su último suspiro, todos aquellos que también perecen a manos de sus fantasmales prisioneros quedan perdidos en el limbo de la oscuridad.
- Explícate mejor, ¿a qué te refieres? -en ese momento sus labios empezaron a temblar.
- Que Silva, junto a muchos otros, aún no se han ido del todo. Aún tienes la posibilidad de volver a verla.
- Eso... no es cierto. ¿Dónde está entonces, a dónde se la ha llevado?
- A una oscuridad impenetrable. Un lugar al que no podemos acceder.
- ¿Y qué te hace pensar que yo voy a poder entrar, si ni siquiera sabes dónde está?
- Hay una forma mucho más rápida de poner fin a todo esto, de darles la despedida que se merecen. Si acabamos con mi hermano, esa oscuridad se romperá.
- No hay nada que me apetezca más en este mundo que vengar la muerte de todos aquellos a los que he querido, pero no somos lo suficientemente fuertes.
- Es por eso que necesito que cabalgues hasta Destello. Allí se acumulan los hombres libres, los que dicen poder gobernarse bajo sus propias reglas. Lian no podrá evitar querer conquistar ese territorio, pues si lo hace, habrá expandido su reino hasta las mismas fronteras de lo poco que queda del nuestro.
- ¿Quieres que combate por tu nombre?
- No. Quiero que te pegues a sus zapatos, que seas su sombra, que me digas cual será su próximo movimiento para así poder sorprenderle y acabar con él definitivamente.

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