Aullidos del fin del mundo

miércoles, 29 de abril de 2020

El sujeto de mi realidad

Algunos empiezan a salir a las calles. Todavía puedo escuchar a los vecinos contar las horas para poder volver a la normalidad. Puede que esas voces estén dentro de mi cabeza o puede que haya olvidado contar el tiempo igual que mi reloj que dejó de funcionar hace cosa de un mes.  Después de mucho he podido lograr finalizar algo, algo pequeñito, pero lo he hecho. Es curioso como alcanzar una meta me ha supuesto pensar enseguida en la siguiente; es como un túnel sin salida. Nunca va a parar. Esta oscuridad sigue tocándome el alma. Me he dado cuenta de todo aquello que me rodea y aun así soy incapaz de crear momentos. No puedo alterar el orden de las cosas porque todavía no he conseguido creer en mí lo suficiente. Aún debo aprender a quererme, aún debo detener las rémoras que me persiguen. 

Hay palabras que no deberían acercarse como el amor y la muerte. Hay un estanque de tormentas en mi casa. Es como si la previsión todos estos días solo fuese de lluvia. Como si mi estado de ánimo fuese acorde al sonido del piano. Estas grietas no paran de abrirse y yo necesito un abrazo más que nunca. Estos dragones de mi estómago no paran de rugir, son como adictos a las drogas, por más que los alimente su hambre más crecerá.

Tengo aún deudas que cumplir, tengo pensamientos que aún debo mantener encerrados. Es como si ya no fuese relevante. Es como si tuviese que alegrarme siempre por los demás cuando lo único que quiero es enviarles a la mierda. Ya nadie sabe tratar a las personas. 

¿Cómo voy a tocar el alma si todas las caras que recuerdo son de extraños? Quizás es algo generacional. Puede que sea así de simple. Quizás siempre hemos sido monstruos pero lo escondíamos en nuestro imaginario. Todo recuerdo que me hace feliz tiene que ver con mi infancia y de eso hace ya mucho. Ojalá hubiese vivido más entonces para tener más con lo que disfrutar ahora. 

No lo entienden por más que lo explique. Yo no quiero la perfección, solo quiero pasar de curso por última vez. No sé donde quedarán mis energías cuando el mundo se muestre real por primera vez. Ni siquiera puedo pedir ayuda porque lo único que recibiré serán réplicas. 

Lo peor de todo esto es tener que revivir esos miedos que una vez dejé aparcados. Ahora no tengo más remedio que enfrentarlos de nuevo, como viejos amigos que se reúnen después de muchos años, pero estos no son amigos, son desconocidos con malas intenciones. No quiero que me esperen en ningún lugar. Yo voy sin rumbo y sin destino. 

Si mis elucubraciones tuviesen algún tipo de sentido quizás podría saber hacia donde tengo que navegar. Todavía puedo ver los restos del barco del año pasado. Aún afloran esos sentimientos en mí. Aún creo que este será el año en que las cosas cambiarán... ¿pero a qué precio?