Aullidos del fin del mundo

domingo, 1 de abril de 2018

Hay que aprender a separarse en esta vida

Una etapa nueva requiere haber roto con una antigua. Romper no es algo bonito. A la gente no le gusta romper cosas. Es un trámite complicado, donde nos volvemos vulnerables y nos afecta en un estado al que no queremos recurrir. 

Sin embargo, romper nos aporta algo único y esencial que, si no rompiésemos de vez en cuando algo, terminaríamos volviéndonos locos. Por ejemplo, cuando estamos enfadados, nos entra un sofoco en nuestro cuerpo que nos alienta a destrozar cualquier cosa que esté delante de nosotros. Incluso a veces no nos importaría golpear a alguien. Es como si el hecho de despedazarlo todo en pequeños fragmentos nos calmase.

Una vez lo quise probar, porque tan grande era mi enfado con el mundo que necesitaba desintegrar algo con mis propias manos. Me fui a un valle cerca de mi casa, donde solían apilar troncos viejos que luego utilizaban para quemar. Simplemente llegué y empecé a patearlo todo. A tirar piedras, a gritar, a saltar encima hasta que se rompiesen del todo. Quería ver el mundo arder. 
Cuando agoté mis fuerzas terminé cayendo rendido en uno de esos tocones. Había desatado tal cantidad de energía que me pregunté si había valido la pena. Una parte de mí lo agradecía. En el fondo no resolvía ningún problema, pero mi cabeza podía respirar más tranquila. No había hecho daño a nadie y toda esa ira había podido correr libre unos minutos. Pero la otra parte me decía que los problemas se solucionan enfrentándolos, no con una pataleta de niño. Realmente ambas partes tenían razón. Así que las separé. Dejé que la parte más madura tomase las riendas y me alejase de ahí, intentando esbozar un plan mejor que el de exterminar el bosque. A la otra parte también le cedí los mando, pero solo cuando empezaba a recurrir a esa remolino de oscuridad. Le dejaba gritar lo que quisiera hasta que las lágrimas se secaban. Entonces volvía a levantar la cabeza y a pensar con claridad.

Desde entonces solo se vuelven a ver cuando hay que cerrar un capítulo del libro de mi vida. Algo realmente importante y que nunca estás preparado para el momento exacto. Cuando te encuentras allí, justo delante del día en que sabes que nos vas a volver a ser la misma persona, que algo ha cambiado, que has tenido que sacrificar un trozo de ti, entonces les dejo vía libre. Les dejo que se abracen, que discutan, que pasen tiempo juntas para que se echen de menos, porque volverán a estar solas en su habitación, y cuando estén pensando una parte en la otra será cuando se hagan más fuertes, cuando tengan que planear su siguiente movimiento. Es entonces cuando de todos esos pedazos, de toda esa ruptura nacerá algo tan necesario como lo es un nuevo ciclo.

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