Aullidos del fin del mundo

domingo, 14 de enero de 2018

No puedo castigarle

Salí sin prisas. Necesitaba que el viento me acariciase la cara. Era tarde y hacía frío, pero me a mí no me molestaba. Quería hablar sobre lo que había pasado hacía escasos minutos, pero me di cuenta de que no tenía con quien hacerlo. Como nadie me esperaba en casa decidí andar por la ciudad. Saludé a todas las calles principales y me senté a charlar un rato con aquellos pasillos oscuros que la gente temía, pero que en realidad no eran más que los antiguos recovecos que se perdieron cuando el centro se trasladó a otro lugar.  
Llegué hasta la orilla del puerto. Ya había anochecido y apenas se podía vislumbrar el agua que ondeaba bajo mis pies. Me recogí la bufanda y escondí la mitad de mi rostro bajo un abrigo negro que llevaba conmigo desde hacía más de diez años. Si las prendas pudiesen hablar me encantaría escuchar que es lo que tendría que decir ese pedazo de tela. 
Fue solo un pensamiento veloz, de los que te gustaría rescatar, pero tienen tanta prisa que tan solo te dejan con las ganas de más. Allí pensé en escapar, en reconstruir toda una vida que solo estaba erigida por patas de madera. De reinventarme, de darme una oportunidad. Pensé en que podía hablar conmigo, antes que no hacerlo con nadie. Quizás tenía algo que decir, algo importante posiblemente. Ya me había escuchado antes, pero nunca me había tomado en serio. Pensé en el ángel y el demonio que salen en tantas películas hablándome sobre el hombro. ¿Y si me había pasado todo el tiempo escuchando al demonio, que con toda su maldad, había raptado al pobre querubín que estaba luchando ahora por comunicarse conmigo? 
La poca luz que me iluminaba estaba en las farolas. Esa noche la luna se había escondido y había dejado desamparado a todo el universo. Sin guía todo parecía más tenebroso, pero no había nada que temer porque me sabía el camino de vuelta a casa a la perfección. Todos sabemos volver al punto de origen. A veces nos sabe mal, nos agobiamos con la idea de que el camino que hemos escogido debe de ser el definitivo y lo intentamos recorrer aunque las piedras nos caigan del cielo. A mí siempre me ha gustado volver a casa todas las noches. Me hace sentir en conexión con el niño que está en mí. Ese que sueña y que cada día cambia de profesión. Yo sé que nunca se va a contentar, siempre querrá más y me preguntará que habría pasado si hubiese escogido otro camino. Mi deber es devolverle a casa, a su habitación, con su familia, con todo el poder que tiene en su pequeño cuerpo. Le contestaré cuando crezca, cuando escoja todos los caminos a la vez. Sé que se dará cuenta de que el mejor es el que ya conocemos, aunque despierto parezca que si no hay fuegos artificiales nunca va a ser perfecto. 

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