Aullidos del fin del mundo

lunes, 8 de enero de 2018

No puede derrotar a los valientes

Os voy a contar como se siente alguien cuando vive con depresión.

Llega un día en tu vida donde fallas, no tiene porque ser algo muy relevante, un pequeño desliz, algo que podrías haber sorteado mejor. Llegas algo triste, con la cabeza llena de humo y decides que dormir es la mejor receta para que se te pase el mal rato.
Pasan días y semanas. Ese fallo sigue doliendo, pero ahora se te junta con la manía que tienes de no gustarte una parte de ti. Te ves demasiado alicaído, has cogido unos quilos de más, llevas un corte de pelo que no te favorece. Ese día cuando te miras en un espejo prefieres desviar la mirada. Hay un pequeño sentimiento de repulsión hacia ti, hacia tu cuerpo, hacia la persona con la que convives siempre. Lo dejas pasar, pues al final del día todos tenemos complejos.
Después de un tiempo descubres que a uno de tus amigos del colegio le va fenomenal. Tiene una vida llena de sorpresas y viajes. Él sí ha sabido despegar, y mira que embarcasteis juntos. Deseas ser como él. Una parte de ti se siente frustrada. No has logrado lo que se te ha pedido. 
Mientras vas a coger el tren hay una pareja besándose. Piensas que ellos lo tienen todo, que no necesitan mostrar esa felicidad a los demás. Te la están restregando. Es asqueroso. Ojalá supieran lo que es encontrarse mal. 
Te encuentras atascado. Te gustaría estar en otro lugar, en otro momento, conocer a alguien nuevo. Que te cuidasen, que algo o alguien despertase tu interés. Pero poco a poco te has ido apagando y te has encerrado tras esa máscara social. Prefieres no contarle nada a nadie porque no lo van a entender. Te dirán que todos nos encontramos mal en algún momento y que te estás haciendo la víctima. Decides aislarte y alejarte. Si no estás con nadie no puedes hacerles daño, pero eso te duele a ti. Puedes aguantarlo. Crees. 
Desde ese instante todo se vuelve más profundo. El tiempo pesa. Empiezas a ignorar a la gente. Una apatía general se ha transferido a tu sangre. Aquello con lo que llenabas el tiempo empieza a cansarte. Te da igual. No es suficiente. Nunca es suficiente. Solo luchas por matar el tiempo, por respirar más despacio. Tienes tantas ganas de dormir, de descansar aunque te hayas pasado el día tirado en la cama. Cuando duermes te preocupas menos, piensas menos. Tu cabeza ahí no te controla. O eso crees. Llegan las pesadillas. No hay un instante en que tu cuerpo no te avise de que algo no funciona correctamente. No sabes qué hacer, hacia donde huir. Tú estabas bien hace tiempo. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
¿Por qué seguir haciendo cosas si nada te hace feliz? Tu motivación se ha desvanecido. 
De repente te das cuenta de que estás viviendo una copia del día anterior. Eso te hace sentir peor y te ves atrapado en un círculo vicioso. Sientes que nunca nunca nunca vas a poder ser feliz. Te destruyes poco a poco, te niegas oportunidades. Sigues alejándote y destruyendo relaciones. Sigues avergonzándote de lo que has hecho, de quien eres, de lo que no has hecho. 
Entonces llega ese impulso que nace bajo tu corteza. Te dices que debes cambiar, que hay que agarrarse a la corriente positiva, pero a penas dura un instante. No te emocionas por nada. La gente que te rodea parecen desconocidos. Prefieres irte a casa a gritar que pasar una tarde con ellos. Vives con miedo, te has vuelto tu propio enemigo. Vuelves a fracasar, como aquel primer fallo. Caes tan hondo que ya no te planteas salir de tu madriguera. Luchas solo con tus propios puños. Nadie te hará preguntas, nadie te podrá señalar. Fallarás, pero la culpa será únicamente tuya. 

Es todo gris, es aburrido. Te consumes en una celda a la que le faltan los barrotes. Cualquier lugar sería mejor. ¿Por qué? No lo sabes. Los demonios te lo dicen. No paran de joderte. Quieres cambiarlo todo, reciclarlo. Te han machacado tanto tus propios sueños que si no los sientes cerca te llenas de cenizas. Lo ves todo tan lejos, tan difuso. Es como un dibujo de acuarelas en el que un niño lo ha desparramado todo con las manos. 

¿Será siempre así hasta que puedes tapar ese agujero? La cabeza es un cuadrilátero constante. No entiendes como de algo tan insignificante se ha podido llegar a hacer esa gran bola de nieve. Te sientes irreparable. Ni aunque cosieran las partes que has perdido podrías volver a sonreír igual que antes. Tu corazón se ha llenado de oscuridad y no puedes parar de toser. Es como una enfermedad que te ha ido corroyendo sin que te dieses cuenta. Eres tan prescindible que no puedes parar de darle vueltas a la idea de detener el dolor. De todas formas, es lo único que te aliviará y nadie se dará cuenta. Después de haberlo hecho todo tan mal, que más da escoger el camino fácil, una decisión egoísta. 

Me tengo que ir. Me voy. Tengo que ir a desgarrarme, a romperme, a clavarme el pasado en el pecho. A cantarme todo aquello que no estuvo bien. 
Es cuando piensas en suicidarte o en salvarte. Es una de las dos. No es nada sencillo. 

Vuelve a ser de noche y estás solo, una vez más. Ya no sabes si voluntariamente o es que por fin has rechazado a todos. Eres tú esgrimiendo tus dudas al vacío. No entiendes qué está pasando. Realmente ya te da igual. Solo quieres que termine de una vez. Es tan duro; quema demasiado. Si pudieras levantarte de tu pesar, si te concedieses una oportunidad podrías llegar a ser libre. Cuesta tanto.
No quieres vivir eternamente haciendo algo que detestas, llorando porque estás desperdiciando la vida. Tus emociones son tan intensas que es imposible que alguien de este mundo las entienda.

Si pudieses apagar el ruido blanco de tu cabeza... si tan solo hubiese algo por lo que levantarse. Te rindes. Te das por vencido. No puedes resistir más. Quieres morir, aunque sabes que es la decisión menos certera. 

Entonces abres los ojos. Te encuentras con la realidad. Con esa pared blanca que te saluda todas las mañanas. Vuelves a esconderte bajo las sábanas. Te sientes más seguro cuando el mundo no puede llegar a tocarte. Has construido una muralla tan alta durante todo tu descenso que no recuerdas lo que hay al otro lado. ¿Cuál es tu verdadera casa, la de aquí o la de más allá? 
Suena el despertador. No puedes huir. Estás atrapado.

Lo estarás, al menos, hasta que te levantes y grites que ya has tenido suficiente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario