Aullidos del fin del mundo

martes, 12 de diciembre de 2017

Yo sigo jugando solo

Quedamos ella y yo, en un rincón. Todos los demás ya están en clase. La sirena hace rato que ha sonado pero no me apetece subir ningún peldaño. El patio está vacío, pero no me despego de la sombra del árbol. Mi imaginación corre en una pista interminable. Nadie me ata, no hay fantasmas que me digan lo que tengo que hacer. Aunque pase el tiempo estoy a gusto en este lugar. No me aterra, no me dan ganas de salir huyendo. No quiero subir esas escaleras y ser uno más en ese pelotón militar.

Aunque me toque jugar solo, aprendemos más. El sueño y el miedo se abrazan contando los minutos que les quedan hasta que les quiten la pelota. Ya nadie prefiere esto. Todos crecen y se olvidan de la vulnerabilidad.

Yo necesito una razón, un motivo que no me apague como a las cenizas. Yo sigo jugando solo incluso cuando la nieve cubre todo el patio. El verano que me derrite está en sus palabras, en las marionetas que me hablan. Quizás tienen razón y ya no queda tiempo para divertirse. Quizás deberían castigarme eternamente. Ponerme de cara a la pared y enfrentarme a todo aquello que ahora solo queda a mi espalda. 

El dolor no se detiene. Ya no hay amor. Ya no queda.

Echo de menos la inocencia de cuando te introducías en un grupo porque teníais en común una simple sonrisa, un deseo de compartir un rato feliz. Ahora los columpios se mecen con el viento y los castillos de arena se pagan con impuestos. 

Hoy ella me sigue susurrando que nunca deje de volver a cuando creía. 

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