Aullidos del fin del mundo

domingo, 24 de marzo de 2019

Ausencia de héroes

El traqueteo del destartalado carro despertó al niño de su sueño. Al quitarse las legañas pudo comprobar que seguía todavía de viaje, pero que al menos el paisaje había cambiado. En la oscuridad del trayecto a penas había podido vislumbrar nada, pero ahora estaban llegando a una de las ciudades más pobladas y vivas del reino, lo que significaba un montón de luces allí donde clavase la mirada. Había de todos los colores. Casi parecía que estuviesen celebrando algo, pero el niño sabía muy bien que en esos días aciagos de guerra la única celebración que había se hacía dentro de las casas al tener la suerte de probar un plato de comida antes de dormir. 

El ruido de las ruedas crujió al pisar piedra en vez de la gravilla a la que estaban acostumbrados. El ruido se multiplicó y con él también lo hizo la gente. Había decenas de personas allá donde mirase y todas ellas parecían ir en una sola dirección. Se asomó por la pequeña ventana que tenía a su vera y pudo contemplar como el camino por el que conducían desembocaba en un castillo al que no podía desentrañar donde terminaba la construcción más alta. 
Sin embargo su vehículo se detuvo mucho antes de llegar al final de ese recorrido. Pagó las diez monedas que tenía en el bolsillo y de un brinco se adentró en la gran ciudad. 

Había pasado la medianoche y era peligroso que un niño de su edad correteara solo por esas calles, pero el muchacho estaba acostumbrado. Además, sabía perfectamente donde tenía que ir. 
El tañido de unas pequeñas campanas le recibió al entrar en una taberna repleta de música y gente pasándoselo bien. Se coló entre las dos barrigas de un par de hombres un tanto achispados gracias al alcohol y se dispuso a buscar las escalares que le llevarían a la segunda planta, el lugar donde le esperaban. 

Cuando las detectó empezó a subir los escalones de dos en dos, pero el sonido de una lira le dejó absorto. Al girarse vio como un enanísimo individuo había trepado a un taburete para hacerse oír. Con aquel instrumento que le provocaba al niño una calidez en el pecho, aquel hombre empezó a recitar la leyenda de los héroes:

"Tiempo atrás, antes incluso de que los dragones surcasen los cielos, ya se había desatado la guerra que a día de hoy nos ejecuta. La esperanza, de la misma forma, estaba perdida. No había nada que hacer más allá de esperar lo inevitable. 

Una de las batallas más violentas había arrasado los límites de la capital. Solo quedaban los lamentos de los heridos y la pena de los muertos. Justo en ese lugar trotaba una joven mujer encapuchada que parecía estar siguiendo el rastro de las refriegas. Solo se paró un instante ante aquel paisaje dantesco para negar con la cabeza y seguir su camino. A cada paso que su caballo daba, la tierra se volvía de un color más vivo, como si la vida se abriese paso a través de ella. 

Al mismo tiempo que la misteriosa mujer iniciaba el galope, un chico de su misma edad clavaba su bastón en aquel cementerio. Se deshizo de su abrigo y se lo entregó a un caballero al que le habían cercenado la pierna derecha. Ya en las últimas, a penas pudo agradecerle aquel gesto a ese joven con barba incipiente y un extraño palo de madera ribeteado con un velo semitransparente que parecía ser importante para él. 
No tardó mucho en hacer efecto, pues en el punto donde había dejado de sentir su pierna, ahora incluso imaginaba que podía moverla de nuevo. Seguramente se debía a su pésimo estado; estaba convencido de que le había llegado el turno de morir. 
Sus ojos se aferraron a la débil luz del fuego que aún les acompañaba, o mejor dicho, que le acompañaba, pues aquel chico se había esfumado, y con él, el dolor que sentía. 

No demasiado lejos de ahí se encontraba el tercero de nuestros héroes, un muchacho de pálida tez y vestimentas oscuras. Parecía no ser consciente de lo que acababa de hacer. Sus ojos buscaban una solución, pero la única respuesta que estos le daban es que de alguna forma había alzado a todos los muertos, y con ellos la esperanza de un nuevo amanecer"


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