Aullidos del fin del mundo

miércoles, 20 de marzo de 2019

Ausencia de fortunas y princesas

Me toca volver allí. A una habitación con vistas a una gran ciudad, o a lo que queda de ella. Te veo en la oscuridad, paseando entre las ruinas, perdiendo tu mirada en todos esos desconocidos que para ti significan algo más. Seguro que si estuvieses aquí me dirías que si busco bien entre todos los escombros podría desenterrar algo valioso, aunque no se aprecie a simple vista. Siempre tenías una sonrisa para cualquier persona que la necesitase. Siempre veías lo bueno en los demás. 
No me vendría nada mal ahora una de esas. 

El viaje de volver, de redescubrir lo ya pasado es una travesía que debería guardar cierto dulzor, pero cuando me encuentro todo este polvo en la palma de mi mano me doy cuenta de que no hay nada que pueda descubrir ya. Todo el reino se ha sumido en la más absoluta oscuridad. Ni siquiera el sol se atreve a asomarse en esta época primaveral. 

Cada paso que doy a tus aposentos es una espina más clavada en mi pecho. Sé con toda la certeza del mundo de que no te voy a encontrar allí. Válgame Dios, no te voy a encontrar en ningún lugar porque ya no estás, pero tu sombra me persigue a todas partes. Creo que si vuelvo al punto de partida podré despedirme de tu fantasma. De hecho, creo que podré despedirme de todos los fantasmas. Aquí ya no queda nadie a quien desearle los buenos días. 

Tu cama guarda un poco de ti. Mentiría si dijese que aún puedo olerte entre toda esta peste que emanan las ratas que han venido a saludarme, pero hay un poco de tu esencia. Ese color carmesí de las sábanas gritan tu nombre. Yo también lo gritaría ahora mismo si tuviese la suficiente fuerza como para hacerlo. No me queda ni un hilo de voz. 

Es curioso pensar que tus padres creían que aquí arriba serías feliz y crecerías sana. Todo lo contrario. Aquí solo sobrevivías a otro día de traumas, e incluso y así eras capaz de brindarme una sonrisa desde la ventana cada vez que venía a verte. Yo solo quería escalar como en todos esos cuentos de príncipes y princesas, pero no todos estamos hechos de la misma pasta. No podía ser quien te complaciera. No al menos a los ojos de los demás. 
Todos me miraban. Lo hacían todo el tiempo. En mi interior batallaba una guerra de cabeza y corazón. Hasta que se desató la verdadera guerra. 

Creo que necesito lavar mi memoria. Borrar imágenes que aunque no pueda hacerlas desaparecer se difuminen hasta un punto en el que pueda descansar tranquilo. 
A quien quiero mentir. Aquí fuera no se puede dormir sin tener un ojo abierto. Aquí el hambre prima y el amor no es más que una mera fantasía de los antiguos. Tú ya no estás, y yo, el que era antes, esa persona que conocías, que conocía, pertenece a otro mundo. 


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