Aullidos del fin del mundo

lunes, 25 de marzo de 2019

Ausencia de principios

Aquellos que desean paz deben prepararse para la guerra. 

Que frío hace aquí. Nunca había sentido un frío igual, ni siquiera cuando el invierno más crudo asolaba nuestras tierras. Parece que el aire se cuele en tus huesos y llegue a congelarte cada articulación del cuerpo. Por si eso fuera poco además la oscuridad parece interminable. Allá donde mire lo único que puedo advertir son sombras difusas que se mueven entre los diversos tonos de negro. De alguna forma sé que no estoy sola, y eso no es algo que precisamente me alivie. 

Lo último que recuerdo es un grito que todavía me acompaña, pero no puedo distinguir si es mío o de otra persona. Recuerdo que era un día especial, que estábamos celebrando algo. Era un evento importante, pues recuerdo muchos rostros en el salón real. También me acuerdo de que yo no debería de haber estado ahí, pero necesitaba escuchar. Había algo que necesitaba saber, no podía quedarme de brazos cruzados esperando unas órdenes que nunca llegarían. Mi padre se erigía en medio del tumulto aguardando silencio. Su túnica nívea contrastaba con la de los rojos escarlatas de los demás caballeros que se postraban expectantes. Siempre me había parecido un hombre en quien confiar, hasta que le escuché pronunciar que el plan de defensa consistiría en sacrificar a la mitad de los suyos. 

Tengo muchas imágenes borrosas a partir de ahí. No sé muy bien que aconteció después. Entre toda la confusión no fui capaz de moverme de mi escondite. Me había ocultado entre las prendas de un robusto armario. Una lanza había traspasado la madera justo a pocos centímetros de mí, lo que me dejó aún más petrificada. Por suerte pude llegar a utilizar ese agujero para entrever que es lo que estaba sucediendo allí fuera. Se había desatado una masacre. Habían llegado refuerzos enemigos de todas partes. Pude reconocer a algunos hombres que instantes atrás le estaban jurando lealtad a mi padre, que ahora intentaban cortarle la cabeza. Se había abierto una brecha en la gran vidriera que reposaba tras el trono donde se colaban millares de puntos negros que no supe descifrar si eran murciélagos o cuervos monstruosos. Iban en manada, como una gran nube de insectos que juntos daban la impresión de formar un dragón enfurecido. Entre ellos, de alguna forma, apareció él. Sus tatuajes le cubrían la mitad del rostro, y la otra mitad era imposible de adivinar ya que la ocultaba tras una máscara de aspecto siniestro. Pero no necesitaba carta de presentación, todo el mundo sabía que la única persona con tamaño poder no podía ser más que el rey del ocaso. Su presencia solo podía significar una cosa, la guerra tenía un vencedor. 

No sé muy bien que fue lo que me provocó la primera gota de sangre, pero una vez desperté entre las sombras supe que no había vuelta atrás. Perdí de vista a mi padre mientras mi cabeza se nublaba. De alguna forma me había atrevido a salir de mi escondite para ser útil, pero todo lo que pude aportar fue un grito sordo antes de caer en la oscuridad  absoluta que rodeaban sus ojos. 

Realmente no me acostumbro a este frío. No me acostumbro a estar pero a la vez no hacerlo. Es como si la única parte que pudiese controlar de mí fuese mi pensamiento. No me imaginaba que el final tuviese continuación, uno en puntos suspensivos. Todo lo que me queda ahora es contemplar un abismo de desolación. Ser parte del enjambre. Incluso las princesas no somos más que un peón caído para la verdadera intención de la lucha por sobrevivir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario