Aullidos del fin del mundo

martes, 12 de junio de 2012

Los que conducen, son monstruos

Dicen que hay personas frías. Personas que parece que a penas les quede nada de humanas. Personas que se quedan heladas, que parecen no sentir, que miran como si lo petrificasen todo, como si fuesen monstruos insensibles. Decidimos pensar que esas personas no deberían considerarse personas. Que son desinteresadas, egoístas e insolentes. Pensamos que no saben ver más allá de lo que les conviene, que están llenas de amargura y de odio, que jamás tendrán la oportunidad de vivir una vida sin ese gélido temblor en el corazón. Que nos apartan, que sólo nos aportan rencor y animadversión. Solemos creer que están entumecidos, como si una tormenta de nieve los hubiese dejado impávidos. Como si fuesen de piedra.

Nada más lejos de la realidad. Somos piedra. Una piedra hecha de hielo. Ese material tan frágil, que en cualquier momento se puede romper. Y lo tememos. Tenemos miedo de sentir como nos partimos en pedacitos de escarcha. Sentimos pánico ante la idea de que alguien nos suelte en cualquier momento y nos quiebre. Vivimos aterrorizados, blindándonos de la única forma que sabemos defendernos. Siendo piedras. Vivimos a través del cristal. Lo vemos todo con tanta nitidez, que cualquier movimiento, cualquier desliz, puede  mancillar toda esa pureza. 

Nos echamos a un lado. Los dejamos marchar. Y cuando la tormenta cede, nos aproximamos, como pequeñas criaturas de otro mundo. Atravesamos el cristal. Nos bañamos de calor. Y sentimos frío. Porque no conocemos nada más allá del frío. 

Nuestra vida siempre la han conducido monstruos. 

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