Aullidos del fin del mundo

lunes, 21 de mayo de 2012

La noche me amortigua

A veces me reencuentro con el monstruo. Me oprime justo en el pecho. Es un grito aislado. Lucha por huir, se sacude en mi interior. Hay días en los que a penas la sonrisa me mitiga de su ferocidad. Él acaba con todo. Lo despedaza, lo devora, lo destruye y aún sigue con hambre. Un hambre invisible. Un hambre en ruinas.
A veces escucho sus rugidos. A veces me susurra que no tiene otra salida. Que es como yo. Que no tiene otra alternativa más que sobrevivir, más que llevárselo todo por delante. Incluso arrebatando al grito su voz. Que todas las noches se para a oír el ruido. Porque hay más como él. El eco de sus bramidos le excita, le reanima, le hace auparse de su madriguera y echa a correr, dándose cabezazos contra la pared, sin saberlo, sin ni siquiera sospecharlo. Le urge tanto matar al parásito que se ha alojado en sus venas que no tiene tiempo a advertir que sus lamentos no son más que aullidos. No se da cuenta de que él es ahora un animal, un monstruo. Es alguien atrapado en mí.

¿Y yo... hacia dónde huyo?

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