Aullidos del fin del mundo

lunes, 12 de septiembre de 2016

Ya ha hecho mucha calor

Nuestros cuerpos ya se han tostado. Nos hemos quemado por dentro y por fuera. Recorrimos senderos de fuego, nos quemamos los pies, nos volvimos cenizas y ahora queremos volver a renacer. 

Después de apagar el incendio a veces vuelvo a ver lo que quedó de él, como una ofrenda de despedida, una última oración al final de los días sin noches. 
Llegué temprano y lo encontré como siempre, como si un huracán hubiese pasado por encima y solo quedase lo que alguien se olvidó cuando su casa estaba en llamas. 
Pasé la mano por encima y aún pude sentir el calor en las palmas, un calor ínfimo, un calor frío, un calor de otro tiempo. Desde entonces siempre que vuelvo lo hago con lástima. No me gusta recordar esa sensación, así que solo me siento y veo al viento mecer los despojos. Le veo a él, libre de mí, yo libre de él, ambos perdidos, pero ganadores del presente que tenemos. 

Espero que a él al menos le haya valido la pena, pienso con cierto resquemor mientras construyo un montículo de leña, uno nuevo, que empieza a arder con fuerza y se aviva sobre la antigua hoguera. 
Es bonito ver a través de las llamas, ese efecto hipnótico que te aleja de la realidad y te absorbe a otra dimensión.

Ya ha hecho mucha calor, ya he construido una nueva muralla y ya pienso como lo hacen los soldados, con una misión por delante, sin remordimientos, saboteando y encogiendo su corazón si es necesario por un cometido mayor. 

El frío se instala en la pira. Lo veo jugar con las brasas, veo como lo abraza, se acurruca y me susurra que hay puertas que deben abrirse solo cuando el único calor que sientes se asienta en tu interior. 

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