Aullidos del fin del mundo

martes, 1 de septiembre de 2015

Se abren lentas las heridas

Sus ojos estaban mojados. El rojo cubría toda la pupila. Estaba acabado, era consciente de ello. No por ello dejó de caminar con esa mirada perturbadora. No llevaba nada más que sus manos y su ira. Su meta era muy clara, no tenía otra intención que la de llegar y dar un puñetazo contra lo que se situase delante suyo. 

De su cuerpo emanaba una fuerza sobrenatural, era como si nada pudiese detenerle. Saboreaba la derrota como quien se bebe hasta la última gota de agua. Quizás era eso, estaba sediento. Esa furia, esa rabia debía canalizarla de algún modo.

Si hubiese habido un muro de piedra enfrente de él ni siquiera eso lo hubiese detenido. Estaba roto, tanto por dentro como fuera. La sangre salpicaba su cara. Esa sonrisa no era humana. La disfrutaba, estaba sintiendo placer por todo aquel asesinato. Le gustaba matar pequeñas partes de él. La de ese día debía de tratarse de la esperanza. Sus ojos dejaron de mostrar sentimiento alguno y fue entonces cuando cayó al suelo, llorando como cuando era pequeño.

Se mordió los labios y tragó saliva mientras ríos de lágrimas saltaban y se suicidaban. Gritó tan alto y tan fuerte que incluso los animales se asustaron. Su voz fue decayendo y terminó en un eco casi imperceptible. Aquel era un buen momento para llegar al final, para acercarme e intentar disminuir el dolor, ese que le desencajaba el rostro y nadie era capaz de maquillar. 

Era como si nadie ni nada pudiese conquistarle jamás. Esa no era la vida que había elegido. Era como si no hubiese un camino por el que pudiese avanzar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario