Aullidos del fin del mundo

domingo, 16 de noviembre de 2014

La niña se quedó para siempre en la estación

Todos los días pasaba por delante de aquella estación, ahora ya vieja y decrepita, donde tan solo quedaban algunos cristales rotos y aquellas imágenes que le devolvían a su infancia.
El mundo había evolucionado y ya nadie reparaba en aquel lugar. Lo nuevo siempre acababa sustituyendo a los recuerdos. A ella también le ocurrió así.

Ella era pequeña para ver que se marchaba por su bien. Gritó su nombre hasta que se quedó afónica, pero nunca sucedió nada. El tren no dio la vuelta y nadie se bajó para decirle que todo iba a ir bien. Pasó la noche sentada en el banco viendo la gente pasar. Algunos la miraban con pena, otros ni siquiera reparaban en sus ojos, repletos de lágrimas. Se frotó la nariz con las mangas y lanzó la muñeca que le había regalado su padre a las vías. 

Los años pasaron y se hizo mujer. Creció, trabajó duro, luchó por sobrevivir sola, pero todavía odiaba a las muñecas, todavía se seguía sintiendo perdida. La nostalgia se había hecho con su corazón. 

Apoyó su cabeza en el cristal, en el de otro tren, muchos años más adelante. Le sonrió a su reflejo con una mueca alicaída. Fue entonces cuando cayó en que todavía seguía esperando a bajar de aquel tren, pues no era su padre quien había subido y la había abandonado a su suerte, fue ella, siempre fue ella la que temió frenar y encontrarse en medio de la nada. La niña se había quedado estancada en la misma estación y ella hacía mucho tiempo que había dejado de ser tan pequeña.


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