Aullidos del fin del mundo

viernes, 14 de noviembre de 2014

Es un misterio hacia donde la noche nos lleva

De un chasquido prendió las luces de las velas que, casi imperceptiblemente, se fueron apagando por la corriente que entraba de la ventana. Volvió a coger las cerillas y esta vez  dejó que dos pequeños faros iluminasen la estancia. No se podía distinguir mucho más allá de un rostro pueril y ovalado, con una mueca que se balanceaba entre el disgusto y la conformidad. Se quedó inmóvil mirando como las llamas danzaban en la penumbra y estaban decididas a consumir toda la cera. 
Cerró los ojos y se concentró en aquel brillo que formaban las velas cuando las mirabas sin mirar. Le bastó unos segundos para volver a la realidad y soplar tan fuerte que casi derribó el pedazo de pastel que las sostenía. Los deseos sí que son fáciles de pedir, pensó. 
Se desabrochó la camisa y la tiró al suelo. Después fue a por los pantalones, que acabaron presos de la silla. Sin agacharse, con un leve empujón, hizo volar por los aires las zapatillas. Cuando se quiso dar cuenta de que dejar abierta la ventana por la noche en pleno invierno no era una buena idea, ya se le había erizado la piel. Se enfundó en su pijama y fue a cerrar la ventana cuando se dio cuenta de algo. Fuera no había nadie y la luna a penas iluminaba, el viento azotaba a los árboles y el silencio era incluso atronador. No sabría decir muy bien que fue, pero algo en toda aquella amalgama oscura le hizo pensar en la enormidad. De repente se sintió muy pequeño al lado del mundo, el día de su cumpleaños, solo y asustado. Se topó con todo aquel cielo negro y eterno. Bajó la persiana y se escondió bajo las sábanas de la cama. Allí no habría monstruos, era el único lugar a donde no podían llegar, nunca dejaría que le alcanzaran. 
No sé cuanto tiempo llegó a pasar hasta que decidió asomar la cabeza de nuevo. Algo había cambiado, la oscuridad era más tenue, menos temerosa, alguien estaba luchando contra ella. 
Notó el frío del suelo que descargó en todo su cuerpo. De cuclillas, se dirigió hacia donde provenía esa disconformidad en el pasillo. Mientras se aproximaba pensaba que podría ser, las luces de la casa estaban apagadas y no se acordaba de haber dejado ningún rincón encendido. No se lo pensó demasiado a la hora de girar y descubrir que había provocado ese tenue halo de luz. Delante suyo estaba el trozo de pastel que había soplado, con las velas encendidas, derritiéndose poco a poco. Justo al lado había una pequeña nota. Se tuvo que acercar para poder leerla:

"Si crees en los monstruos, también tienes que creer en los héroes"

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