Aullidos del fin del mundo

viernes, 12 de julio de 2019

La historia del hombre que huyó de la realidad

Se marchó antes de tiempo. Ni siquiera se despidió de los suyos; más bien no quiso hacerlo. Había una necesidad dentro de él de marcharse, de huir de ese lugar que le había visto crecer y que a la vez también le había visto marchitarse. Era una urgencia apremiante, un sentimiento de inminencia, como si alguna cosa horrible fuese a pasar si se quedaba mucho más tiempo ahí. 
No pudo evitar echarse a reír mientras pensaba aquello. ¿Algo peor? Tampoco se le ocurrían muchas cosas peores de lo que ya estaba viviendo. Su mente, que una vez fue esclarecedora, ahora se movía entre las penumbras. Era como si cada vez que intentaba avanzar se chocara contra una pared invisible, como si un gran muro se alzase en su cabeza y le impidiese pensar con claridad. Su realidad se había deformado hasta el punto de que cualquier grano de esperanza se convertía en una fallida posibilidad más de escapar. 
Lo dudó durante meses. No las tenía todas consigo, pero tampoco veía ninguna otra solución. Si se alejaba del mundo que le estaba devorando, quizás podría llegar lo suficientemente lejos como para que toda aquella epidemia de tristeza no le alcanzase. Ese era su plan, uno no muy bueno y bastante poco preparado, pero ese era su plan. 

Cuando llegó a la ciudad respiró bien fuerte, haciendo ver como si de alguna forma ese aire fuese más limpio. Soltó las maletas, como si su peso se hubiese incrementado por todo aquel otro que llevaba cargando en su espalda durante tanto tiempo. Decidió dirigirse a la costa. Quería sentir el mar, quería que las olas le lamiesen el cuerpo, que le purificasen, que le hicieran renacer. Cuando al fin llegó se dejó caer en la arena mientras los rayos del sol le traspasaban las palmas de la mano. Intentó ver a través de ellas, pero sus ojos no aguantaron mucho. Había cosas que simplemente no podían suceder. 
Cuando un niño jugando en la orilla le salpicó sin querer, se percató de que llevaba varias horas tumbado en la misma posición. El tiempo parecía pasar de manera diferente, era como estar en otro planeta. Se desentumeció y se preparó para adentrarse en el agua. Cuando tuvo el primer contacto, una pequeña ráfaga de frío le recorrió todo el cuerpo. Llevaba tiempo queriendo sumergirse hasta lo más profundo, nadar hasta el fondo del mar y no volver a la superficie. Era un sueño recurrente, uno al que le otorgaba el significado de que no estaba feliz con lo que tenía, que si exploraba dentro de él lo único que encontraría sería esa oscuridad que volvía como un boomerang. Esa opacidad empezó a cobrar fuerza en su cabeza. Le decía que no debía volver, que cerrase los ojos para siempre. Le empujaba hacia el lado contrario, hacia un destino sin retorno. 
Se quedó flotando, como si fuese un barco a la deriva. No le importaba alejarse cada vez más de la playa. Lo único que sentía en ese instante era paz, una que llevaba buscando muchísimo tiempo, una que le envolvió hasta que se hizo de noche. 
Despertó en un pequeño velero, tratando de averiguar que le había sucedido. Una parte de él creía que se había transportado a otra dimensión, que quizás había muerto y seguramente eso no fuese una mala noticia del todo, pero un robusto marinero le medio sonrió al comprobar que había recuperado la consciencia. Le llenó un plato lleno de sopa y le obligó a dormir con la llave echada en su camarote. 
Bien entrada la mañana fue a buscarle y le entregó algo de ropa limpia. Sus piezas le iban algo grande, pero no se lo reprochó. 
- ¿Y bien, por qué cerraste los ojos? 
- ¿Perdón?
- La marea te trajo hasta aquí, pero no fue un descuido. Tuviste suerte.
- Si eso crees...
- Tuviste suerte de que te encontrara, de que te obligara a ver de nuevo la luz del sol.
- ¿Sabes? Se estaba bien en ese estado. El único sonido era el del mar. No había estrés, nadie me decía lo que debía hacer, no había gritos en mi cabeza. Había paz y tranquilidad. 
- Y si hubieses continuado así al final no habría nada. ¿Quieres que no haya nada?
- A veces lo deseo. 
- A veces la gente desea cosas que jamás podrá tener, pero eso no les hace desearlas menos. Está bien soñar, nos da fuerzas.
- No me siento con demasiada fuerza últimamente. Lo único que deseo es silencio, que mi cabeza se vacíe, que pueda ser yo y no mis demonios quien decidan mi siguiente movimiento. Al fondo del mar no pueden llegar.
- Cierto. No creo que lleguen, pero ni ellos ni nadie. Si te mueres nadie te va a poder ayudar nunca más.
- ¿Y qué tiene eso de malo? 
- Significa que todo aquello bueno que alguna vez te ha pasado no te va a volver a suceder jamás. Que esos momentos de felicidad, esos que todos hemos tenido alguna vez no se van a volver a repetir. Que todas aquellas personas a las que les duele ver como vas cayendo en una espiral sin retorno pero siguen ahí se van a romper y puede que las arrastres a esa espiral tuya. No creo que quieras eso.
- No quiero que nadie salga herido. Es por eso que si me quito del medio de la ecuación todo el mundo podrá dejar de preocuparse. Yo podré dejar de preocuparme por no ser suficiente.
- Eres suficiente.
- No es verdad.
- Sí lo es. Eres suficientemente valiente como para arriesgarte a huir. ¿Por qué no intentas ser suficientemente valiente para arriesgarte a volver? 
- Nadie que huya debería ser considerado valiente.
- Hay muchas personas que no son capaces de romper con aquello que odian y que les hace infeliz. Huir no es solo cosa de cobardes. A veces es la mejor opción, a veces necesitamos huir para verlo todo con mayor perspectiva y darnos cuenta del error.
- No hay un solo error.
- Y eso es lo bonito. No hay uno solo, hay miles y no es nuestro trabajo arreglarlos todos. Hay errores que son la solución de otros errores. Puede que tú seas quien salve a otra persona, como yo lo he hecho contigo.
- ¿A qué te refieres?
- Yo también huí. Huyo constantemente. La vida en el mar es tranquila y poco más que una tormenta es lo que te va a molestar, pero te das cuenta de que echas de menos todo aquello que conocías. Te preguntas que estarán haciendo, como será el mundo que dejaste atrás. Esta es la realidad que creé para evadirme, pero no es la realidad que me va a proteger del dolor. A veces que duela no es malo. A veces significa que estás vivo, que sientes, que puedes cambiar las cosas, que puedes hacer que ese dolor desaparezca, igual que haces tú - le ofreció la mano-. Salgamos de aquí, hay mucho trabajo que debemos hacer, hay muchos errores que cometer. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario