Aullidos del fin del mundo

miércoles, 17 de julio de 2019

Dónde está lo que queda de mí

Te escucho hablar de un futuro mejor, de todo lo que vamos a hacer mañana, de lo muy felices que seremos al tener tanto, al haber obtenido tanto. ¿Crees que es gratis, crees que puedes llegar ahí solo soñando? Llegas tarde y encima eres un vago. LE- VAN-TA-TE. 

Crees conocerme, pero no puedo levantarme si aún sigo levantando murallas, si aún sigo interponiendo escudos contra la guerra que una vez sufrí. Es como estar perdiendo una batalla múltiples veces. Es como correr con una cadena atada al tobillo. Sabes que quieres hablar con tantas personas, que quieres hacer tantos planes, que debes sonreír y asentir por todo, pero no sanas, no te pones bien, esta enfermedad te maldice como los demonios por los que corres. 
Es como vivir en un torbellino de preguntas sin respuesta. Tu cabeza intenta aclararse, iluminar un poco el camino. Cuando crees haberte liberado, haber alzado las alas, caes irremediablemente. Las horas se vuelven difusas y los pensamientos empiezan a agrietarse. Ni siquiera sabes en qué día vives, pero lo intentas de la forma más precaria. Todas esas posibilidades que se te presentan se vuelven inalcanzables, se vuelven puertas y barrotes. Las cadenas que te retenían se vuelven más duras y aprietan todavía con más fuerza. Ves la salida, ves perfectamente delineada la ventana por la que saltar y acabar con todo, pero por más que tu cuerpo intenta desprenderse de los grilletes, tu alma está enterrada bajo metros y metros de presión. Te das cuenta de que su felicidad te da asco. Que solo estás porque no te queda otra, pero que si pudieses librarte de la carne que te oprime, del cascarón que te retiene escaparías sin pensártelo. 
Entonces te das cuenta de que te has convertido en un muñeco de paja. Que ya no sientes dolor, que ya no sientes nada. La nada más total. Ni siquiera sabes lo que quieres, si es que quieres algo, si es que quieres volver a sentir. Quizás no sentir nada sea la opción más plausible. Quizás todo lo perdido no haya que lamentarlo. Quizás debamos desaparecer para que otros puedan aparecer. Quizás esta es la vida real. 

Si no fuese por ese pequeño grito que me atormenta, por esa voz del pasado, por esa condenada voz que no me deja rendirme ni aunque sea lo que más deseo. Si yo mismo, siendo mi oscuridad, también me he transformado en mi propio demonio, que sentido tiene huir, luchar o enfrentarme. ¿Qué me hará cambiar, quién puede hacerme callar? 

¿Cómo me voy a salvar?

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