Aullidos del fin del mundo

lunes, 1 de abril de 2019

Ausente presente

Le llamó la atención su color rojo, brillante y sabroso. Esas fresas que acababa de recoger serían un buen postre para la cena. Además, tía Marla siempre le decía que encima de estar riquísimas ayudaban a fortalecer los huesos y a curar los problemas de vista. Le encantaba saber que la propia naturaleza, si te parabas a conocerla, te daba todas las herramientas necesarias para sobrevivir. 

Naylah se había adentrado en lo más profundo del bosque. Ya estaba atardeciendo, pero a ella nunca le habían asustado todos aquellos ruidos extravagantes que podían oírse en la lejanía. Compartía un vínculo muy especial con la tierra que a veces dudaba que los demás lo viesen como algo normal. Le gustaba perderse hasta el final del río, donde se encontraba un pequeño lago bañado en nenúfares. Siempre le venían a recibir todo tipo de animales, incluso los más huraños se acercaban a verla entre las sombras. Se pasaba horas en aquel claro pensando en si algún día su vida cambiaría, aunque allí fuese muy feliz. Se imaginaba recorriendo todo el mundo a lomo de un dragón mastodóntico que la llevase volando a donde quisiera, desde los picos más altos hasta las cuevas submarinas que algunos cuentos populares decían que existían. Su mente fantaseaba con conocer a distintas especies de animales, de bestias y de criaturas mitológicas. Tenía la intuición de que en algún rincón del vasto mundo se escondían todas ellas, asustadas por la guerra, y que habían decidido darle la espalda al mundo hasta que volviese todo a su cauce. 
Suspiró con desdén. No las tenía todas consigo al pensar que algún día toda esa masacre pararía, pero al menos tenía la suerte de estar alejada de todo eso. Vivir en una isla hacía que las únicas noticias llegasen cada mucho tiempo y que los reinos no estuviesen interesados en un pedazo de tierra tan pequeña. Su tía siempre le sermoneaba con la misma historia: "cuando crezcas te darás cuenta de que no vale la pena irse del lugar más seguro por una simple aventura". A lo que ella no podía evitar contestar en su mente que a parte de ser el lugar más seguro también era el más aburrido. 
Naylah siempre le respondía que ella no quería una aventura, sino algo más, quería vivir su propia vida y explorar. No había conocido nada más en sus diecisiete años. Aunque eso no era del todo cierto, sabía que había estado en otro lugar, pero obviamente no podía recordarlo, pues había sido cuando ella aún era muy pequeña. 
Estaba al corriente de que la habían dado en adopción. Nunca se lo habían escondido, pero cuando fue siendo más consciente de lo que eso significaba, más dudas tenía sobre los motivos del porqué sus padres no la querían a su lado. ¿Sería algo tan sencillo como que realmente no la esperaban y no podían hacerse cargo de ella? ¿Quizás habían muerto y algún desconocido quiso apiadarse de una pobre niña? Lo único que sabía con certeza es que una mujer había tocado la puerta una noche de primavera en casa de tía Marla y le había suplicado que cuidase de ella, envuelta en un suave pañuelo decorado con flores que aún guardaba en su habitación. Ya está, esa era toda la información que poseía. No parecía mucha y mucho menos le ayudaba a hacerse a una idea de los motivos. 
Nunca les odió como tal. No pensaba en ellos con maldad, más bien con una cierta nostalgia que no sabía muy bien de donde provenía. Había crecido sano y salva y estaba rodeada de una familia maravillosa que habían actuado como auténticos padres y hermanos para ella. No podía quejarse, pero sin embargo cada vez que llegaba a esa parte del bosque y se dejaba relajar metiendo sus piernas en el agua cristalina de aquel lago, le asaltaba siempre la misma imagen, la de un bosque mucho más tosco y oscuro, pero a la vez acogedor, que cuando sus ojos se deleitaban con aquel espectáculo de la naturaleza, un chispa de fuego saltaba de una rama a otra y de repente todo el verde que la rodeaba se tornaba en un rojo sangre. Era una pesadilla recurrente. Esa imagen estaba grabada en alguna parte de su cerebro y solo cuando se adentraba en el corazón del bosque podía volver a revivirla vívidamente.

Un sonido distinto al que estaba acostumbrada le sorprendió por la espalda, pero no tardó ni medio segundo en volver a relajarse cuando pudo reconocer que esas nada cuidadosas pisadas no podían ser de otra persona que no fuese Vian.

Un chico moreno que parecía más mayor de lo que en realidad era se secó el sudor de su frente al poder comprobar que al fin había llegado.
- Sabía que estarías aquí, soy un lince de la deducción. 
Naylah  se dejó caer con su cuerpo hacía atrás y se quedó mirando las copas de los árboles y la poca luz que pasaba entre ellas. 
- Más bien parecías un oso con esas pisadas que se oían a kilómetros. Aún no sé como tía Marla te asignó el trabajo de cazador si así seguro que ahuyentas a todos los animales. 
Los dos disfrutaron de una buena carcajada al unísono. 
- ¿Qué haces por aquí hermanita, ya te has escaqueado del trabajo?
La joven le señaló la cesta que tenía guardada junto al zurrón que descansaba bajo la sombra de un gran fresno. 
- Ya he recogido lo que necesitaba. Tengo suficiente para poder curarte si algún día caes enfermo, e incluso he encontrado un par de moras para celebrarlo si eso sucede. 
- ¿Te refieres a que me recupere de mi hipotética enfermedad o a que caiga en ella?
-  Pensaba que eras un lince de la deducción. 
- Tan aguda como siempre.
Vian fue a sentarse a su lado, pero de repente cayó en el motivo del porqué había ido hasta allí.
- Oye, ahora que me acuerdo me han mandado a buscarte, que se hace tarde.
- Yo pensaba que habías venido a disfrutar de las vistas - le guiñó un ojo, picarona-, pero ya veo que tus prioridades están claras.
Vian le hizo una señal para que se levantase. 
- Va, no te hagas derogar o te quedarás sin cena. Además, que el bosque de noche puede ser peligroso y no tengo muchas ganas de tener que volver a casa a oscuras. 
- Y yo que pensaba que de los dos tú eras el valiente.
- Una cosa es ser valiente y otra muy distinta es ser tonto.
- De todas formas, en esta isla lo más peligroso que te puedes encontrar es ver que no tiene salida.
- O la cara de tía Marla al ver que la has desobedecido... otra vez.
- Uh, no puedo discutirte esa afirmación. 

Nada más salir del bosque vieron como alguien acaba de encender la luz de una antorcha cerca de una humilde casa de piedra. Se trataba de su familia, pues cada vez que anochecía la dejaban encendida para que supiesen cual era el camino, así tan solo tenían que seguir la llama. 
Antes de continuar Naylah se paró junto al borde del precipicio. Su isla estaba rodeada por una gran cascada que la cubría casi entera, solo había una salida que daba al mar y se encontraba justo al otro extremo de donde ellos vivían. El sonido del agua cayendo le transmitía una sensación de invencibilidad. 
- ¿Qué crees que hay allí abajo, Vian?
Siempre que paseaban por allí le hacía la misma pregunta.
- Sirenas, tesoros y reinos en ruinas.
Él siempre le contestaba la misma respuesta. 
- ¿No te dan ganas de lanzarte al vacío y ver que sucede?
- Me gustaría vivir algunos años más a ser posible. 
- Imagínate todo lo que podríamos descubrir. Sería una gran aventura.
- Ya tienes una aventura que vivir, y está justo aquí. Venga vamos, que se hace tarde.
Naylah le lanzó una mirada de reparo, pero no le quedó más remedio que seguir la señal de la antorcha. Antes de reiniciar la marcha le dedicó un último pensamiento a esa belleza natural que impactaba en sus oídos y en su corazón. "Algún día seré tan fuerte como tú y seré capaz de descender hasta las profundidades". 
Cada día se sentía un poco más ausente en su presente y más atada a un futuro que, aunque ella no lo sabía, le deparaba muchas sorpresas. 



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