Aullidos del fin del mundo

sábado, 21 de julio de 2018

Regla número 4: Abstracción

Es la misma oscuridad que conocí cuando no media más de medio metro. Es esa rebelión innata que todos sentimos alguna vez antes de frenarnos frente al precipicio de la verdad. Es la combustión de la inmediatez, la marcha de la esperanza, la inalcanzable evidencia de que eres la única sombra que proyecta ese tonto de dolor. 

Hablamos más de la cuenta y decimos menos o nada. Alargamos el sufrimiento con la creencia de que resolveremos un rompecabezas que no aguarda solución. La aniquilación de nuestros fundamentos. Un relato que se ha tardado demasiado en escribir. Es cuando la llama que tan cuidadosamente hemos guardado para que no se extinga termina incendiando todos los pilares de un hogar que dejó de ser habitable hace ya mucho. 

Yo no conozco más que de oídas el remordimiento de un amor temprano. A mí se me da bien reparar corazones rotos y quebrar con ahínco lo poquito que queda del mío. Bocanadas de aire viciado que se filtran como suspiros alargados que delatan el sonido atolondrado de una cabeza que piensa en un futuro alentador, pero que como todos los sueños mayores se disolverá en una sonrisa conmemorativa que marcará el momento final de una competición en la que por supuesto tú no eres el ganador. 

Pero hay algo que se queda grabado, una nota de voz en tu consciencia, alguien a quien a penas prestas atención pero te juzga constantemente desde su trono. Hay un matiz que se queda registrado en ese cuerpo que no cuenta ni como cascarón vacío. Ese constante cliffhanger que te deja con la miel en los labios. Ese desafío al que te retas sabiendo que las consecuencias te costarán toda una vida y de las que no hay garantía alguna de salir airoso. Es justamente esa voz la que te ordena seguir luchando aun cuando el único depósito de confianza que persiste se sustenta en el vago pensamiento de que la oscuridad en la que estás envuelto pueda esconder la luz que tanto ansías encontrar. 

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