Aullidos del fin del mundo

miércoles, 18 de octubre de 2017

Te está permitido llorar

Tú que me lees: vive.

Es adaptarse o morir. Ya se me pasó por la cabeza esa idea hace unos días, pero no creo que fuese hasta ayer que se me presentó como el gran dilema que me tiene sujeto en este limbo. 
Es un dolor lacerante, como una gran piedra que debes tragar y llevar contigo como si fuese una nueva articulación de tu cuerpo. 
Sabía que estaba mal, que mi imagen no se representaba por aquello que yo era. Los lugares habían dejado de ser importantes para mí y eso hacía que el cincuenta por ciento de las cosas por las que había luchado dejasen de tener relevancia. Actuaba por inercia y solo me preocupaba el poder terminar mis tareas para abrazarme fuertemente a la almohada de mi habitación. Volver a tener ese agujero dentro de mi estómago me estaba consumiendo todas las fuerzas y no podía aceptar fallar una vez más. Sé que somos humanos y está permitido tropezar las veces que haga falta, pero lo mío ya era excesivo. Había quedado tan descompuesto que mi cara ya no sabía formar una sonrisa. Había algo realmente malo en mí. 
Llevaba ya un par de años sin poder llorar. Aunque tenía toda esa oscuridad en mi cabeza, era como si se hubiesen diluido todos mis sentimientos. No era capaz de sentir y eso me hacía ¿sentir?, que irónico, que no tenía más fondo que el de un robot. 
Ayer me rompí. Fue como caerse de un vigésimo piso. Sentí toda la adrenalina, esos últimos segundos de vida donde cuentan que se resume todo aquello que te ha sucedido. Hay tanto que hacer, tanto camino que recorrer. Me he dado cuenta de que aún tengo esa invencible sensación de que algún día seré capaz de comerme el mundo, pero a la vez veo que voy creciendo sin más resultados que los de hacerme mayor. No quiero envejecer tan pronto, pero creo que yo mismo me he drogado con la idea de que voy un escalón por detrás. 
Son unas gafas negras que no puedo quitarme. Todo lo positivo se convierte en negativo y todas las oportunidades son fantasmas que quizás podrían hacerme daño si me acerco lo suficiente. 
Ayer no me dieron un abrazo. Lo necesitaba. Creo que llevo necesitando un abrazo desde que nací. 
Sé cuidarme las espaldas solo, pero está claro que las personas necesitamos la compañía de otros como las plantas necesitan al sol para existir. 

Tú que me lees, intenta respirar despacio, sin atragantarte. Cierra los ojos y piensa que hay alguien que te está rodeando con sus brazos. Piensa por una vez que no estás solo, si no que es tu cabeza quien te ha dejado en esa posición, pero que si quisieras, si fueses un poco más fuerte y valiente, dejarías de moverte por la ciudad como si estuviese rodeada de tinieblas. Te quitarías esas gafas de sol porque aunque esté lloviendo, tu alma desea mojarse y empaparse, implora por dejarse llevar y emocionarse con aquello que le rodea. En tu rostro asomaría un pequeño desliz, una dulce caricatura de aquello que recuerdas cuando todavía eras un niño y no deseabas morir. Te sorprenderías del mundo, de todo lo que puede llegar a ofrecer, de los trenes que vienen y van y en los que puedes saltar sin pensártelo, porque a veces vivir sin pensar te ofrece más alegría que una vida donde el miedo te impide ser y estar. 

Así que llora, inúndalo todo. No dejes ni una gota en todo tu cuerpo. Yo seré tu pañuelo hasta que decidas olvidarte el paraguas en casa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario