Aullidos del fin del mundo

lunes, 4 de julio de 2016

Ya puedes calmarte, mi niño

El sabor se guarda unos días. Es exquisito, como el mejor de los manjares. A penas se nota la parte agridulce que una vez casi te hizo estallar. Dulce como el caramelo que me daba mi abuelo cuando llegaba por la tarde después de la escuela. Le echo de menos, como echaré de menos esta sensación. Dura tan poco que a penas puedes llegar a darle un buen mordisco pero vale la pena todo lo que tienes que pasar hasta llegar a él.

Podría ser muchas cosas. Podría haber elegido otro camino, más duro o más estable. No sé donde quedará ese futuro que ya no reside en mí. Ya no quiero pensar en ello, ya no es de mi responsabilidad. Yo elijo, yo crezco y yo soy dueño de mis pasos, de los auténticos, de los que me hacen ser la persona que soy a día de hoy. Quizás nunca me equivoqué y este es el lugar que siempre me ha correspondido, quizás llegué tarde, pero llegué o quizás debí meter la pata para darme cuenta de las cosas. ¡Qué más da!

Cosas como que la vida nos depara sorpresas, pero solo si somos lo suficientemente listos y valientes como para rectificar, como para errar, como para no abandonar nunca ese tren fantasma que murmura a veces. Ahí estás, subido, con el viento en la cara. Ya era hora, amigo, ya era hora.

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