Aullidos del fin del mundo

miércoles, 9 de marzo de 2016

Un adulto precoz

Érase una vez un niño cayendo. Cayó por un agujero más negro que la boca de un lobo. Cuando aterrizó, cubierto de arañazos y con los huesos todavía temblando, pensó que no se levantaría nunca más. Lo único que veía desde allí abajo eran las nubes planeando a la deriva. Consideró que esas podrían ser las últimas imágenes nítidas que vería. 

Probó a incorporarse, pero sus piernas y brazos no respondían. Al menos, podía cerrar los ojos, pero nunca notaba la diferencia entre cuando lo hacía o no. Llegó un punto en el que su vista se acostumbró a toda aquella oscuridad y aunque le costaba creérselo, el lugar donde estaba no era tan oscuro como en un principio le había parecido. En las paredes, o al menos en lo que él creía que se trataba de paredes, percibía un color difuso, como si hubiese algo más que piedras amontonadas. 

Con mucho esfuerzo logró acercar su mano a la pared y notó como del rocoso tacto pasaba a algo más suave, como si fuese una pintura, como si alguien hubiese limado aquella superficie. 

Esperó un par de horas, hasta que el sol por fin iluminó un poco la estancia. Toda duda desapareció. Sin duda se trataban de dibujos, aunque eso sí, daba la impresión de que no eran de su época o quizás de su mundo. 

Había un círculo, representando la Tierra y a su alrededor, orbitando,  distintas esferas más pequeñas, algunas de colores cremosos y otras del mismo color que la propia piedra. Justo al lado, había postrada la figura de una persona, arrodillada hacía uno de los círculos. De aquel espacio terroso se abría todo un techo lleno de estrellas. Toda la cueva estaba repleta de esas cicatrices, pequeñas cruces que iluminaban el entorno con su sola presencia. 

No logró descifrar su significado. No hasta que entró la noche e iluminó todo aquel agujero de fantasía. Las estrellas del cielo se fusionaban con aquellas marcas que ahora empezaban a desprender un pequeño destello. Era como estar en el mismo centro del universo y desde el mismo centro, poder contemplar todo lo que estaba por venir, todo lo que había perdido y todo aquello que nunca podría desprenderse de su alma. Todas aquellas luces le gritaban todas las cosas que le quedaban por hacer. 

Cuando se despertó, creyó que lo había soñado todo, pero en lugar de eso se encontró con una escalera, un par de hombres que lo sujetaban y mucho ruido a su alrededor. Le habían encontrado y le estaban sacando de ahí. 

Cuando al fin pudo tocar suelo, les pidió amablemente que le dejasen echar un último vistazo a aquel pozo sin fondo y cuando lo hizo, fue capaz de ver el fondo y allí, en lo más profundo de aquel agujero, empezó a crecer. 

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