Aullidos del fin del mundo

sábado, 8 de abril de 2023

A tu laíto

Aquí estamos. Siete días más tardes. Siete vértigos distintos. Siete saltos al vacío. Siete vueltas al mundo.

Cuando crees conocer todas las respuestas, llega el Universo y te cambia todas las preguntas. Así, como una ráfaga de viento. Todo se vuelve caos, un caos infinito y lleno de matices. Colores pasteles y bermellones. Un caos al que he aprendido a domesticar, a seguir escuchando su magia y sus efectos.

Entre la bruma, él, desenvainando su sonrisa más precisa y empuñando un arco que no yerra. Aparentemente sin miedo, sin dudas; golpeando a todos los pequeños monstruos que todavía intentaban anidar en mi cabeza. Me extiende la mano, como si me estuviese invitando a abrir la puerta al país de las maravillas, y me aferro a ella, como si dependiese mi vida de ello.

Abro los ojos y contemplo la escena desde una fuga. Me veo a mí y le veo a él. Nos veo, en plural, al unísono e iridiscentes. Me abruman los sentimientos. Me avisan constantemente de la expansión que están sufriendo, de los límites que están sobrepasando y de la emergente salida de emisión. Mis sentidos se ponen de acuerdo y empiezan a pertrechar un plan. No podemos dejarlo pasar. No podemos perder este tren. Este no. Me lo repito, casi a punto de quedarme sin aire. La temperatura se eleva y mi sangre empieza a extenderse por todo mi cuerpo. Es como un volcán en erupción, uno que llevaba dormido toda mi vida y de repente ha emergido, sin previo aviso y ha decidido arrasarlo todo. Empiezo a perder el control y las palabras se me quedan cortas. Solo quiero fundirme en negro con él. Solo quiero ser la mandarina que completa su mandarina. Me siento tan fuera de órbita, flotando en el espacio, a punto de estallar. Cada vez que le veo, le pienso, y cada vez que le pienso, le veo. Se ha adueñado de mis pensamientos, como un intruso al que me gusta tratar de invitado especial. Me contengo, con dudas pero con ganas. Me tengo que morder la lengua. Tengo que acallar todo el torrente de mariposas que empiezan a empujar en mi garganta. No lo puedo soportar más, la lava es candente y su escondite ya no es lo suficientemente grande. Le vuelvo a ver. Esta vez, le veo en el presente y en el futuro. Me veo haciéndome mayor a su lado. Le veo en todas partes, como si fuese un vidriera de colores. Como un calidoscopio que parece no tener sentido, pero que no puede evitarme hacer llorar. Porque todo me parece bello, porque hasta sus defectos me parecen una fortaleza. Y allá voy, allá me lanzo, sin saber lo que hay a mis pies. Y no me importa, porque confío, porque la certeza es más poderosa que el miedo más atronador. Mi oscuridad, mi antigua amiga, me amortigua la caída. Me recuerda que si ella existe, la luz también debe hacerlo. Y aparece él con todas las luces, brillando, como si se tratase de un astro en llamas. Es mi mar de fuego, es el chico con el que quiero arder, con el que quiero iluminarlo todo. Su luz es tan cegadora que debo cerrar los ojos un momento y es entonces cuando lo noto; fugaz, breve, pero dulce. Su boca me embelesa. Su voz me cautiva. Su ojos me hacen perderme en un playa de Cádiz en la que no me importaría nadar. Todo se vuelve tan perfecto. Todo cobra sentido. Todo tiene un porqué. Todo está en el momento y en el lugar adecuado. Todo en todas partes a la vez. Lo entiendo, es ahora cuando lo entiendo. Es ahora cuando me libero de lo más profundo de mí. Es ahora cuando grito, junto a él, de amor. Grito de amor. Grito de felicidad, una felicidad condicionada por instantes como este, momentos puntuales de nuestra vida que se nos escapan de las manos; pero cuando sus manos me rodean, cuando siento su aliento en mi nuca, cuando su piel roza la mía, cuando su corazón se pone a latir al ritmo de su música y vuelvo a perder el control, encuentro la respuesta. Las palabras cobran sentido y por primera vez sé pronunciarlo correctamente, por primera vez siento que todas nuestras primeras veces van a estar llenas de magia. Por primera vez sé a lo que se refieren esos autores muertos, por primera vez sé con total seguridad que cada letra tiene su propio significado. La saboreo antes de dejarla salir. Le ato el lazo más bonito que he podido encontrar y se la entrego, con todo el cariño que me es posible recolectar. Le quiero. Sencillo, escueto y directo. Justo al corazón. Y llega la bomba. Llega su propia erupción. Llega nuestro clímax. Le encuentro y él me encuentra a mí, rodeados de una galaxia infinita y aún así, nos encontramos. Me enamoro de su sonrisa y de la alineación de los planetas.

Le beso. Me besa. Nos besamos. Un beso sideral. Un beso como él, lleno de estrellas y posibilidades. Y me muero. Me muero de lo bonito que me resulta todo. De lo sencillo que es todo a su laíto. De lo ciego que he estado hasta ahora por creer saber de lo que se trataba querer. Me muero de amor. Me muero por bucear en su interior. Me muero por dormir a su lado, por sentirle junto a mí aunque esté a kilómetros de distancia, por cuidarle, por estar ahí, para él, para lo que quiera, para lo que necesite, para toda la vida. 

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